Aquella izquierda progresista que vino a revolucionar la política española para hacer añicos la Transición y asaltar el cielo, naufraga en Euskadi.
Aquellos vientos innovadores que conocieron incluso el éxito en las urnas vascas, besan ahora el suelo con una derrota hiriente que castiga sin miramientos su desunión y también su ideario cada vez más licuado.
Los pírricos réditos de Elkarrekin Podemos, especialmente, y de Sumar caricaturizan un declive irrefrenable.
En Madrid, este naufragio adquiere una significativa dimensión. El séquito de Pablo Iglesias camina hacia su absoluta insignificancia más allá de los gritos de Ione Belarra. Yolanda Díaz, por su parte, tampoco se libra del vapuleo. Vuelve a sentir el dedo acusador sobre el devenir de su cuestionada gestión. Sumar gripa. Ya le ocurrió en Galicia donde se quedó fuera del Parlamento. En la CAV, se salva del ridículo por el escaño de Araba, aunque es incapaz de colocar siquiera a su novel cabeza de cartel en la Cámara de Gasteiz. Le queda el triste consuelo de reunir la misma cuota de representación que la denostada ultraderecha. Eso sí, para sacudirse de una noche tétrica puede degustar la victoria moral de asistir a la defunción institucional de Elkarrekin Podemos, sin premio alguno a pesar de la incisiva campaña de Miren Gorrotxategi.
Con tan desolador balance, la capacidad de ayuda de Sumar a Pedro Sánchez asoma inane.
Peor aún, tan funestos resultados pueden incitar a esta macedonia de partidos a endurecer su discurso ante las elecciones europeas y así marcar una línea de ortodoxia izquierdista que comprometa, incluso, la unidad de acción del propio Gobierno. Tampoco el presidente se incomodará en exceso. El crecimiento conseguido por Eneko Andueza, que avala el lema de su campaña por la vía de los resultados, y la más que probable victoria de Salvador Illa en Catalunya reconfortan sobremanera al líder socialista, inmerso en un escenario especialmente comprometido por la contestación que viene sufriendo.
Hasta puede sacar músculo frente a un Feijóo que combina la satisfacción que le produce su acierto en la apuesta por Javier de Andrés con el regusto amargo de ver otra vez a Vox en un hemiciclo.