Cuando estas líneas vean la luz, el olor a ajo habrá impregnado buena parte de los rincones de la ciudad. La sensación olfativa llegará acompañada de otras visuales de idéntica intensidad, concentradas en piezas cromáticas de provocador rojo, que rivalizarán con otras de desgastado azulón, de recio negro y de tradicionales azul y blanco dispuestos en mil rayas o en cuadros. Son los rasgos distintivos de una fiesta, la del Día del Blusa, que sirve de antesala formal y espiritual al periplo de La Blanca, en el que blusas y neskas, propios y extraños, taurinos y animalistas, niños y mayores, jaraneros y seres tranquilos, ya han puesto sus ojos y parte de sus almas. Hasta entonces, Santiago, en su versión alavesa, aparece como un oasis en el desierto tras meses de sequía en el calendario de festivos. Es esa jornada que renace entre semanas de calor, de cierta desesperación por la tardanza de las vacaciones y de trabajo como una oportunidad en la que los gasteiztarras reeditan su forma única de encarar los festejos. Tradición de la buena, de la que hace torcer la mirada y el gesto hacia el origen de los tiempos, ahora desdibujados después de décadas de desarrollo económico y social. Por eso volverán las albarcas, las txapelas, los fajines, los pololos y los vestidos de antaño. No faltarán el mercado del ajo, la feria agroganadera y las exhibiciones de fuerza y destreza de los especialistas en herri kirolak. Es la esencia de este territorio, que reaparece a borbotones siempre que txistus y tamboriles enmarcan su retorno.

Con esa base, la ciudad despertará hoy con los sones de la fiesta y con el regusto de quienes madrugan por si el mercado del ajo agota sus inabarcables existencias. Desde Corella o Cascante, las ristras serán objeto de arduas negociaciones y regateos, que concluirán, como de costumbre, con miles de vitorianos decorados con entretejidos collares de aroma peculiar alrededor de sus cuellos y presumiendo del precio pactado por cabeza. De ajo, se sobreentiende.

Junto a esa estampa, más de 3.000 blusas y neskas, ordenados en cuadrillas, o desordenados por los acontecimientos, saltarán, cantarán, honrarán sus vestimentas y harán disfrutar a quienes tengan la fortuna o la desventura -según se mire- de cruzarse con ellos camino de los escenarios de la fiesta. Sus paseíllos de ida y vuelta del coso taurino servirán de hilo conductor de una ciudad con ganas de reírse de sí misma. Y eso que la feria taurina ha decidido dejar a las cuadrillas huérfanas de espectáculo al que acudir al postergar la corrida hasta las 22.00 horas, bastante después del regreso de éstas desde la plaza en multicolor itinerario. Pero así es la fiesta.

Quizás, para compensar la espera y el parón, los tendidos de sol y sombra encontrarán sustitutos en la blusada en otros ruedos en los que no se lidian morlacos precisamente, sino miuras y vitorinos en formato de katxi. Aparte, las txarangas no darán tregua al cancionero popular, que servirá de marcha triunfal para las huestes del general Celedón, que aún se encuentra calentando motores en su retiro de Zalduondo.

Como de costumbre a lo largo de los últimos años, la polémica rebuznará junto a los asnos -pollinos o no, que de todo hay en la viña del Señor- que participarán en la carrera que abrirá la mecha de la fiesta tras los emotivos homenajes a aquellos blusas que ya no están en Santa Isabel y en San Miguel. La competición, tradición insustituible o abominación contra los animales, fijará estampas peculiares de monturas y jinetes y, por desgracia, momentos de cierto nerviosismo con el cruce de pareceres entre los que defienden esta parte de la fiesta y quienes la aborrecen.

Blusas protagonistas Burros aparte, y controversias a un lado, las calles de Gasteiz lucirán como cada vez que las cuadrillas salen de sus cuarteles de invierno, es decir, con sus mejores galas. O mejor aún, con su mejor sonrisa. Los pololos y las blusas también compartirán espacios con la feria agroganadera en las universidades, los rejones nocturnos y mucha diversión. Tanta como la guardada durante un año de duro trabajo, de sinsabores y de muchos problemas, tantos como a la crisis le ha dado la gana. Así que a nadie le extrañe que hoy la gente explote su vena más chirigotera. Y pensar que lo vaivenes políticos casi atropellan al Día del Blusa en el calendario...

Sin embargo, no todo brillará sin parangón. De hecho, las nubes avisaban ayer de su intención de aparecer hoy, al menos, por la mañana, para regar el ambiente y a los gasteiztarras. Sin que sirva de precedente, parece que el santo meón, el amado Prudencio, se ha aliado con Santiago para poner pegas al disfrute. Y eso que el patrón de los blusas y las neskas acostumbraba a llegar junto a calorinas de estilo tropical. Aunque bien mirado, nunca antes unas inclemencias meteorológicas han logrado apagar la sed de fiesta de los gasteiztarras.

Ocurra lo que ocurra, la ciudad echará la casa por la ventana, consciente, sólo a medias, de que debe ahorrar todavía energía para llegar con fuerzas a la bajada del Celedón y la llegada de La Blanca. Pero eso será otro día. Y otra fiesta. En la de hoy cada uno disfrutará como quiera o como pueda, ya que cada vitoriano impone sus propias tradiciones al respecto.