el fundador de la Compañía de Jesús, el guipuzcoano Íñigo de Loiola fue, hasta su definitivo establecimiento en Roma en 1538, un infatigable viajero, casi siempre solo y a pie, hasta el punto de que él mismo consideraba que su vida había sido un peregrinaje, tanto físico como espiritual. Con todo, también viajó junto a otros nueve compañeros, entre ellos Francisco de Xabier, primer prepósito general de la Compañía y cuya festividad se celebró el pasado 3 de diciembre.

Nacido en la villa de Salvatiera de Iraurgi, actual Azpeitia, en 1491, fue el menor de once hermanos, nacidos en el matrimonio de Beltrán Ibáñez de Oinatz y Loiola, cabeza de la bandería oñacina, y Marina Sáez de Likona, oriunda de Ondarroa. Conoció desde niño la vida cortesana al ser destinado en 1502 al servicio como paje de la infanta castellana Juana, hija y heredera de los Reyes Católicos, y luego, cuando ésta se trasladó a Flandes con su marido, Felipe de Habsburgo, del hijo de ambos, Fernando, en la casa del contador mayor de Castilla -ministro de Hacienda de la época- Juan Velázquez de Cuéllar. Allí permaneció, en Arévalo, hasta cumplir los 14 años. El año anterior había muerto la reina de Castilla, Isabel, pasando la corona a Juana y su marido Felipe “el hermoso”, quien falleció inesperadamente en 1506.

Una muerte que provocó la demencia de su esposa, que pasó a la historia como Juana “la loca”, internada en Tordesillas por su padre, Fernando rey de Aragón, quien asumió la regencia de Castilla. En 1507 algunos nobles castellanos, descontentos con el gobierno de Fernando el católico, hacen un amago de rebelión. El duque llama en su auxilio a sus vasallos los oñacinos, pero fueron detenidos en la Llanada Alavesa cuando marchaban hacia Castilla. Entre otras consecuencias de esta escaramuza, se produce la muerte de Beltrán Ibáñez de Oinatz y Loiola, ya anciano, afligido al verse represaliado por su admirado Fernando el católico, y el envío de su hijo menor Íñigo López de Loiola, acaso como rehén, a la casa de Juan Velázquez de Cuéllar en Arévalo.

En 1516 murió Fernando de Aragón, sucediéndole su nieto Carlos de Gante. Íñigo pasa entonces al servicio de su señor, el duque de Nájera. Ser testigo de la miseria de aquellas conjuras y venganzas políticas produce un cambio en su modo de ver la vida. En 1553 Luis Gonsalves da Câmara transcribirá las palabras que Íñigo le dictara para su biografía: “Hasta los 26 años de su edad fue hombre dado a las vanidades del mundo y principalmente se deleitaba en ejercicio de armas con un grande y vano deseo de ganar honra”. A partir de entonces será un escéptico gentilhombre a las órdenes del duque de Nájera, quien le encomendará diversas tareas militares y diplomáticas. En mayo de 1521, Íñigo se encontraba en San Sebastián, en compañía del letrado real Fortún Ibáñez de Ercilla, haciendo labores de mediación entre dos facciones guipuzcoanas, una encabezada por la ciudad de San Sebastián y otra por la villa de Hernani, enfrentadas a causa del nombramiento como corregidor de Cristóbal Vázquez de Acuña sin haberse atenido a las ordenanzas de la Hermandad de Gipuzkoa.

Resuelto el conflicto gracias a los buenos oficios de Fortún Ibáñez de Ercilla y de Íñigo López de Loiola, el rey de Navarra, Enrique II de Albret, se propuso recuperar la parte de su reino en poder de los castellanos. Íñigo fue llamado por el duque de Nájera, que era virrey de Navarra, y partió hacia Pamplona por el valle de Oiartzun, acompañado por su hermano y sus hombres.

