a irritación forma parte indisoluble de la derecha dura y extrema. El enojo es consustancial a su metabolismo, intolerante a estados carenciales de hegemonía y poder. Las dinámicas de una sociedad plural y de gobernanza repartida se le hacen cuesta arriba. Y cuando se rozan sus sacrosantos dogmas, aparece la ira o el arrebato. El lunes el portavoz de Vox, Jorge Buxadé, dijo que Sánchez iba al Liceu “a arrodillarse”. Al día siguiente, el presidente de UPN, Javier Esparza afirmó que Sánchez “arrodilla a España frente al independentismo”.

Pasada sin pena ni gloria la manifestación en Colón, quedaba encaramarse al mástil de la bandera en cuanto se confirmaran los indultos. Así lo ha hecho UPN, que compite con Vox como Casado y Díaz Ayuso, por la vía del estruendo, en una melé de la España humillada, discurso intrínseco del nacionalismo español más rancio y conservador; factor básico en este conglomerado. Si cada vez que la derecha exhibe su radicalismo, se obvia que este se nutre de un nacionalismo reaccionario, el análisis de situación será incompleto, a beneficio de quien desde el inicio de la legislatura intenta que el aforador de la crispación marque niveles máximos.

Es conocido que la derecha se abona al victimismo para tensionar sus bases. Lo hace incluso cuando gobierna, pero en la oposición se lanza a profetizar el apocalipsis.

A estas alturas la deriva de UPN no sorprende a nadie, pero contribuye a clarificar un panorama político que a este paso quedará cristalino, porque la segunda parte de la legislatura va a estar marcada en buena medida por la cuestión territorial. La derecha subirá los decibelios, pero deja al descubierto su impotencia. Por mucho que se sienta cómoda en sus marcos, el inmovilismo se erige como un pesado lastre en amplias zonas de la opinión pública, favorables a explorar principios de acuerdo con el soberanismo, con la conciencia cada vez más nítida del riesgo que supone Vox, una máquina de involución.

En esta encrucijada, UPN sigue abonado a su inercia de sacudir con saña al PSOE. Con ello, estrangula aún más la hipótesis de un eventual futuro de entendimiento con los socialistas, facilitando el trabajo a la actual mayoría política en Navarra. Paradojas de la vida, comparables con un precedente recordado en esta semana de alto voltaje político. Una de las razones de la consecución de los indultos se fundamenta en la obstinación derechista que Ciudadanos, socio de UPN, exhibió en 2019. Con la pertinaz deriva de Rivera y el seguidismo de Arrimadas, el PSOE se convenció -ya le costó- de que el espacio de entendimiento estaba a su izquierda, quedando trenzada tras la repetición de las Generales la entente que ha dado forma a dichas excarcelaciones.

Esparza desea un efecto depresor concatenado, que Sánchez se despeñe en Madrid y Chivite lo acuse en Navarra. Como voluntarismo político desprende una lógica. Pero el plan es endeble, porque comporta una estrategia de tierra quemada, presa de la inercia y las urgencias. UPN lleva 6 años en la oposición. Esparza ya ha gastado dos intentos en busca de la presidencia. En 2015, con la campaña del superlativo, y en 2019, con el concentrado de Navarra Suma. En 2023 vendrá la tercera tentativa, a doble o nada, con o sin coalición. La hoja de ruta de UPN pende también de que se produzca otra paradoja: que en los siguientes comicios EH Bildu crezca en detrimento de Geroa Bai.

Navarra tiene ante sí desafíos claves y sintonías sociales transversales, y una parte fundamental de la opinión pública rechaza la estrategia de la crispación y el berrinche permanente.

Todo esto cuando en el PSOE el pilar básico no se aleja tanto de la derecha. El ministro de Justicia, Juan Carlos Campo, ha dicho sobre el derecho a decidir que “lo que sea España lo decidirán todos los españoles”. ¿Qué se entiende por una decisión conjunta? ¿Impedir por la fuerza la decisión mayoritaria de un sujeto político? ¿Lo que sea Europa lo tienen que decidir todos los europeos, o los Estados tienen opción de salida? ¿Acaso el camino de Navarra lo decide el conjunto de los vascos? Y un interrogante bidireccional: ¿Cómo se decide lo que quiere o no quiere ser Catalunya?