Queridos Reyes Magos de Oriente, a vosotros que repartís ilusiones y sonrisas un día al año, quiero dedicaros la primera carta de 2019. Mi fe europeísta es ilimitada, pues, se basa en la irrefutable prueba de las bondades del proyecto común emprendido por los europeos a raíz del Tratado de Roma de 1957. Paz y progreso es una combinación con poco espacio temporal en nuestra historia. Las guerras dinásticas, comerciales, religiosas, territoriales o ideológicas han sembrado nuestros campos de cadáveres de millones y millones de europeos anónimos, que dieron sus vidas por conflictos generados desde los poderes establecidos. Lo que hoy llamamos Unión Europea, primero Comunidad Económica Europea y después Comunidades Europeas, es el mayor logro democrático de cesión de soberanías de viejas naciones, que jamás haya visto la Humanidad. ¿Cómo no creer entonces en ella? Pero esa fe no es dogmática, requiere de una reflexión y un debate continuo para que el compromiso se renueve y no caigamos en la inercia de una UE que no nos representa, ni nos interesa.