vitoria - No caben dudas sobre la autoría de la muerte. C.P. acabó con la vida de su esposa, Mariana P., a cuchilladas, en el domicilio conyugal, ubicado en la calle Ricardo Buesa, y confesó el crimen a la Ertzaintza 30 minutos después de haberlo perpetrado. Los hechos sucedieron en abril de 2015. El problema que enfrenta ahora a las cinco acusaciones personadas en el juicio contra la defensa del procesado, radica en saber si existió alevosía o premeditación. Si la hubo, nos enfrentaríamos a un caso de asesinato, penado con unos 20 años de prisión. En el supuesto contrario, nos hallaríamos ante un homicidio, lo que conllevaría una pena aproximada de 5 años. Teniendo en cuenta que el acusado, de nacionalidad rumana al igual que la víctima, lleva ya 8 meses en prisión y que los beneficios penitenciarios reducirían ostensiblemente la condena, éste podría salir a la calle antes de que concluyera 2018 en el supuesto de que se acepte la tesis del homicidio. La última palabra la tienen los 11 miembros del jurado, 3 mujeres y 8 hombres, que hoy mismo emitirán un veredicto.

Tras la sesión celebrada ayer, las probabilidades están cinco a uno. El Ministerio Fiscal, la Abogacía del Estado, la acusación popular, el Consejo del Menor que se ha hecho cargo de los hijos de la pareja y la letrada que actúa en representación de Clara Campoamor, ofrecieron sus conclusiones a los integrantes del jurado y les solicitaron que se pronuncien en favor del asesinato. La defensa, representada por el abogado de oficio que asiste a C.P., les pide que lo declaren culpable de homicidio. A lo largo de esta mañana se despejarán todas las incógnitas.

¿Concurrieron alevosía o premeditación en el crimen? Las cinco acusaciones están convencidas de que sí. La Fiscalía describió una escena de violencia extrema en la que Mariana, tras atender una llamada de teléfono, se sentó en el sofá con su hija de dos años. C.P. se acercó y le cortó el cuello por un lateral. La sangre manchó el reposabrazos. Luego, le cortó el otro lado del cuello. El cuchillo se rompió y la hoja se desprendió del mango. Él le tapó la boca con una toalla y con un cojín para que no gritara. Fue a la cocina en busca de otro cuchillo y la mujer aprovechó para incorporarse y acercarse a la ventana. Quería pedir ayuda, pero no tuvo tiempo. El marido regresó y le tiró al suelo. Le apoyó la rodilla en el tórax para inmovilizarla. La maniobra se saldó con tres costillas rotas. Acto seguido, le asestó una puñalada mortal en el pecho. Más sangre junto a la ventana. Como seguía revolviéndose, le propinó puñetazos en la cabeza hasta que el movimiento se apagó. Las pruebas forenses dicen que, pese a todo, si hubiera llamado a una ambulancia, se habría salvado. En lugar de eso, el agresor arrastró el cuerpo de una habitación a otra y se cambió de ropa. Más tarde, bajó a la calle y confesó el crimen al primer ertzaina que encontró.

Las acusaciones entienden que el procesado se aprovechó de la indefensión de la mujer, del factor sorpresa y de su superioridad física para matarla, por lo que solicitan veredicto de asesinato. La defensa, por su parte, ofreció una versión diferente.

El abogado de C.P. aseguró que el hombre, impulsivo por naturaleza y condicionado culturalmente por pertenecer a una familia gitana rumana, reaccionó violentamente cuando la mujer contestó al teléfono diciendo “sí, mi amor”. Preso de celos, se enfrentó a ella con un cuchillo porque Mariana, previamente, había cogido otro de la cocina y lo asía fuertemente en la mano. Afirma que hubo lucha entre dos personas armadas y que el resultado de la misma fue un homicidio. Sostuvo que existen atenuantes, como el arrebato, la confesión y la colaboración con la justicia. Y añadió que el acusado renunció al dinero del seguro de vida de Mariana para que este revierta en sus hijos.

Las acusaciones lo rechazaron todo. Retrataron a una persona calculadora que, mientras cumplía pena de prisión en Rumanía, elaboró un plan para vengarse de su esposa, que aspiraba a una vida ordenada y que le había pedido el divorcio. Explicaron que al recibir los papeles, éste respondió que la prefería muerta a divorciada. Hablaron del rechazo que siente hacia su hija por ser mujer y que cuando supo el sexo del bebé amenazó a Mariana con abrirle la tripa de un navajazo si no abortaba. Explicaron que la persona que llamó por teléfono era un amigo del acusado, quien les dijo que iría por su cuenta a la iglesia. Aseguraron que nunca podría cobrar el dinero de un seguro al ser el verdugo de la víctima. Afirmaron que mintió para construir una coartada que minimice su paso por la cárcel. C.P., por su parte, dijo sentirse arrepentido y pidió perdón, “sobre todo a los padres de Mariana”. El juicio queda hoy visto para sentencia.