Ramón y Justo Sacristán Antolín, son los actuales propietarios del Gran Circo Holiday. Pertenecen a una saga familiar circense, son la sexta generación, pero ya tienen en pista a la séptima. La familia Sacristán Antolín vive cada día, dentro y fuera de la pista, la máxima circense del más difícil todavía. A los aplausos del público en cada sesión han tenido que sumar los momentos duros de la vida.

Ramón y Justo pertenecen a una familia de siete hermanos, dos de los cuales, el mayor, Alfredo, y el pequeño, Abraham, tras saborear las mieles de la pista del circo murieron en plena juventud. Abraham falleció en accidente de tráfico en 2006, precisamente en un viaje para instalar el circo en Vitoria. El padre de ambos, Ramón, y el resto de sus hermanas, siguen trabajando en el mundo del circo, pero con la “segunda marca” de esta empresa familiar, el Circo Ideal.

El Gran Circo Holiday basaba gran parte de sus espectáculos en los números circenses con animales. La decisión política de cerrar las puertas de Vitoria a los circos con animales ha supuesto la ausencia del Holiday en Gasteiz desde hace años. Estas navidades regresan, aceptando la condición de no traer animales en su espectáculo, pero dispuestos a ofrecer, como siempre, el mayor espectáculo del mundo.

“Hace ocho años que no veníamos a Vitoria”, comenta Ramón. Justo asiente con la mirada puesta en el pasado. El circo les ha dado a ambos alegrías, pero también muchas tristezas. Aun así, continúa la saga familiar: “Si no mereciese la pena no lo haríamos. Tampoco sabemos hacer otra cosa. El circo ya no es lo de antes, que te daba para invertir, ahora te da para sobrevivir y poco más”, explican ambos.

Dicen que la gente del circo está hecha de una pasta especial, pero Ramón se siente de la misma pasta que el resto del mundo. “Lo que sí puede ser cierto es que la vida del circo nos hace ser más duros. Una vida nómada, montando y desmontando, viajando, hay días que trabajamos seis horas y otros, treinta”. Además, “solemos coger horas del día anterior para ponerlas al siguiente”, ironiza Justo.

Para ellos, no obstante, la vida del circo permite, lo primero, viajar, conocer lugares que, de no ser por el circo, no conocerían en su vida. También es cierto que lo mismo se puede construir una familia dentro del circo como fuera de él. Quizá la constancia y el riesgo son rasgos propios de la vida del circo. “Algunos piensan que tenemos el umbral del dolor más alto que la media, y no es cierto; cuando nos hacemos daño nos duele, otra cosa es que tienes muy asumido que el espectáculo debe continuar y tiras para adelante porque no nos podemos permitir tener una baja laboral”.

Como bien se dice, el espectáculo debe continuar. En su memoria tienen grabados momentos especiales, como cuando murió su hermano en 2006. Dos días antes de empezar las funciones Abraham se mató en accidente viniendo a Vitoria, a la altura de Armiñón. Suspendieron las funciones, pero la familia decidió regresar a la semana siguiente a Gasteiz. En 2013 falleció su madre, Trinidad, y sucedió lo mismo, suspendieron unos días y regresaron a la semana. “La vida del circo es así, un día entierras a un familiar o a un amigo y al siguiente ya eres consciente de que el espectáculo debe continuar”.

Ahora regresan con una puesta en escena sin animales, pero no porque esta decisión adoptada por el Ayuntamiento les agrade. Ramón espera sorprender al público de Vitoria, que siempre ha sido exigente pero, ciertamente, no comparte, por muchos motivos, esta normativa. Primero, porque asegura que se arrogan el derecho a decidir sobre una cuestión en la que, en su opinión, el Ayuntamiento no tendría que tener la última palabra sino el público. Y en segundo lugar, porque -quizá no lo sepa la gente- pero, paradójicamente, una ley que pretendía proteger a los animales del circo lo que ha hecho es convertirlos en las primeras víctimas, piensa. ¿Por qué? Porque “hay casos realmente sangrantes y tristes”, asiente. “Hemos perdido dinero para no tener que dejar morir a los animales. Pero el destino de muchos de ellos ha sido que si, no son rentables, ni nadie se hace cargo de ellos, sus propietarios tienen que acabar escogiendo entre comer ellos o sus animales. “Este no ha sido afortunadamente el destino de nuestros animales. Los nuestros han sido vendidos a un 10 o 20% de su coste real o han sido regalados a zoos y a otros circos que se arriesgan a seguir actuando con animales. Hemos sido el circo en España con una mayor variedad de animales. Yo he llegado a dormir con algunos de ellos. Soy amante de los animales y lo seguiré siendo, y hemos intentado encontrar el mejor destino para cada uno de ellos”, asevera. “Los caimanes del Nilo se encuentran ahora en un zoo en Francia, especializado en reptiles y, para que te hagas una idea, por un aligátor de más de dos metros hemos llegado a pagar entre siete y ocho mil euros, y se vendieron por menos de mil quinientos cada ejemplar”, explica Justo. Los tigres con los que trabajaba Ramón, en cambio, los regalaron a otro circo. “A las fieras es difícil encontrarles sitio en los zoos porque ya tienen sus grupos, sus manadas, y la llegada de un grupo diferente puede provocar problemas graves entre ellos”.

