zaramaga es más que ladrillo y cemento. Los cimientos de este barrio obrero nacido al norte del Casco Viejo se alimentan de nombres propios, soportan historias marcadas por el sacrificio y la constancia, rezuman sudor, sangre y lágrimas. Las de los hombres y mujeres que vinieron de Extremadura, Andalucia, Galicia, Castilla y Gipuzkoa a finales de los cincuenta. Todos ellos protagonizaron la expansión de la Vitoria original, sin proponérselo, con el objetivo de encontrar un techo y una oportunidad. Desde entonces, ha pasado mucho tiempo. Medio siglo durante el cual los trigales y el polvorín fueron desapareciendo para dar paso a industrias, aceras, viviendas. Y, más adelante, a un barrio como cualquier otro fraguado por la necesidad, con una buena cantidad de servicios municipales y espacios de encuentro, achacoso también, y con ganas de exprimir el futuro.
El paso del tiempo, en cualquier caso, no ha logrado borrar el sentimiento de comunidad y el tesón que acompañó a Zaramaga desde sus inicios. Se palpa en los rostros acartonados de la mayoría de sus residentes, aquellos jóvenes de los sesenta y setenta. Como Marcelino Sancho Blanco, el jubilado de más edad de Sidenor, o Rufino López Izquierdo, el fundador del primer negocio en esta zona de la ciudad. Ayer recibieron sendos homenajes en la inauguración de los actos del 50º aniversario.
Se los merecen por hacer lo que hicieron, por ser el reflejo perfecto del barrio. "Me llamaron de la fábrica para darme la noticia. Les dije que no tenía inconveniente, pero no me esperaba algo así", asegura Marcelino. "Jamás me hubiera imaginado un reconocimiento. Lo único que he hecho ha sido trabajar y no molestar", confiesa Rufino. Espíritu Zaramaga en estado puro, también representado por el tercer homenajeado del día, Iñaki Arberas, un guipuzcoano que dedicó su vida a Michelin.
marcelino sancho blanco
"Cuando vine en 1965, ya estaba muy cascado de trabajar en el pueblo; no eran tiempos para andar de señorito"
Marcelino nació en un pueblecito de Segovia del que es muy difícil encontrar información en Internet. Fuenterrebollo. Salió de allí por primera vez en 1964, para pasar la Navidad en Laguardia. Y en 1965, se trasladó con sus bártulos, los pocos que tenía, a Vitoria. "Vivía aquí un hermano desde hacía siete años... Tocaba venir". No es que no tuviera en qué ocupar el tiempo, "llegué muy cascado de trabajar, no eran tiempos para estar de señorito", pero buscaba, más allá de la supervivencia, una estabilidad. Le costó un poquito encontrarla. Trabajó 83 días en Manufacturas Argui, 85 de peón en uno de los pabellones de Michelin recién construidos y 102 quitando escombros en Casa Artxanda. Entonces llegó el parón. Dos años de mili que le llevaron a su tierra. Pero la nostalgia no tenía cabida. Volvió tras cumplir con el Estado.
"7 de enero de 1970. Ese día empecé a trabajar en Sidenor", rememora Marcelino, un hombre de formas discretas y carácter práctico. Desde entonces y hasta su reciente prejubilación se dedicó a la laminación. "¿Que si me gustaba lo que hacía? Me gustaba porque había qué comer". Marcelino hizo lo que los tiempos exigían. Por eso, cuando se le pregunta por el 3 de marzo, admite que vivió aquel día en la iglesia de San Francisco, "porque había que ir". Los uniformados echaron por la fuerza a los trabajadores en huelga que asistían a una asamblea en la parroquia; una brutal actuación que causó cinco muertos y un centenar de heridos. Él está entre esos números. "Salí a palos por una ventana", recuerda. Y añade apresurado: "Ahora no iría porque no podría correr".
Cuando mira por la ventana del tercer piso en que vive, en Reyes Católicos, no puede evitar pensar en la transformación del barrio. En su propio devenir. "Los dos primeros años estuve en Portal de Bergara número 2, encima de una carbonera que ahora es un negocio de electricidad. El tercer año en Tenerías. No había nada de nada, ni la iglesia. Y luego compré esta casa", explica. El hogar familiar. Lleva casado 32 años y tiene dos hijos que aún viven con los padres. "El pequeño ha sido el primero de su promoción en Enfermería", presume Marcelino, para luego volver a recordar los cambios que ha experimentado Zaramaga.
