amurrio - Los portavoces de la sociedad micológica Arriola de Amurrio estaban ayer contentos, y no era para menos. De hecho, lograron acercar a la cancha del frontón municipal una heterogénea muestra de 460 especies de setas y hongos, pese a la sequía reinante en los montes de la comarca ayalesa y el Alto Nervión hasta la llegada de las lluvias de este fin de semana.

El logro supuso poner un auténtico broche de oro a la décimo cuarta edición del Mikoturismo Egunak que ha estado acogiendo el municipio desde el pasado 21 de octubre, aunque con peros. Y es que, lo nefasto de la temporada y la ausencia casi total de especies en el entorno ha obligado a los expertos a tener que salir de la comarca para encontrar algo que exponer. “Ha sido un mes muy duro en el que ha habido que andar mucho buscando la humedad por la cara norte del monte, vaguadas y ríos, y por muy diferentes hábitats. De hecho, la mayoría de lo que hemos traído ha sido por la suerte de aterrizar, a 150 kilómetros de aquí, en una zona a orillas de un arroyo, protegida del viento sur. La abundancia esta temporada no se ha dado en ninguna especie. Al contrario, han surgido de forma muy difuminada y escasa, y lo poco que hay en mal estado, por deshidratación”, resume Fernando Egiluz, presidente de la Sociedad Micológica de Amurrio, que volvió a contar con el experto Alberto Villanueva Zarama en la clasificación de las especies recolectadas.

El ejemplar más extraño de la muestra, “por su dificultad a la hora de catalogar y encontrar”, según Zarama, fue el Melampsoridium alni o roya del aliso. Una especie de hongo que sale en las hojas de la citada especie arbórea. No obstante, también resultó “raro” para los entendidos la presencia de ejemplares de Clathrus ruber y Phallus impudicus (sin valor culinario la primera y tóxica la segunda) al tratarse de especies “esporádicas y un tanto difíciles de hallar, y más en condiciones de sequía”, apunta. Con todo, la más curiosa para los visitantes resultó ser la Anthurus archeri. Una seta no comestible y originaria de Nueva Zelanda “que llegó a nuestro país a través de la lana. Al abrirse despide un olor que atrae a las moscas que, al igual que las abejas con el polen, son las encargadas de trasladar sus esporas para que prolifere. Un caso muy similar a lo que ocurre con las trufas, ya que despiden un aroma parecido al del jabalí en celo y eso es lo que hace de estos animales unos extraordinarios buscadores de este apreciado condimento culinario”, detalla Egiluz.

Precisamente, la trufa fue una de las especies comestibles presentes en la muestra, junto con morchelas, lengua de vaca, galampernas, níscalos, cantharellus y algún que otro boletus. Una familia de hongos muy apreciada en cocina de la que solo se pudieron lograr cinco especies “cuando lo normal es 50”, apunta.

De lo que sí hubo una mayor representación fue de especies venenosas, tóxicas, e incluso mortales, tales como la Cortinarius bolaris o la Amanita muscaria, aunque entre las más peligrosas, por ser causante de envenenamientos, dado su parecido con la galamperna en su primera fase de crecimiento, está la Lepiota brunneoincarnata que, en base a la cantidad que ingieras, te vas al otro barrio”, asegura. De hecho, en la exposición primaba la tarjeta roja, que es la que utilizan los de Arriola para señalar las especies no comestibles e incluso tóxicas y mortales.