Y es que, mantener toda esa cuadra supone “tiempo, dinero, esfuerzo y personal”, añade Justo. “No sólo por la manutención y la atención veterinaria; hemos llegado a tener diez personas trabajando sólo para atender a los animales”. Puestos de trabajo de los que han tenido que prescindir ahora. “Pues sí. Esto es la pescadilla que se muerde la cola. El año pasado estuvimos en el País Vasco, y cumplimos rigurosamente las normas que el Gobierno Vasco nos exigía para el cuidado de nuestros animales. ¿Por qué si cumplíamos la legislación autonómica, una norma municipal tiene que ponernos trabas para trabajar?”, se pregunta Ramón. “No lo hemos entendido nunca. Esa ley del Gobierno Vasco sigue estando vigente, nosotros la cumplíamos pero, a pesar de ello, una norma municipal está por encima de esa ley autonómica. Es una contradicción que se hable de reducir el paro y luego se fomente la reducción de puestos de trabajo: si no tenemos animales, no necesitamos personal para atenderlos; si ponemos máquinas en las autopistas, no hace falta gente en los peajes, y así podríamos ir sumando más medidas de lo que llaman fomento del empleo”.

Además, aunque a algunos les pese, el público sigue preguntando por los animales. Reconoce que es posible hacer un circo bueno sin animales, pero? algunos siguen recordando su presencia. No obstante, “sí es cierto que en la sociedad existe una opinión más generalizada de que los animales en el circo es algo anacrónico”, reconocen. “No vamos a negar que los animales en el circo ya no cumplen esa función didáctica que ha permitido durante siglos a muchos niños y adultos ver de cerca un tigre, un elefante, una serpiente o un cocodrilo. Pero lo triste de esta historia es que, de fondo, no hay un debate real de protección de los animales. Cualquiera de nuestros animales ha vivido en condiciones más lujosas que muchos domésticos de gran tamaño, compartiendo sesenta metros cuadrados y saliendo a hacer sus necesidades una vez al día. Los animales en el circo han sido para nosotros compañeros de trabajo, a cambio de techo, comida y atención veterinaria. No todos los circos son como el de la novela Como agua para elefantes, y hace años que las autoridades venían imponiendo unos requisitos mayores para su cuidado. El Gobierno Vasco fue uno de los más exigentes, pero en ningún circo criticamos esas medidas. Nos podrían parecer excesivas, pero no injustas”.

El Holiday es, de siempre, un circo familiar, por el que han pasado grandes artistas, pero el peso de la función ha estado en manos de miembros de la familia. De hecho, ya en pista, desde hace unos años trabaja la séptima generación. A lo largo de esta Navidad en Vitoria, quien se acerque hasta la carpa instalada en Mendizabala va a ver números de altura, trapecio, malabaristas, gimnastas, un número de láser visual de la Guerra de las Galaxias, equilibrio sobre rulo, el número del cuadrante, el del pool y un largo etcétera.

En definitiva, dos horas y cuarto, aproximadamente; además de risa sana asegurada con los payasos. Un número, precisamente, en el que sale a la pista Chicharrín, la séptima generación de los Sacristán. No ha actuado nunca en Vitoria, pero fuera de la capital alavesa, para su club de fans es, sin duda, una de las estrellas del Gran Circo Holiday, que abrió su carpa el viernes 23 y que tiene funciones diarias a las 18.00 horas, y el 31 función matinal a las 12.00 horas; que descansa los días 1 y 5 de enero, y que se despedirá con una última función el día 8 de enero.