En el oscuro silencio de las cuatro y media de la madrugada, Olga Alcalde se puso en marcha. Una sombra motorizada cargada de verdura que dejó una Mendavia dormida para aterrizar en una Vitoria todavía soñolienta. A las seis, ayudada por los faroles amarillentos de la Plaza Nueva, la agricultora montaba ya su puesto en un trajín compartido con cientos de productores. Cuando la ciudad amaneció, el Mercado de Navidad estaba listo. Filas y filas de puestos de perfumes entrecruzados, reclamos artesanos de hambre y sed, que empezaron a recibir visitantes con la primera sacudida de legañas. Para las once, el goteo se había convertido en avalancha. Los gasteiztarras iban y venían como truchas nadando a contracorriente, agudizando vista y olfato, pero con más interés por mirar y picar que por comprar. La crisis se nota. Y, aun así, hay pocas ferias en la ciudad tan esperadas, queridas y bien recibidas como la que que se celebra a sólo seis días de Nochebuena.

Legumbres, verduras y hortalizas, embutidos, quesos y miel, patés, conservas, vinos y licores, pan y repostería, trufa, aceite de oliva y productos ecológicos, flores, plantas medicinales y objetos de artesanía, talos y sidra.... Quien quiso encontró lo que buscaba en alguno de los 124 puestos del cincuentón Mercado, comandado por hombres y mujeres procedentes de toda Álava, Bizkaia, Gipuzkoa, Navarra, La Rioja, Cantabria, Castilla y León, Galicia, Aragón, Cataluña, Extremadura y Francia. Manuela, amarrada al brazo de su gallardo esposo y envuelta en un enorme plumífero, se afanaba por descubrir “el trozo más rico” mientras picaba de las jugosas viandas dispuestas para su degustación en el expositor de Jamones Mendiola. “Los productos son estupendos. Venimos todos los años y siempre nos llevamos alguna cosilla”, aseguraba la señora. Al final, se llevó un ejemplar rosado “bajo en sal”, cumpliendo con la tradición de todos los años. “Por suerte, tenemos clientes fieles, y gracias a ellos al final damos salida al género”, reconoció, al otro lado del mostrador, Pedro Agirrezabal. Uno de esos profesionales que ponen a la crisis buen humor animando a la gente “a preguntar lo que sea, que es gratis” y a probar por la cara taquitos cortados para la ocasión.

Mucha gente probó. No tanta terminó de sacar la cartera. Y eso que lo que ofrece este negocio familiar nacido en 1919 “no lo tiene cualquiera”. Su jamón procede de la raza porcina Duroc, una materia prima “especial” para un proceso de elaboración “que también es distinto”. La reivindicación forma parte del espíritu de esta feria, fundamental para concienciar a la ciudadanía sobre el incalculable valor de un género imposible de encontrar en los supermercados e incitarla a la compra. “Pero algunos parece que vienen a desayunar, almorzar y comer gratis...”, lamentó Atina Gorrit, desde su delicioso puesto de quesos de la sierra aragonesa de Guara. A diferencia de Pedro, para ella ésta era su primera vez en Gasteiz y a las once y media de la mañana había comenzado a sentirse inquieta. Había perdido la cuenta de todos los trozos repartidos sin obtener nada a cambio. Porciones de cabra y oveja elaborados artesanalmente, tan naturales como los pastos del valle de Rodellar en los que pacen los animales de esta explotación. De ahí el precio... “De 20 a 24 euros el kilo, pero es que la calidad se ha pagado toda la vida”, advirtió la trabajadora.

Por desgracia, las vacas flacas no terminan de casar con esa máxima. Los puestos más ajetreados fueron, sin duda, aquellos que ofrecieron productos más asequibles. En el stand de Olga, a la misma hora, se vendían cardos casi como churros. “De todas las verduras de temporada que traemos, es nuestro producto estrella, por el que la gente viene principalmente. Es barato y está muy rico”, subrayó la agricultora. Los había desde 1,50 euros el más pequeño hasta 4 el más hermoso. “Y los clientes se lleva unos u otros indistintamente, para este fin de semana o para las comidas de los próximos días, según los que se junten o vayan a necesitar”, apostilló. Acompañada de su esposo y un trabajador, la mendaviesa apenas había tenido un respiro desde que habían empezado a llegar los primeros curiosos y estaba convencida de que, al finalizar la jornada, habría conseguido agotar al menos su artículo más preciado. Una previsión marcada por un extenso conocimiento de los hábitos vitorianos. Además de ser una veterana en la cita navideña de la Plaza Nueva, también se ha convertido en un punto de referencia los jueves y sábados en la plaza de Santa Bárbara. “Así que aquí vienen nuestros compradores habituales y caen nuevos”, aplaudió.

El optimismo se vistió de verde, pero también se rellenó de arroz. Para su tercer año en el Mercado de Navidad, el negocio familiar Morcillas Montse había traído 4.000 kilos desde la localidad riojana de Foncea y a mediodía el ritmo de venta era satisfactorio. “No sólemos ir a ferias. Vendemos en nuestro pueblo y por Internet, pero esto ayuda”, reconoció Azucena Montejo, nueva generación de una forma de vida que se cocinó a principios del siglo pasado. “Empezó la abuela y ella transmitió el misterio de este gran embutido”, apostilló. Una tradicional receta de sangre de cerdo , manteca, sal, cebolla, arroz y pimienta como especia característica cuya elaboración apenas ha variado y que ya cuenta con adeptos en Gasteiz. “Como es un producto fresco la gente no se lleva grandes cantidades”, reconoció la joven, “pero aun así la respuesta en todas estas ediciones ha sido buena”. Rosa Mari fue una de las repetidoras. “El precio no ha cambiado y están muy buenas”, explicó. “Los vitorianos tienen muy buena vista y aprecian que son artesanales, de las de siempre, las de casa”, agradeció la vendedora.

El cielo plomizo pero sin lluvia regaló un mediodía de talos y sidras. A la hora del almuerzo, los stands de comida y bebida trabajaban a destajo. “El repostaje nunca puede faltar”, subrayaron Mikel e Iratxe, con los carrillos llenos. Para su hija de siete años, sin embargo, la parada ineludible había sido en la zona de exhibición de aves de corral. Los gallos, pavos, codornices y faisanes son la imprescindible banda sonora del Mercado de Navidad, además de generar un creciente atractivo entre las nuevas generaciones, tan pegadas al asfalto que se quedan ensimismadas con el cuadro animal que regala cada año la feria. Sergio Torre, de Ariñez, había acudido con diez pollos y veinte gallinas de todo un arcoiris de razas. “De guinea, pinta asturiana, francesa, ponedora común, kiriki, castellana, una italiana... Si entras en Internet te quedas alucinado con la cantidad de variedades que hay”, apuntilló. El joven ha comenzado ya a tomar las riendas de una granja que creó su abuelo y que heredó su padre para incorporar las aves de exposición. “Es su hobby, como para otro ir al monte”, confesó el chaval. El público supo agradecer esa pasión, porque no dejó de sacar fotografías a los distintos ejemplares. “Los niños se quedan con la boca abierta... Y los mayores también”. Sucede igualmente en la cabalgata de Reyes Magos. Cosas de la Navidad.