uNA cabina de peaje separa al visitante del lugar al que se dispone a entrar. La barrera se levanta automáticamente cuando el coche se acerca, en un gesto que debería repetirse en centenares de ocasiones a lo largo de un día cualquiera. El problema es que no lo hace. La barra rayada en rojo y blanco asciende lentamente, como el que se da el gustazo de hacer bien su trabajo para una vez que le toca. No hace falta ser un lince para darse cuenta de que no pasa a menudo. De las cinco filas de entrada y salida al recinto, la del medio sirve de aparcamiento para dos coches, enfrentados a uno y otro lado de la barrera. Un parking como otro cualquiera. Consumado el paso al otro lado del espejo, el parque logístico de Arasur se extiende tras la barrera hasta donde abarca la vista. Y la vista abarca poco cuando la vegetación del lugar se eleva hasta niveles propios de un bosque. No en vano, la carretera que rodea el recinto fluye como un río de asfalto entre plantas tan espesas y descuidadas que descubren una falta de actividad preocupante. Da la impresión de que en Arasur la naturaleza se ha abierto camino ante la desidia humana. Lo que en 2003 nació para ser un centro logístico en ebullición a base de idas, venidas, camiones descargando y trabajadores es diez años después un desierto inhóspito.

Pasear por la zona durante unos minutos sirve para comprobar que, a día de hoy, el parque logístico de Rivabellosa está muriendo de inanición. De las ocho naves construidas sólo dos muestran cierto movimiento, traduciendo "cierto movimiento" por dos o tres personas trabajando.

Al final del recinto, donde la carretera acaba y la última nave luce un amplio número 8 en su exterior, un camión descarga su mercancía mientras un trabajador opera la Fenwick y otro acumula los palés tras la única dársena abierta de las decenas con las que cuenta la nave. En total son tres personas, y en Arasur tres personas juntas es una fiesta de fin de año. Aunque en el parque la escena no se repita con tanta asiduidad.

"Yo es la segunda vez que vengo desde que abrieron el parque hace no sé cuántos años. La primera vez fue al poco de la inauguración del complejo. Aparqué el camión en uno de los parkings y un hombre se me acercó gritando para que lo sacara de ahí porque en esa zona el suelo se les hundía", recuerda un afable camionero que prefiere no dar su nombre porque luego "uno se lo cuenta a otro, otro se lo cuenta a otro más y al final se acaba enterando mi jefe".

En el interior de la nave la instantánea es similar a la de fuera. Diez mil metros cuadrados en los que se acumulan unos pocos palés en una esquina. Allí, un simple susurro provoca un eco digno de un cañón. El único trabajador que ocupa su tiempo en el interior sonríe cuando su interlocutor le dice que busca gente que trabaje en Arasur. "Ya la has encontrado", responde. "Pocos vas a encontrar. Además de nosotros, está la oficina de Gefco, y ya", explica mientras traslada palés de un lado a otro. La propia página web de Arasur desgrana una lista de apenas cinco empresas como clientes del recinto, de la que uno es el restaurante situado a la entrada del parque. Las cuatro restantes son If, Compass Transworld, Grupo Husa y Rompetrol. En realidad, el mayor movimiento de coches y personas se encuentra al otro lado de la valla que separa el parque logístico de Rivabellosa, con las inmensas hélices de Gamesa y la maquinaria ferroviaria de Talgo.

un café en arasur Con todo, caminar dentro de los límites de Arasur es lo más parecido a un escenario postnuclear. Por eso, cuando al cruzar la esquina de una de las naves aparece un repartidor como de la nada, uno no sabe si hacerle una pregunta o darle un abrazo. "Es la primera vez en mi vida que vengo a entregar algo a este sitio, y no me extraña", asegura sincero desde su furgoneta. Si es verdad que los ojos no mienten, la realidad es que, de seguir como hasta ahora, Arasur estaba condenado a sufrir la misma suerte que grandes hitos de la construcción alavesa como el edificio Krea o el Iradier Arena. La diferencia es que, al contrario que estos dos ejemplos, Arasur sí tiene opciones de virar su rumbo 180º.

El acuerdo alcanzado entre el Gobierno Vasco y el Puerto de Bilbao para instalar una playa de vías en 65.000 metros cuadrados del recinto pasa ahora mismo por ser no la mejor ni la menos mala, sino la única posibilidad de salvación con la que Arasur cuenta para evitar su posible desaparición. Porque, pese a su estado actual, el parque ubicado al sur de Álava tiene potencial para vertebrar el desarrollo económico alavés con la logística como argamasa y Jundiz y la terminal de carga de Foronda como compañeros de viaje.

Por eso resulta sorprendente que tras una inversión multimillonaria en los tiempos de la opulencia popular, con Ramón Rabanera al cargo de la Diputación Foral de Álava, al Partido Popular alavés no le tiemble el pulso ahora para dar la primera palada que entierre para siempre el futuro del recinto logístico. El pasado miércoles Javier de Andrés lo dejó bien claro. El hijo no está dispuesto a paliar los errores del padre.

Mientras el Ejecutivo foral no ponga sobre la mesa los tres millones de euros que salden a partes iguales -con Lakua y Puerto de Bilbao- la construcción de una infraestructura clave para el desarrollo económico alavés, Arasur sigue desangrándose gota a gota a la espera de pasar por una sala de operaciones en forma de playa de vías. Incluso el propio gerente de Arasur, Fernando Hernández, que llegó al cargo desde hace diez años a instancias del Partido Popular, pedía el pasado martes en este periódico que la Diputación se replantee su postura y acceda a cumplir lo pactado sufragando la parte de la infraestructura que le corresponde. Pero el tiempo pasa y las partes empiezan a hartarse de la peligrosa postura foral, por mucho que el propio Puerto de Bilbao siga trabajando en el proyecto junto a Lakua confiando en que la Diputación alavesa recapacite.

También en Arasur la gente quiere respuestas más pronto que tarde. Y lo hacen desde el ágora más común de nuestros tiempos: el bar. "Seguimos a la expectativa, leyendo todas las noticias al respecto y esperando a que se anuncie algo definitivamente. Somos optimistas porque entramos aquí hace un año y realizamos una apuesta importante por este bar y restaurante, así que relanzar esto, con el puerto seco o como sea, sería fundamental para que haya más movimiento", explicaba ayer Agurtzane, encargada del restaurante Arasur, recientemente reformado tras la entrada de los mismos gestores que el restaurante Aldaia, en el polígono de Jundiz.

Hasta ahora sus clientes son gente que está de paso por la zona, pero ella confía en que las personas que entren a tomarse un café o a comer un menú del día sean los propios trabajadores de Arasur tras la instalación del puerto seco. Porque eso, al fin y al cabo, tiene un nombre del que ahora mismo Álava está muy necesitado: desarrollo económico.