Tenderetes de bombillas cuelgan ya de los árboles de Dato. Racimos luminosos a la espera del encendido oficial que se propagan por los primeros escaparates. En las administraciones de lotería, hace tiempo que se venden los números del sorteo más esperado del año. En los bares, los parroquianos debaten sobre el nuevo anuncio de la rifa. Las barras despachan vaporosas tazas de caldo. Los castañeros humean las esquinas. Todavía queda más de un mes para la Navidad, pero empieza a oler a ella. Aunque no como siempre. Tras el maquillaje de colores y de perfumes, de sabores y deseos de buena suerte, Vitoria se acerca a la época más consumista del año -y de paz, fraternidad, buenos deseos...- en sus horas más bajas. Lo dicen quienes mejor miden su pulso: los pequeños comerciantes, hombres y mujeres que se afanan, cada vez con mayores dificultades, por seguir siendo uno de los pilares de la economía de la ciudad. Todos coinciden en que la campaña que está por venir, ésa que acostumbra a que la entrega de regalos entre seres queridos alcance el paroxismo derrochador, no será ni de lejos la de tiempos pasados. Este año está siendo todavía peor que los anteriores, así que ninguno cree que remontará milagrosamente en la recta final. No puede hacerlo.

En otro contexto, la bajada del consumismo navideño habría sido una buena noticia, síntoma de que la ciudadanía prioriza los elementos sentimentales de estas fechas. En éste, no. Sin gasto del bueno, el sector servicios se asfixia. Si se asfixia, se ahoga la ciudad. Y continúa bajando el gasto. En Gorbea, la calle comercial más potente de Vitoria centro aparte, conocen bien la pescadilla que se muerde la cola. “El sábado era un día bueno de ventas, pero ahora podríamos cerrar al mediodía y la gente no se daría ni cuenta”, ejemplifica Rubén Samperio, uno de los portavoces de la Asociación de Comerciantes de la calle y gerente de Calzados Chicas. Este año, él notó un pequeño repunte en las ventas entre marzo y mayo, pero lo que podrían haber parecido brotes verdes al final quedaron en agua de borrajas. Son demasiados los factores en contra del pequeño comercio y, por ende, de la propia Vitoria. A su parecer: la crisis, la competencia brutal de las grandes superficies y la falta de una política municipal que impulse las tiendas tradicionales y conciencie sobre la necesidad de dejar el dinero en quienes invierten en la ciudad. “No hay la capacidad adquisitiva de antes, hay que repartir una tarta cada vez más pequeña con franquicias y grandes superficies y seguimos con una gran presión fiscal cuando nuestros impuestos se quedan aquí y no se van fuera, como en otros casos”, ahonda este pequeño empresario. Un escenario nefasto que ha abocado a muchos de sus compañeros a adelantar las rebajas desde ya mismo para tratar de tomar aire, aunque ni así lo logren.

Por suerte, la calle Gorbea todavía mantiene la ilusión. “Nos la da la gente. Nosotros el año que viene hacemos cuarenta años. Es mucho tiempo ya. Y se lo debemos a quienes apuestan por la calidad de nuestro producto y el trato familiar que dispensamos”, subraya Samperio. Por eso, esta arteria volverá a festejar la Navidad agradeciendo la fidelidad de la clientela. Todas las tiendas asociadas repartirán décimos y sortearán cinco cenas para dos personas cada una en un establecimiento hostelero de la zona, y algunas de ellas rifarán también cestas con productos característicos de estas fechas. “Pase lo que pase seguiremos impulsando iniciativas para nuestros clientes y para animar el ambiente, como es habitual en nosotros, aunque no haya una protección hacia el comercio local y aunque muchas personas quieran ver tiendas pero no se den cuenta de que desaparecen si luego se van a una gran cadena. No podemos perder la esperanza ni las ganas”, subraya, muy convencido, el responsable de Calzados Chicas.

Trepando hacia la colina gasteiztarra, la honestidad se vuelve más brutal. Jon Gotzon Laburu, presidente de la plataforma Vitoria Comercio Vivo y propietario de Pitiminí Moda Infantil, adelanta que su discurso es “crítico pero constructivo”. Sabe que debe poner voz a toda esa gente “que no se atreve a decir que el negocio le va mal y que puede cerrar, aunque ésa es la situación de muchas personas”. Por eso, ni siquiera los primeros adornos navideños son capaces de dulcificar sus palabras. “El otro día decía el de El Corte Inglés, en la inauguración de la tienda de Abastos, que el consumo se está reactivando. Pero nosotros no lo vemos así. Nuestros datos dicen que el punto de inflexión, ése que se prometía para 2014, llegará en 2017”. El gasto en el comercio local, estratégico en el devenir de Vitoria, se ha estancando “porque la ciudad está estancada”. La crisis ha sido determinante, obviamente, pero él, al igual que Samperio, advierte también de la falta de una estrategia institucional. “Lo que es de vergüenza es que la capital de Euskadi no tenga todavía un plan de comercio, que todo lo que haga el Ayuntamiento se limite a dar subvenciones a asociaciones”, critica. La suya no es una de ellas, pues nació con la filosofía de la autogestión, aunque las que las reciben también reconocen la necesidad de una reflexión integral.

