ue Alexander Lukashenko no fuera reelegido presidente de Bielorrusia por sexta vez consecutiva en los comicios de la semana pasada se lo ha creído esta vez más gente que nunca; ante todo a causa de tres mujeres : "las sustitutas". A la hora de la verdad, Lukashenko volvió a ganar abrumadoramente, como todos los autócratas.

Estas tres mujeres eran Svetlana Tihanovskaja, como candidata principal de la oposición, y sus colaboradoras Maria Kolsnikova y Verónica Zepkalo que se presentaban a las presidenciales en sustitución de sus maridos/parejas que habían sido apartados de la carrera electoral por el Gobierno con acusaciones insustanciales, pero suficientes para que un rigorismo jurídico los lleve provisionalmente a la cárcel.

A Lukashenko, quien gobierna el país con métodos neo estalinistas, se le han enfrentado desde siempre movimientos democráticos, pero su auténtico y más temible rival es Putin, el presidente ruso, quien tiene como meta prioritaria de la política exterior rusa una confederación con Kazakstán y Bielorrusia (y Ucrania, antes de la crisis del Maidan). Y Lukashenko ha tratado de marear la perdiz en este tema; ya que no podía decirle claramente que no a Moscú (de cuya benevolencia económica y política depende la supervivencia de su país y de su Gobierno), ha ido dando largas al proyecto e inventándose impedimentos domésticos para alargar el compás de espera.

Pero el descontento público ha ido creciendo en Bielorrusia a medida que empeoraba la economía y la libertad política, situación que le llevó a Lukashenko a declarar en plena secesión ucraniana que "€sólo él podía impedir en Minsk un segundo Maidan€". Si los bielorrusos se lo creyeron o no, no se sabrá nunca, pero en el Kremlin la afirmación se entendió como una negativa definitiva a las aspiraciones confederalistas de Putin. Y desde entonces la oposición parlamentaria y la callejera - sobre todo esta - a Lukashenko comenzaron a rebrotar con fuerza; con fuerza, pero sobre todo con imaginación.

Con tanta imaginación que en la campaña de electoral de este año la oposición movilizaba a sus simpatizantes con una canción celebre en las postrimerías del comunismo soviético : la canción de los seguidores polacos de Solidarnosc que comenzaba : "€derribemos estos muros, derribemos estas cárceles€"

Claro que la Bielorrusia de hoy no es la Polonia comunista de los 80 y que Putin no es Brézhnev. Pero para inquietud de Minsk, el Kremlin sigue siendo el Kremlin, y los sueños de grandeza rusos siguen presentes con los zares, con el soviet supremo o con Putin...