Las escaleras en la calle Errekatxiki que conectan el barrio de Santa Lucía con el de Judimendi no tienen secretos para una Garbiñe Ruiz que ha subido y bajado por esos escalones millones de veces para acceder al parque –al que dan las ventanas del domicilio de sus padres– que se asienta sobre el antiguo cementerio judío.

“Esta zona era el referente de mi generación y a donde veníamos a jugar. Y, sobre todo, era donde se hacían las hogueras de San Juan, se ponían las txosnas y se celebraban los conciertos con Joselu Anaiak en las fiestas de Judimendi; la primera vez que nuestros padres nos dejaban salir hasta más tarde”, detalla la candidata a la Alcaldía de Vitoria-Gasteiz por Elkarrekin, evocando una infancia en la que la pintura era su gran pasión y hacia la que acabaría dirigiendo sus pasos estudiando Bellas Artes.

En imáganes: El recorrido vital de garbiñe Ruiz en Vitoria-Gasteiz JOSU CHAVARRI

“Yo quería ser pintora de mayor, porque eso de ser princesa y estar todo el día sentada en el trono me parecía muy aburrido. Empecé a pintar con cinco años y mi madre aún tiene en casa pequeños recortes de lo que dibujaba, como uno de mi padre: es un garabato, pero se ve una persona con barba y los ojos verdes, aunque realmente no los tiene verdes pero yo lo veía así”.

VIDEO: El recorrido vital de Garbiñe Ruiz en Vitoria-Gasteiz

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Esa pasión por la pintura –“entraba a cualquier exposición a ver los cuadros, como a las de la sala Pajarita en la calle Cuchillería”– le condujo desde muy pequeña a diferentes academias. “La primera estaba en la plaza Simón Bolívar y eran dos chicas que se llamaban Chuchi y Miren a las que vi hace poco y me hizo mucha ilusión recordar. Luego pasé por la de Urdangarin y al final me acabé encaminando a estudiar Bellas Artes. Acabé la vocación porque no le veía salidas laborales, pero en casa sigo pintando con mis hijos”.

“Yo quería ser pintora de mayor, porque eso de ser princesa y estar todo el día sentada en el trono era muy aburrido”

Quizá esa concentración que se requiere para expresarse con un pincel fue la que hizo de Garbiñe una niña tranquila, pero esa actitud no duró eternamente: “Con nueve años me caí por las escaleras del colegio, me tuvieron que llevar en ambulancia al hospital y me dijeron que me había roto la tibia y el peroné. Cuando me recuperé, como que me entró el brío, parecía que tenía la necesidad de moverme y a partir de ese momento me volví mucho más inquieta”.

En imáganes: El recorrido vital de garbiñe Ruiz en Vitoria-Gasteiz JOSU CHAVARRI

En el colegio Ángel Ganivet, delante de la casa familiar pasando la calle Jacinto Benavente, forjó unas amistades que hoy se mantienen vigentes. “Era un colegio en el que nos conocíamos todos –recuerda con especial cariño a Amador, su primer tutor, y a Arantza, quien hasta hace pocos años seguía siendo la directora del centro– porque éramos del barrio y sigo teniendo mi grupo de amigas de cuando estudiamos la EGB; también fuimos la primera generación de la ESO, y nos llevaron a Ekialde. Alguna sigue viviendo en el barrio, que para mí es como un anhelo porque somos muy familiares y nos gusta venir. Mis hijos patinan y vamos mucho al skate park y aprovecha para bajar toda la familia y tomamos el vermú. Tampoco está mal llevarte un táper de mi ama; ahora sus lentejas no las cambio por nada, aunque de pequeña se me hacían cemento”.

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En imágenes: El recorrido vital de Garbiñe Ruiz en Vitoria-Gasteiz

Muy musicales

Juegos como la comba o la goma eran protagonistas en sus primeros años en cuadrilla. Luego llegó el momento de aprender a andar en bici en el parque de Judimendi, en la antigua zona donde existía un circuito. Y también en uno de esos “campos rojos” antes diseminados por la ciudad y que eran el terror de las madres porque desteñían y los niños llegaban a casa tintados.

“Merendábamos viendo Barrio Sésamo y bajábamos a jugar, aunque con los años nos volvimos más sedentarias y éramos más de sentarnos y estar de charleta”, detalla mientras se acomoda en uno de esos bancos de la calle Errekatxiki en los que tantas horas pasó. “Teníamos una tienda de chucherías debajo de casa, la tienda de la Juli, y nos duraba poco la paga. Nos comprábamos la Superpop entre tres o cuatro amigas y nos pasábamos la tarde en un banco, comiendo pipas y viendo los artículos de Leonardo DiCaprio o Brad Pitt, haciendo los test de la revista esos de qué tipo de artista eres o las encuestas que traía”.

“Nos comprábamos la ‘Superpop’ entre tres amigas y nos pasábamos la tarde en un banco, comiendo pipas”

La música era una de las pasiones de Garbiñe y su cuadrilla de amigas. Pero, claro, entonces el catálogo de canciones no iba en un móvil dentro del bolsillo. “La música no la podías descargar, no existía Spotify... Nosotras grabábamos el programa de Los 40 Principales en cintas de VHS, pero tenías que estar muy atenta para darle al botón justo cuando salía la canción que querías. Nos gustaba muchos bailar con los videoclips, pero no teníamos un altavoz como hay ahora y cuando estábamos en la calle bailábamos los Bom Bom Chip mientras nos lo cantábamos a nosotras mismas”. Una pasión por la música –“íbamos a Radio Gorbea y pedíamos canciones por el teleportero”– y el baile que les acompañó en sus primeras salidas nocturnas “al Zarata, en Nueva Dentro”.

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Inglés y gimnasia

Aunque fue una alumna “aplicada”, no duda a la hora de reconocer qué dos asignaturas se le atragantaban. “Se me daban bien lengua y euskera, pero se me atascaba mucho el inglés, no sé si fruto del complejo de que casi todo el mundo iba a academia y cuando empezamos con José Antonio había ya un nivel en clase que... Algunos decíamos hello y no nos enterábamos de más, pero ya me resarcí yendo de Erasmus a Inglaterra”.

Y luego estaba la tortura que le suponía la educación física... “Tengo la espalda torcida, una escoliosis importante, y tuve que llevar un corsé ortopédico que era la mofa del cole. El profesor creo que estaba angustiado porque estaba todo rígida y me decía mejor hazme trabajos escritos. Fue un relax no tener que hacer gimnasia porque era asmática también y no tenía fondo. Al final me libré del plinto, del potro y del test de Cooper, que era horroroso. Y eso que en casa siempre hemos andado en bici y nos gustaba el bádminton, pero iba a mi ritmo y no tenía que ponerme roja como un pimiento”, recuerda ahora, riéndose, de las pinceladas con las que dibujó el cuadro de su infancia.