Uno de los fundadores del concepto de la Nueva Cultura del Agua y persona de referencia en cuestiones hídricas disertó ayer en Artium sobre el líquido elemento y el desarrollo rural en la perspectiva del cambio climático, dentro de una jornada sobre suelo y agua en los Valles Alaveses.

Álava es una provincia sin problemas aparentes de agua como para afrontar la construcción de un embalse en Barrón.

-La cuestión de construir un embalse es algo que se debe analizar en cada caso. Existe ya un informe elaborado con antelación y que se centra en la extensión y mejora del regadío en Valles Alaveses sobre la base del embalse de Barrón. Dentro del contexto de lo denominado como un secano fresco, como es lo que existe en Valles Alaveses, más allá de los parámetros de hidrología hay que pensarse, en gran medida, lo que van a ser los costes. Muchos de los nuevos regadíos actuales luego no se pueden mantener o lo hacen sobre la base de una subvención masiva de dinero público. Hay que apoyar al medio rural, pero la mitificación del regadío lleva a pensar en ello como única opción de desarrollo rural. Eso sí que es erróneo, sin prejuzgar el proyecto. Hay que mirar el beneficio que produce y hasta qué punto compensan los costes. En este caso de secano fresco y teniendo a la ciudad de Vitoria cerca, yo creo que la clave está en desarrollar calidad alimentaria, productos de calidad, sellos de calidad y mercados de cercanía como valor añadido que hace rentable la agricultura.

Se lleva años planteando este proyecto y se habla de una balsa de 4 hectómetros cúbicos que ayudaría a más de 500 agricultores y 180 millones de euros. ¿Hay que pensar muy bien esos costes?

-Hay que mirar, no ya solo el coste de la presa. Habrá, seguro, otros factores importantes como tuberías y transportes y ver como se alimenta, probablemente con algún bombeo, Estoy seguro de que en el estudio se habrá tenido en cuenta también el impacto ambiental, aunque en este caso no se trata de una gran presa y no tendrá un impacto demoledor y no va a ser el factor más importante, aunque hay que tenerlo en consideración.

Más allá de estas cuestiones locales, es notorio en la situación actual el proceso de cambio climático en el que estamos inmersos.

-Desde esa perspectiva lo que va a haber es una disminución muy significativa de caudales fluviales. Por ejemplo, en el cauce del Ebro se habla, a cuatro décadas vista, de una disminución que se sitúe por encima del 20%, pero no por disminución de lluvia media, sino por aumento de la denominada evapotranspiración de las masas vegetales, es decir de lo que ellas consumen. Con el incremento medio de temperatura aumentan su necesidad de agua y es una cantidad que se detrae y se consume y no está en los caudales circulantes de los ríos. Ahora también estamos acostumbrados a un régimen de lluvia. La media no va a cambiar mucho y bajará algo. Lo que es evidente es que aumenta la variabilidad, es decir los eventos extremos de sequías prolongadas intensas y de lluvias, situaciones de gota fría o tormentas bruscas van a aumentar mucho. Esto va a aumentar en intensidad y frecuencia y lo que va a llevar que, aunque la media sea similar, la disponibilidad de ese agua de lluvia va a ser menor. Estamos acostumbrados a hacer las cálculos de disponibilidad con valores medios y eso cada vez tiene menos aplicación. Hay que programar el uso del agua desde el núcleo duro de los periodos de sequía y no hacernos a la idea de que la media va a funcionar.

El agua y el desarrollo rural están unidos por tanto en esta perspectiva del cambio climático.

-Debemos de prepararnos para un escenario de cambio climático con el agua. Va a llover parecido y, a nivel global, probablemente al haber más temperatura se evapore más el agua y, en lenguaje coloquial, todo lo que sube baja. Al tiempo que cambia el ritmo de evaporación y precipitación, también cambia la distribución y, en la parte que nos toca en el ámbito mediterráneo, se produce una tendencia recesiva de precipitaciones, no muy fuerte en media, pero sí notable en la forma de llover. La otra gran diferencia es la evapotranspiración y una caída fuerte en los caudales de los ríos. Esto se ve reforzado por un fenómeno como que, si se sigue deteriorando el medio rural con abandono poblacional, eso trae además la reducción en la actividad ganadera en las zonas altas y, al mismo tiempo, el abandono de las praderas que ya se constata en las tres últimas décadas, significa el crecimiento de la masa foresta y con ello más consumo de agua que una pradera. De ahí que en los últimos 40 años, por ejemplo, las cabeceras pirenaicas estén aportando un 20% menos de agua a la cuenca del Ebro. Ese es otro elemento que lleva a la reducción de agua en movimiento. A partir de ahí hay que reflexionar respecto al papel e impactos que se producen en el medio y desarrollo rural. Cada comarca tiene una realidad rural diferente y, en el entorno de una ciudad como Vitoria, se genera un medio rural que no es comparable al de lugares como las cabeceras pirenaicas, por poner un ejemplo entre dos zonas.

¿Estamos cuidando y tratando bien un recurso fundamental de cara al futuro como el agua?

