unque es un episodio poco conocido, fue una realidad. Los servicios de información del Gobierno Vasco en Madrid localizaron a un histórico nazi belga que al suicidarse Hitler huyó de Noruega, llegando a amerizar en la bahía donostiarra de La Concha. Se trataba del también conocido como “hijo adoptivo” del führer, León Degrelle.

La célula vasca compuesta por Jesús Insausti Uzturre, Koldo Mitxelena, Sabin Barrena y Pello Irujo, entre otros, que estaba radicada en la capital española tanteó su secuestro a los aliados, pero desde Bélgica optaron por abortar el plan que ya estaba detallado. El exparlamentario del PNV Iñaki Anasagasti detalla el origen del plan. “Los vascos se sirvieron del chófer de la duquesa de Valencia, que les facilitó la información sobre los movimientos del dirigente nazi. No tendré que hacer mucho énfasis en el tipo de relaciones que mantenía la duquesa con el fogoso fascista, según nos contaba Uzturre”, revela.

Todo estaba a punto. El secuestro era “sumamente fácil” pues la duquesa utilizaba coche oficial y nadie sospecharía de un vehículo con tales características en la frontera vasca de Irun. “La acción -agrega el exsenador- estaba bien organizada, perfectamente sincronizada, bien cubierta, con el éxito asegurado y sin complicaciones para nadie. Salvo para Degrelle”.

Sin embargo, tras poner toda la carne en el asador, se detuvo la maquinaria. El escritor de Elantxobe Andima de Ibiñagabeiti fue el encargado de avisar para que se suspendiera el rapto, según comunicó con urgencia el Gobierno Vasco exiliado en París y su red de información. En palabras de Anasagasti, ni Bélgica lo quería. Para el Gobierno de dicho país lo óptimo era que Degrelle permaneciera bajo auspicio de Franco y del entonces ministro Serrano Suñer, quienes, al igual que Hitler, le “adoptaron” durante más de 50 años en la piel de toro. “Al primer ministro socialista belga Paul Henry Spaak le preocupaba la presencia del fascista creador de los rexistas en Bruselas. ¡Degrelle iba a perturbar la paz belga! En resumidas cuentas: hablaría demasiado y comprometería a muchos”.

Con todo, la célula clandestina vasca suspendió la acción, a juicio de Anasagasti, “confundidos y decepcionados”. Ahora bien, según su estimación, aquellos patriotas “actuaron con lealtad y siguieron las indicaciones oficiales belgas, aun no estando de acuerdo”.

La biografía de Degrelle (Bélgica 1906-Málaga 1994) es tan sanguinaria como trufada de incontables anécdotas. La última de su vida y quizás la más reveladora fue que tras morir de un infarto en un hospital malagueño, el Gobierno belga prohibió que las cenizas del nazi entraran en el país. Falleció con 87 años tras haber vivido con identidades falsas como Juan Sanchís o Don Juan de la Carlina. De hecho, recibió en sus palacetes a falangistas hasta que quedó arruinado.

Pero volvamos a Euskadi, a Donostia, a la playa de La Concha. El mismo día que el diario ABC informaba el 2 de mayo de 1945 sobre el fin de la Segunda Guerra Mundial, también lo hacía sobre el suicidio de Hitler y sobre el amerizaje de un avión con una esvástica en aguas donostiarras. Seis nazis se habían quedado sin gasolina al sobrevolar Biarritz y optaron por tratar de llegar a terreno franquista, y después de recorrer más de 2.000 kilómetros aterrizaron en Donostia. En la capital guipuzcoana se rumoreó, incluso, que Hitler no había muerto y que iba en ese avión que había partido de Oslo, último reducto nazi donde se replegó Degrelle. Se supo que uno de sus ocupantes era el comandante al que Hitler le dijo en una ocasión: “Si tuviese un hijo, me gustaría que fuese como usted”.

El belga que negara el Holocausto nazi al papa Juan Pablo II en una carta de ocho folios en 1979, sobrevivió al siniestro aéreo y permaneció 18 meses ingresado en el llamado Hospital Mola de San Sebastián. El Heinkel-111 era propiedad del famoso ministro de Armamento nazi Albert Speer. Familias donostiarras recogieron trozos del bimotor y el Gobierno totalitarista de Franco lo trasladó a Logroño.

“Degrelle -apostilla Anasagasti- fue voluntario al servicio de las tropas de Hitler y participó en la campaña del Este. Recibió de manos del autocalificado como führer la Cruz de Hierro y compartió con el dictador nazi la resistencia a la última ofensiva aliada contra Alemania. Fue por tanto un colaboracionista de tomo y lomo”. En 1950, Franco lo nacionalizó español y fue cuatro años después de la muerte del dictador cuando el nazi belga escribió una carta al papa negando el exterminio. “Si en la actualidad hay tantos judíos, resulta difícil creer que hayan salido tan vivos de los hornos crematorios”, argumentó en la misiva.

El antidemócrata católico murió el 31 de marzo de 1994 en Málaga por una insuficiencia cardíaca, en una jornada en la que Durango conmemoraba el triste bombardeo fascista contra la villa vizcaína ocurrido en 1937. El raid concluyó con más de 336 personas inocentes de ambos bandos asesinadas a manos de la aviación de Mussolini, líder fascista que se había reunido con León Degrelle en agosto de 1936.