Con el tiempo se han generado muchas leyendas que han sido contadas por las personas mayores. Verdad o fantasía, siguen pasándose de boca en boca como la leyenda del Fuerte de Arbulo, personaje al que la localidad rindió homenaje ayer inaugurando una fuente construida con el plato donde el mítico personaje comía las habas que le dotaban de la energía suficiente para enfrentarse a sus enemigos. La localidad se vistió ayer de fiesta para celebrar su particular homenaje a la cultura, la historia y la tradición de transmisión oral y escrita. La iglesia del pueblo acogió parte de las actividades dominicales con programas como el toque de campanas para llamar a la fiesta, la charla titulada Los tesoros de la Iglesia de Arbulo a cargo de Álava Medieval, el concierto del coro Erkametza del municipio de Elburgo y la leyenda de El Fuerte de Arbulo narrada por la escritora alavesa Toti Martínez de Lezea.
La figura de El Fuerte de Arbulo se ha recogido a lo largo de la historia en varios libros como en la obra de Lope García de Salazar, que cita en sus Bienandanzas a Arbulo como lugar de asentamiento de Gastea de Arburu, un caballero francés que la leyenda lo hace descender de uno de los doce pares de Francia, progenitor o emparentado con nobles linajes alaveses. Es de fines del siglo XV. En Leyendas Vascas (Álava), de M. de Lezea, con ilustraciones de Asun Balzola, se recoge la historia de El forzudo de Arbulo, en su capítulo segundo. En Leyendas de Euskal Herria, de Toti Martínez de Lezea y Juan Luis Landa, también se recoge una pequeña historia de El fuerte de Arbulo, al igual que en un documento redactado por Benito Ruiz de Arbulo, en el año 1928, conservado en el Archivo Municipal.
una narradora de excepción Para contar su particular visión del personaje alavés se desplazó hasta Arbulo Toti Martínez de Lezea. Comenzó su historia narrado que en la época en que los romanos invadieron la Península Ibérica hubo varios reductos a los que no pudieron o no quisieron somete, entre ellos la zona montañosa de Euskal Herria. “No vamos a entrar en las razones históricas, pero sí diremos que vascos y romanos llegaron a un acuerdo por el cual a estos últimos se les permitió construir varias calzadas de paso hacia las Galias (Francia) y a los puertos del Cantábrico”, contó, para poner en antecedente al centenar de personas que se acercaron hasta Arbulo. “La siguiente leyenda me la contó mi padre, Patxi Lezea, gran amante de la tradición oral vasca. Hace más de dos mil años los romanos invadieron la Península Ibérica. Fueron conquistando todas las tierras que encontraron en su camino y derrotando a los pueblos que se oponían a la invasión. Los romanos se vieron sorprendidos por el tipo de lucha ante los vascos con la que, a pesar de ser muy superiores en número, no podían acabar, y esto les costaba tiempo, hombres y dinero, por lo que decidieron hacer un trato con aquellos salvajes, como los llamaban, de largos cabellos y barbas, vestidos con pieles y que, como única protección, llevaban escudos hechos con piel de cabra. Acordaron celebrar dos combates: uno en Euskal Herria y el otro en Roma”, explicó al tiempo que señaló que “del combate en nuestra tierra no hay noticia, pero sí del otro”. Según su versión de la historia, para ir a Roma, los vascos eligieron a los hombres más fuertes y a los mejores luchadores. En el pueblo de Arburu, cerca de Gasteiz, vivía un campesino que únicamente se ocupaba de sus tierras y animales. Era un hombre colosal. El hombre más alto le llegaba al codo. Era tan fuerte como grande, y él solo podía hacer el trabajo de cuatro bueyes tirando del arado. No tenía familia, y nadie sabía de dónde venía, por lo que sus vecinos estaban convencidos de que era un gentil, un gigante pagano llegado de las montañas; pero como era discreto y colaboraba en las tareas del pueblo, todos lo querían y respetaban. En Roma, los vascos fueron tratados con cortesía, aunque su aspecto feroz fue motivo de comentarios y asombro por parte de los finos romanos. Llegó el día del combate. Los vascos, con sus espadas cortas y sus escudos de piel de cabra; los romanos, con corazas, cascos y las mejoras armas del Imperio. Los hombres lucharon a muerte, pero el coraje de los vascos no podía hacer nada ante las armaduras romanas e iban cayendo uno a uno, entre el griterío de los espectadores romanos que animaban a sus soldados. Todo el mundo estaba seguro de la victoria romana, cuando el Forzudo de Arburu gritó: -Sabelean!!! (¡Al vientre!). En pocos minutos, el combate tomó un aspecto totalmente distinto. Los vascos atacaban a los romanos al vientre, justo debajo de la coraza, que sólo les cubría el pecho. Habían ganado el combate. Sin embargo, el jefe romano exigió una nueva prueba. -Ganaréis si el más fuerte de entre vosotros vence al hombre más fuerte de Roma -dijo. Los vascos estaban cansados y heridos, pero tuvieron que aceptar y eligieron al Forzudo de Arburu para enfrentarse a un romano tan grande y fuerte como él. Ninguno de los dos tenía armas, así que luchaban sólo con las manos. Pero el romano se había untado de grasa todo el cuerpo y cada vez que el Forzudo de Arburu intentaba agarrarlo, el otro se escurría con facilidad, hasta que el vasco le metió el dedo en el culo, lo hizo girar sobre su cabeza y lo lanzó directamente contra los espectadores, Los romanos aceptaron la derrota, y durante mucho años la paz reinó en nuestras tierras, y tanto vascos cómo romanos cumplieron el pacto. El Forzudo de Arburu regresó a su caserío y allí vivió hasta que cumplió los 110 años. Nunca más peleó, pero fue recordado como el hombre más fuerte y valeroso de Euskal Herria, concluyó el relato contado ayer.