Una vez en Pamplona se encontró con que su señor, Antonio Manrique de Lara, el duque de Nájera y virrey de Navarra, había huido de la ciudad, dejándola a merced de los navarros. Su sentido del honor le impidió hacer lo mismo, encerrándose en el castillo, donde fue herido por una bala de bombarda que le dio de lleno en la pierna derecha. Al día siguiente, una vez rendido el castillo, fue atendido por los cirujanos del ejército navarro. Estuvo dos semanas al cuidado de sus enemigos, quienes le trataron como si fuera uno de los suyos, poniéndole bajo la custodia de un caballero navarro, llamado Esteban de Zuasti, que le proporcionó una cuadrilla de hombres que le trasladaron en una camilla a lo largo de toda la Sakana hasta Ziordia, donde fueron revelados por otros que le llevaron por la Llanada alavesa hasta Ozaeta, en la Barrundia.

camino ignaciano Una vez repuesto de sus heridas en su casa de Loiola, Íñigo decidió dar un vuelco a su vida partiendo en peregrinación al santuario catalán de Montserrat. Salió de su casa a finales de febrero de 1522. Remontó el río Urola para llegar a Zumarraga y su Santuario de la Virgen de la Antigua. Luego, por Legazpi y Brinkola, pasando el puerto de Biozkornia, llegó a Arantzazu, donde pronunció el voto de castidad. Atravesando los rasos de Urbia alcanzó el collado de Zumarraundi, ya en Álava, y bajó a Araia, prosiguiendo su camino para subir a la sierra de Entzia y pasar al Valle de Harana. Desde Santa Cruz de Kanpezu siguió el valle del Ega hasta Genevilla y de allí a Laguardia, para cruzar el Ebro por Lapuebla de Labarka y llegar a Navarrete. A partir de ahí, continuó a Calahorra, Alfaro, Tudela, Zaragoza, Fraga, Lleida y Montserrat.

Un grupo formado por laicos y jesuitas ha tenido la idea de dar a conocer el camino que Íñigo de Loiola recorrió en 1522, desde Loiola a Manresa, con la idea de ofrecer una experiencia de peregrinación a los hombres y mujeres del siglo XXI siguiendo el proceso espiritual del fundador de la Compañía de Jesús. El Camino Ignaciano, catalogado como GR21, desarrolla un recorrido de 645 kilómetros.

Íñigo de Loiola volvió a transitar por los caminos de la Llanada a finales de julio de 1535. Entonces estudiaba en París, pero una recaída de la litiasis biliar que padecía, causada por las mortificaciones a las que se sometió en su época de ermitaño en Manresa, hizo que los médicos le aconsejaran que volviera a respirar los aires de su tierra. Así pasó tres meses en Azpeitia, alojado no en la casa-torre de su familia, sino en el hospital de la Magdalena. Cuando marchó, lo hizo a caballo, acompañado por su hermano Martín García y otros parientes, hasta el límite de Gipuzkoa.

narbaiza Existe en Narbaiza un crucero en la encrucijada del camino viejo de Heredia y Zuazola. Sobre el fuste puede contemplarse el que acaso sea el más bello capitel de cruceros de Álava. Se trata de un tambor octogonal con ocho caras labradas con figuras de santos, separados entre sí por unas columnillas. Una de ellas representa a Íñigo de Loiola, con vestimenta de su época, en actitud de oración y con las manos recogidas. El que aparezca en este crucero, responde a la tradición que señala que a su paso por estas tierras, se hospedó en la casa palacio de Isasmendi, en la cercana localidad de Ozaeta. De ahí que a aún hoy día se le nombra como “Casa de San Ignacio”.

En la parte superior del capitel octogonal sobresalen tres ángeles decorados con lóbulos alternando con tres labras heráldicas, cuyos dibujos o motivos decorativos han sido totalmente borrados. La cruz es de estilo renacentista tardío, del siglo XVII, y representa en el anverso al crucificado bajo una venera renacentista.