Por no haber, no hay ni un concejal de Comercio, “de Comercio, sin más añadidos”, cuando este sector representa el 12% del PIB, por lo que los distintos locales acaban haciendo la batalla por su cuenta, a través de diversas agrupaciones o de forma individual, “como reinos de taifas, con descuentos a deshoras, promociones disfrazadas...”. Parches que no solucionan el problema estructural de fondo, que sólo lo disimulan como las luces de Navidad deslumbran calles cada vez más desiertas y con más persianas echadas, por mucho que el Ayuntamiento insista en pintar un saldo positivo. “Nosotros estamos a pie de calle. Sabemos lo que hay. Unas tiendas abren, pero otras cierran y algunas lo harán en poco tiempo. ¿Y cómo va a haber un gran gasto este año? Más de un 10% de hogares sufre la pobreza energética en Álava. Y muchísima más gente no tiene casi ni para comer. ¿Cómo van a comprar? ¿De dónde sacarán el dinero?”, inquiere Laburu.

Camino de la Cuesta, apenas se percibe ajetreo en el interior de las tiendas. El Casco Viejo respira lentamente, como si le costara. Desde su atalaya centenaria de relojes y joyas, Javier González de Mendoza, presidente además de la Federación de Comercios y Servicios del Casco Medieval, reconoce que no es optimista. “Aunque debo serlo”, apuntilla. Este año ha sido “el peor de todos” desde que la crisis se aferró a los pulmones de la ciudad, por lo que no espera “una Navidad de las de antes, con la gente comprando incluso un mes antes y gastando sin mirar demasiado el euro”. De hecho, él duda que pueda volver a ver “aquella alegría de tiempos pasados”, por mucho que en estas fechas la gente salga de la hibernación y se anime a comprar regalos. “Y da igual que nos pongan luces tridimensionales o del tipo que sean. Están bien, las agradecemos quienes las tenemos, pero sólo sirven para dar ambiente, no para vender más”, opina el comerciante.

A su juicio, como el de todos sus compañeros, la situación es lo suficientemente crítica como para que el Ayuntamiento gasteiztarra coja el toro por los cuernos. “Ya es hora de que se haga un estudio serio de lo que está pasando, analizando todos los factores, porque no se está haciendo nada”, critica Mendoza, quien no puede ocultar su enfado por la pasividad municipal. Hace ya un año y medio, le insistió al alcalde en la necesidad de impulsar un plan comercial “porque no puede ser que se conforme con dar dinero a Gasteiz On”. Y todavía está esperando una contestación. Un tiempo precioso durante el cual el declive ha sido evidente. “Vitoria es una plaza difícil, por su morfología, por el carácter de sus gente, por lo que hace falta, aún más que en otras ciudades que lo están pasando mal, herramientas para salir adelante”, explica. Mientras tanto, cada uno hace lo que puede. Él ya se está planteando “algo de cara a la campaña navideña”, pero que no se ciña a los típicos descuentos, “porque está claro que las rebajas han dejado de ser la solución”. Quienes ya las están aplicando, como una tienda de la calle Diputación que prefiere mantenerse en el anonimato para no verse más perjudicada, reconocen que apenas han servido de acicate.

El pequeño comercio ha de estrujarse la cabeza como nunca para obtener mucho menos que antes. Y dar un paso más. Tal vez, como el que ha protagonizado Esther Sáez de Argandoña, dueña de CosquilleArte, la misma que ha decidido saltar del mostrador para poder poner el altavoz a las reivindicaciones comerciales mediante su participación en la plataforma Ikune. “Está claro que no podemos seguir esperando a que el Ayuntamiento haga algo por nosotros”, explica. A su juicio, la política municipal de “peatonalizar y desertizar el Ensanche, de reducir la iluminación y de ofrecer un servicio de limpieza deficiente” ha acabado por ralentizar el corazón de la ciudad hasta casi el coma. “A mí me llegan a decir hace quince años que el centro iba a estar así y habría pensado que estaban locos. Y encima ahora se van a llevar las oficinas municipales”, advierte la profesional. Como el gremio, no puede ocultar su preocupación por la falta de un plan tanto para esta zona como para toda la ciudad, pero tampoco la indignación por la presión fiscal que han de soportar. “Mucha gente está trabajando para pagar impuestos. Pero, eso sí, te animan a emprender. ¿Emprender o emperder? Sólo acondicionar el local te puede llevar tal inversión que en tres meses ya estás con el agua al cuello porque no lo amortizas”, afirma.

Por suerte, ella es “de las afortunadas que puede cubrir gastos”. Una situación que le permite mantener el buen humor, trabajar en nuevas fórmulas publicitarias a través de las redes sociales y discurrir propuestas para fidelizar a los clientes. “Además, la Navidad es una campaña buena para nosotros, junto con el Día de la Madre, del Padre y de los Enamorados, ya que nuestro producto principalmente se compra como regalo. Son las que me dan energía para seguir poniendo el escaparate y dar un poco de vida a la calle ”, explica. Para las fechas que se acercan, ya tiene sorpresas preparadas para quienes se acerquen a comprar alguna de sus propuestas y un premio para Reyes Magos. “La situación es mala para todos”, afirma, “pero no se puede perder la esperanza”.