-Cada vez hay una mayor conciencia sobre ello. Partimos de una percepción no muy lejana en la que la visión de los ríos eran de meros canales de agua y puro recurso que se pierden en el mar, como se decía. Eso ha cambiado con leyes y mentalidades, aunque más despacio de lo que alguno desearíamos. De puro recurso, ya tenemos una visión más ecosistémica. Los nuevos enfoques de la gestión de aguas que impone la legislación europea nos lleva a operar ese cambio de recurso a ecosistema. Igual que ya no pensamos en los bosques como simples almacenes de madera, sino como ecosistemas vivos entre los que está el valor que podamos sacarle al recurso maderero. Estamos ante una situación, por tanto, de cambio cultural, entendiendo que los ríos son más que un canal de agua. Son ecosistemas vivos y de ellos dependen la salud de la sociedad, de las personas y hasta el alma de un paisaje, como también se dice en ocasiones. Es un cambio de filosofía y enfoque radical muy acorde con lo que había nacido aquí en España con el movimiento de la Nueva Cultura del Agua y que, con la directiva de la Unión Europea, es una consagración legal de los planteamientos que se venían señalando en décadas de los años 80 o 90 del pasado siglo.

En ese arraigamiento de la Nueva Cultura del Agua el papel de Pedro Arrojo ha sido destacado como uno de los impulsores.

-Se tiende a personalizar mucho y buscar perfiles individuales, pero es un trabajo colectivo. Hubo una movilización muy fuerte que llevó a adoptar ese lema y concepto con implicación de movimientos sociales que se aglutinaron en torno a lo que fue el Plan Hidrológico Nacional y generando una contribución de expertos que pusieron en marcha la Nueva Cultura del Agua y arrancando la fundación y ese movimiento social. Es cierto que yo formo parte del mismo, y he jugado un papel, pero me resisto a personalizarlo. Cuando recibí el Premio Goldman, no es como si llegará Superman y cambiara la forma de actuar. Son todo procesos colectivos en los que cada uno juega su papel frente a otros muchos.

¿Sobre qué pilares gira esa nueva filosofía de gestión del agua?

-Era evidente y necesario un cambio en elementos culturales sobre cómo miramos a la naturaleza y ese alma azul que es el agua y la manera de relacionarnos. Una de las claves que intuíamos como evidentes y que se ha consolidado es que debemos cambiar la visión de los ríos como proveedores del recurso agua por una visión ecosistémica, como comentaba anteriormente. Esa transición de hablar de agua a entender los ríos como algo que nos aporta muchas más cosas, es el cambio esencial de una visión productivista del agua para entender la naturaleza y ecosistemas fluviales como las venas que dan vida a un territorio. También ha entrado una visión ética para no considerar al agua como un simple negocio, sino como elemento de cohesión social y no un simple elemento mercantil y sujeto a dinámica privatizadora de los servicios de agua y saneamiento.

¿Ahí surge el peligro de querer hacer negocio con el agua por parte de los Ayuntamientos?

-En Aragón hubo un momento en el que se decidió que los ayuntamiento optaran por la privatización, al verse desbordados y aludir a una supuesta falta de financiación. Para cubrir un negocio oscuro, en el que probablemente haya corrupción, y pagar a las empresas privadas se puso un impuesto de contaminación del agua. El problema no es tanto que se cobre lo que nos cuestan los servicios, que a mi me parece legítimo. Cuando el impuesto lo que hace es cubrir sobrecostes injustificados que están cubriendo un gran negocio oscuro y, probablemente con elementos de corrupción, es donde la gente se enfada y se confronta con ese impuesto. No es malo cobrar un impuesto del agua, si la factura cubre los costes reales, pero si detrás de ese servicio se ha hecho un negocio privado y ha llevado a Aragón a tener unos costes de depuración que son el cuádruple de lo que les cuesta a navarros, riojanos o vascos, entonces se ha montado un negocio privado con el cuento del servicio. Al hablar de no privatizar no quiere decir que no haya que cobrar los servicios del agua, sino que hay que cobrar lo que realmente cuesta y no hacer de los servicios públicos un negocio. Hay que cobrar los costes reales de un servicio bien administrado y transparente, que no se genere un ánimo de lucro o negocio con lo que son derechos humanos y ciudadanos de acceso universal.

En el caso de Vitoria la empresa que gestiona el servicio, Amvisa, es pública y municipal.

-En el caso de Vitoria, se están haciendo bien las cosas en cuanto que mantiene un servicio público que además funciona bien, según entiendo y conozco el caso. Otra cosa es que pueda ser mejorable en algunos aspectos. Ese es el enfoque que defendemos desde la Nueva Cultura del Agua y nuestros postulados. En el caso de Vitoria con la gestión de Amvisa se está llevando bien y desde el ámbito de la gestión pública como debe ser. Hay que tener en cuenta, por ejemplo, que pagar el agua es diferente a comprar un coche. El agua es un monopolio natural y es un derecho. Nadie puede escoger la empresa que te va a suministrar el agua. No se puede negociar y hacer de la necesidad de beber agua o respirar aire un negocio privado. Es una insensatez.