Vitoria. La Iglesia primitiva acostumbraba a celebrar el aniversario de la muerte de un mártir en el lugar del martirio. Frecuentemente, morían el mismo día, lo cual condujo a una celebración común. La primera muestra se remonta a Antioquía. El Día de Todos los Santos es, pues, una tradición católica instituida en honor a todos los santos, ya sean conocidos o desconocidos, según dejó escrito el papa Urbano IV, para compensar que cada uno de ellos no pueda tener su propia fiesta. Así, en diversos lugares del mundo acostumbran a traer a la memoria a las personas que ya se han ido.

También en Vitoria. Ayer, los cementerios de Santa Isabel y El Salvador abrieron sus puertas a los familiares y amigos de los fallecidos en una visita anual que, además del rezo y recuerdo íntimo, va acompañada de manifestaciones externas ya consolidadas, como la compra de ramos de flores y coronas que se depositan en las tumbas, panteones y nichos. A pesar de que prácticamente la mitad de las personas que muere en Álava elige ser incinerada, los cementerios siguieron llenándose de visitantes a lo largo de la jornada. Eso sí, cada vez más mayores. Y si ayer, 1 de noviembre, Día de Todos los Santos, se rindió culto a los seres queridos ya fallecidos, hoy es el día de las almas, de los muertos, parte de una misma tradición que se vincula con la vuelta de sus almas durante estos días, pero también a diversas manifestaciones de su presencia entre nosotros.

Echando mano de la historia, en la Iglesia de Occidente fue el papa Bonifacio IV quien, entre el 609 y 610, consagró el Panteón de Roma a la Virgen y a todos los mártires, dándoles un aniversario. Un siglo después, otro pontífice, Gregorio III, consagró una capilla en la Basílica de San Pedro a todos los santos, fijó el aniversario el 1 de noviembre y extendió la celebración a toda la Iglesia a mediados del siglo IX. DNA