"Ha mejorado mucho, pero ya no es lo que era antes". Siente nostalgia de aquella época en que las calles estaban repletas de niños. "Las fiestas de fin de curso duraban desde el viernes hasta el domingo y todas las semanas había bautizos y comuniones". Ahora son más los funerales. "Zaramaga se ha vuelto triste. Pero es normal que los jóvenes se vayan a por las VPO", argumenta. ¿Y qué tendría que hacer el Ayuntamiento para volver a revitalizar el barrio? Marcelino tuerce el gesto. "Lo que pueda decir sería inútil", replica.
rufino lópez izquierdo
"Las motos las compraban los que no tenían ni un duro, los que venían de fuera; por ellos saqué adelante el negocio"
Fue un emprendedor antes de que se acuñara el término. Y jamás necesitó recibir cursos para saber que no hay receta más efectiva para sacar adelante un negocio que analizar al detalle los nichos de mercado, ofrecer una atención personalizada de calidad y diversificar cuando cambian los hábitos y las modas. Rufino, sin embargo, resume su filosofía a la vieja usanza. "Nunca fui de bares. Me dediqué a trabajar mucho". Un sacrificio que dio frutos. Garajes Izquierdo, el negocio más antiguo de Zaramaga "y uno de los dos únicos garajes que siguen existiendo de los quince que se montaron por toda la ciudad en los sesenta", funciona a todo trapo. Ahora, de la mano de sus hijos. Él ya se jubiló y ha sabido desconectar. "Mi esposa y yo pasamos mucho tiempo en Benidorm".
Rufino nació en Okina. "¿Conoces la película de Tasio? Pues eso hacía yo, trabajar en la carbonera", explica. Si se vino a Vitoria fue por el cura del pueblo. "Les dijo a mis padres que a ver qué íbamos a hacer ahí. Éramos siete hermanos. Así que bajé a hacer el curso a Marianistas. Luego empecé en Olaguíbel de pinche, y en 1960 me puse a trabajar por mi cuenta". Nacía Garajes Izquierdo, en el 124 de la calle Zapatería, dedicado a la venta y reparación de motos Derby. Fue una década intensa y repleta de buenos recuerdos. "Yo le daba agua al del Portalón y él me daba champán", evoca el jubilado. Sin embargo, el local se le quedó pronto pequeño. Los vehículos tenían que dormir en la calle. No eran formas. "Y bajé a Zaramaga. Fui el primero".
En 1970, compró un terreno al inicio de la calle Cuadrilla de Vitoria. "Zaramaga no era nada entonces. Había un molino de grano en la plazuela de Coronación, unas casas al lado de Forjas, todo esto -apunta desde la tienda- eran chabolas de gitanos, estaba el cementerio y las pompas fúnebres... Y ya está". "Bueno, y qué mal olía", añade entre risas. Garajes Izquierdo se dedicó a las motos y las bicis hasta que irrumpió en escena el 600. "La gente que no tenía ni un duro, la que vino de fuera, compraba motos. Gracias a ellos saqué adelante el negocio. Pero el que tenía un duro, compraba coche. Así que me metí en el tema de jardinería", explica. Más adelante, en 1972, adquirió otro local y abrió una ferretería, con su esposa al frente. Una mujer igualmente trabajadora.
Muchas cosas pasaron en todo ese tiempo. Rufino no puede evitar acordarse de los convulsos 70, "aquí mismo ponían los de Sidenor las barricadas", y de los sucesos del 3 de marzo. "Los guardias me rompieron una luna de un disparo. Cerramos y ni me asomé a la puerta. Pasé mucho miedo. El día en que enterraron a los muertos fue también terrible. Aún oigo los gritos de la gente que venía de Reyes de Navarra al cementerio". Luego, regresó la tranquilidad. "Y nunca ha habido más problemas, por suerte". Trabajo, trabajo y trabajo. Ésa ha sido su vida. "Nunca en 50 años he tenido que cogerme un día de fiesta porque no hubiera qué hacer. Y antes de que nacieran los hijos, incluso abríamos el sábado entero y el domingo por la mañana".
Para otras personas sería impensable tanto sacrificio. Él se considera un privilegiado por no haber tenido tiempo para descansar. "No sé lo que es la crisis o el paro". Además, ahora está disfrutando de la edad de oro. "En enero nos volvemos a Benidorm. Tenemos cuadrilla, salimos a bailar, a pasear... Y si estoy aquí y el tiempo lo permite, voy a la huerta del pueblo. La salud no es la misma, pero no me puedo quejar".