Aprovechando las recreaciones de las batallas que han tenido lugar en nuestra ciudad durante el fin de semana, he querido recuperar la historia del Dragón de Vitoria. Éste es un cañón cuyo origen se encuentra en la Real Fábrica de Artillería de Sevilla, donde se fundió y quedó terminado el 26 de febrero de 1790. Allí fue donde le otorgaron tan imponente nombre tal y como muestra la referencia numerada con el 2.914.
Tras pasar varios meses en los almacenes de la fábrica, entrados ya en 1791, se trasladó a las inmediaciones de Aranjuez para una prueba de tiro dirigida por el mismísimo rey Carlos IV. Con ese motivo se grabó en el ánima del arma una inscripción en la que se lee: “Año de 1791. En la jornada de Aranjuez se trajeron 16 cañones de este calibre y habiendo Su Majestad apuntado con el mayor conocimiento y dado en el blanco muchas veces fue el primero que tuvo esta fortuna. Dragón”. Acompañando este epígrafe se incluyó también una breve estrofa. “El rey me apuntó / yo le obedecí / y en el blanco di / según me mandó”.
Después de este episodio nada más se sabe de él hasta el año 1813, cuando el cañón reaparece en la Batalla de Vitoria formando parte de la artillería francesa, sin que haya noticias que expliquen cómo acabó en manos de las tropas napoleónicas.
Durante la jornada del 21 de junio un grupo de mozos escapados del Hospicio de Vitoria, y que habían acudido a las colinas cercanas para ver cómo se desarrollaban las hostilidades, se percataron de la presencia de un grupo de artilleros franceses que se encontraban alejados de su unidad. Quizás excitados por el desarrollo de la misma, y envalentonados por la inminente victoria de la coalición de británicos, portugueses, españoles y alemanes, atacaron con piedras y palos a los soldados, los cuales cortaron los correajes de las mulas y dejaron abandonada la pieza de artillería.
Indiscutiblemente, si los soldados hubieran optado por defenderse, nada habrían podido hacer aquellos niños, pero la fortuna hizo que huyeran, más por miedo a los combatientes que les acosaban durante la retirada que al daño que pudieran infligirles los muchachos.
Los chavales, no sin gran esfuerzo, consiguieron llevar aquel cañón hasta la Plaza Nueva de Vitoria y, tras realizar una entrada triunfal, imitando a la que poco tiempo después presenciarían por parte de las tropas de la coalición, hicieron entrega del mismo a los alguaciles, pasando a formar parte del abundante botín de guerra. Rápidamente la historia corrió de boca en boca, sirviendo de ejemplo y aleccionamiento a una población ya de por sí excitada por el reciente triunfo.
La utilización propagandística del suceso fue evidente. En muchos periódicos, no solo españoles sino también ingleses, e, incluso, mexicanos, se hicieron menciones a la captura del Dragón, ridiculizando a un ejército que, tras haber dominado el mundo entero, ahora podía ser vencido por niños armados con palos.
Aquello impulsó al general Miguel Ricardo de Álava a gestionar con sir Arthur Wellesley, duque de Wellington, la entrega de este cañón a la ciudad, quedando constancia por medio de un oficio que se conserva en el Archivo Municipal.
El Ayuntamiento, enorgullecido por recibir un regalo navideño de tan importante carga emocional e histórica, hizo que se grabara una nueva inscripción, con incrustaciones de plata, que, bajo el escudo de Vitoria y el lema Haec est Victoria quae dice: “Soy el terrible Dragón / a quien libraron con gloria / los jóvenes de Vitoria / del poder de Napoleón / 21 de junio de 1813”.
A partir de ese momento el cañón pasó a ocupar un lugar de honor en la balconada de la iglesia de San Miguel, siendo utilizado para lanzar las salvas el día del Corpus Christi y los 36 disparos que se realizaban en los aniversarios de la batalla. De esta labor se encargaba el pirotécnico Canuto de Aguirre quien, además, se ocupaba del cuidado y preparación del Dragón.
Poco después, y ante la falta de material, el ejército solicitó que se le cediera para la instrucción de reclutas. El Ayuntamiento accedió a ello, pero poniendo como condición que no pudiera abandonar los terrenos del que fue convento de San Antonio, a pocos metros de la que había sido elegida como su ubicación ornamental.
Traslado a Madrid La carencia de piezas de artillería debió de ser acuciante, pues con el tiempo, hubo una nueva solicitud del cañón, esta vez por parte de la Milicia Nacional Local, para que le fuera cedido con la intención de organizar una batería defensiva que se instaló en la ciudad. En 1824 los realistas de Valentín Verástegui se apropiaron de él y lo sacaron de la ciudad sin informar al Ayuntamiento. En 1852 es redescubierto en un almacén del Parque de Artillería de Santoña, y, dada su importancia histórica, trasladado al Museo de Artillería de Madrid.
Varios han sido los intentos por recuperarlo para su vuelta a Vitoria, infructuosos hasta el momento, y que solo pueden ser paliados por la existencia de tres réplicas. Dos de ellas, maquetas a escala, que se encuentran, una en el Museo de Armas y Heráldica, y otra en el Archivo Municipal.
La tercera se trata de una copia a tamaño real, apodada General Álava y que fue realizada por Roberto Fermín Pérez. Ésta es la que ha suplido durante muchos años a la pieza original en el disparo de salvas, especialmente las que tenían lugar en la festividad de San Prudencio. Pero, la rígida normativa sobre armas, ha provocado que actualmente se halle depositada en Intervención de Armas de la Comandancia de la Guardia Civil de Eibar.
Hasta aquí la historia de este cañón que, quizás un día, regrese a esta ciudad a ocupar el lugar que el duque de Wellington eligió para que permaneciera “como un monumento de la fidelidad de sus habitantes, y como un recuerdo de aquel memorable acontecimiento, a quien se debe la libertad de la península y en gran parte la de toda Europa”.