vitoria - A las nueve de la mañana, ya no queda ni un hueco en los aparcabicis del colegio de Zabalgana. Los estudiantes se pelean por las 58 plazas desde que se instalaron hace un mes. Quienes pierden, más de una decena cada día, han de usar las vallas. La asociación de padres y madres del centro educativo, Amezti Txiki, sonríe con orgullo ante la fotografía. La culpa es suya. El año pasado comenzó a desarrollar un proyecto valiente, de nombre Movilidad Saludable, para animar a la chavalería de tercero de Primaria para arriba a ir a clase pedaleando o en patinete. Dedicó mucho tiempo y dinero hasta su puesta en marcha este pasado mes de mayo. Había que conocer los hábitos de transporte del alumnado, diseñar a partir de sus domicilios caminos escolares seguros, promocionarlos, hacerlos apetecibles y conseguir la implicación de las familias. El esfuerzo, por suerte, mereció la pena. La flota que se concentra cada jornada en la entrada evidencia que lo que más falta hacía para despertar el interés de la gente por desplazarse en bicicleta hasta las aulas era un primer empujón.

“Pero ha sido un trabajo costoso, largo y difícil, más de lo que pensábamos al principio... Y lo que queda”, admite Patxi Redondo, presidente del Ampa y coordinador del reto. La idea surgió al enterarse de que el Gobierno Vasco había convocado ayudas a colegios que quisieran implantar desplazamientos sostenibles a clase en detrimento del uso del coche. Esa filosofía entroncaba con la costumbre ya asentada en algunos padres y madres de moverse en bici por la ciudad, así que la asociación vio en el programa de subvenciones una gran oportunidad para extender los buenos hábitos en la comunidad escolar. Se organizó una comisión de voluntarios y comenzó la acción. “Desde el pasado mes de octubre hasta el 9 de mayo, día en que presentamos públicamente la iniciativa hemos estado sin parar y ha sido complicado”, apuntilla Redondo, “aunque el CEA nos ha ayudado muchísimo durante todo el proceso”.

Los voluntarios realizaron encuestas a los 250 alumnos a los que iba dirigido el proyecto para saber, entre otras cuestiones, si tenían bicicleta, si querían usarla para ir al colegio y cuáles eran los motivos que les desanimaban a cogerla. “Así descubrimos que el 90% tiene, pero sólo el 3% venía en bici aunque el 40% decía que le gustaría”, afirma. Los principales peros puestos por los estudiantes fueron “las cuestas y la lluvia, dos elementos contra los que no podemos hacer mucho, y que veían peligro en los cruces, y es por ahí por donde decidimos ponernos a trabajar”. La comisión recogió la información de los chavales, ubicó sus domicilios a través del Google Maps y, teniendo en cuenta dónde viven, desarrollaron cinco itinerarios seguros, “priorizando carriles-bici, calles peatonales y evitando las zonas que podían generar situaciones de riesgo o provocar reticencias”.

Los caminos se plasmaron, a continuación, en un tríptico muy visual. También se creó un logo para identificar la campaña, se encargaron petos y chalecos reflectantes, y se compraron aparcabicis. La comisión decidió colocar varias filas de 46 plazas “del modelo típico de la ciudad” y una estructura espiral con hueco para otras doce bicis, y escogió para su ubicación la zona de aparcamiento reservado para profesores. Fue un paso osado que requirió un poco de concienciación, como pasa siempre que se hace pupa al coche. “En este punto Bizikleteroak nos echó una mano. Analizó la zona y demostró que a menos de 300 metros siempre hay sitio para estacionar”, cuenta.

El apoyo del CEA también fue básico en el apartado de la concienciación. “Fundamental”, matiza Redondo. Este organismo les concedió subvenciones para la organización de algunos cursos y promovió charlas para los más pequeños, talleres de seguridad vial para los medianos y formación a los mayores para que mejorasen sus habilidades con la bicicleta. Y a partir de ahí, con los trípticos repartidos y una gran pancarta desplegada a la entrada del colegio, el 9 de mayo llegó la presentación del proyecto y su puesta en marcha. El momento más deseado, pero también algo temido. “Teníamos esperanzas en que la acogida fuera bien pero tampoco sabíamos qué iba a pasar y, un mes después, podemos concluir que sí, que la cosa fluye”, afirman desde la Ampa. Lo que no esperaban, eso sí, es que respondieran mejor los niños que los adolescentes. “Pero así está siendo”, apostillan, “porque se ve bastante más bicicleta pequeña que grande”.

Los primeros días, adultos voluntarios se encargaron de guiar al alumnado en los recorridos. Ahora, hay padres y madres que se organizan entre ellos, se alternan cada día y van recogiendo a los críos a lo largo del camino. Los de más edad, no obstante, van a clase solos, como podían hacerlo cuando se acercaban andando. Y eso es también lo que pretendía el proyecto. Favorecer la autonomía de los chavales garantizando su seguridad para orientarlos con los mejores principios hacia el mundo de los adultos. “Ahora bien, ya no se pone el chaleco reflectante ni uno”, apunta con resignación Redondo, mientras mira ya hacia septiembre. Los txikis que pasen de segundo a tercero de Primaria recibirán la misma formación que los 250 de la primera hornada, “y así un año tras otro y otro y otro...”. Una labor constante y sacrificada que, eso sí, “compensa”.

Caminos seguros. Las familias responsables del proyecto descubrieron a través de encuestas realizadas a 250 alumnos que el 90% disponía de bici y al 40% le gustaría utilizarla para ir a clase, pero que a la hora de la verdad sólo el 3% pedaleaba para acudir al colegio. Los chavales adujeron inconvenientes como las cuestas o el mal tiempo vitoriano, pero sobre todo la sensación de inseguridad. Por eso, y conforme a la situación de los domicilios de todos ellos, se crearon cinco rutas seguras que priorizan las calles peatonales, los carriles-bici y evitan las rotondas y otras zonas que generan situaciones de riesgo o miedo. También se compraron chalecos y petos reflectantes con el logo del programa, se ofrecieron cursos para mejorar la destreza con la bici y durante los primeros días de puesta en marcha de la iniciativa hubo personas voluntarias para guiar a los críos en los recorridos.

El presidente de la Ampa de Zabalgana reconoce que, en los días de buen tiempo, decenas de bicicletas tienen que ser candadas a las vallas porque enseguida se llenan las 58 plazas. Curiosamente, hay más participantes de corta edad que mayores.

7.600

La comisión del colegio de Zabalgana impulsora del proyecto Movilidad Saludable ha contado con un presupuesto de alrededor de 7.600 euros para poner en marcha el proyecto: de ésos, 2.300 proceden de la convocatoria de subvenciones del Gobierno Vasco, 300 del propio centro, “cuya dirección ha estado muy involucrada con la iniciativa” y los 5.000 restantes los ha puesto la propia Ampa.