shanghái - Theresa May viajó esta semana a China para conseguir nuevos acuerdos comerciales con la segunda economía del mundo y frenar la fuerte presión a la que se ve sometida para que establezca de una vez por todas su postura sobre el futuro comercial del Reino Unido tras el Brexit.

Tras un viaje de tres días a Pekín y Shanghái, la primera ministra británica explicó que Londres no tenía que elegir entre un acuerdo de libre comercio con la Unión Europea después del Brexit o acuerdos con el resto del mundo. Esa postura a muchos diputados euroescépticos, incluidos voces dentro de su propio partido, no les sirvió y le pidieron abiertamente que sea más específica sobre sus prioridades.

Las voces discordantes creen que May se dirige a un “Brexit solo de nombre” y temen que aunque la salida del bloque común sea una realidad, en la práctica las cosas sigan como hasta ahora. Mientras tanto, las complicadas negociaciones entre Bruselas y Londres se reanudan mañana. El ministro del Brexit, David Davis, se reunirá en la capital británica con su homólogo de la UE, Michel Barnier, y los funcionarios de ambos partes continuarán las discusiones técnicas durante el resto de la semana.

Mientras Downing Street sigue caracterizándose por su falta de información y solo confirmó la firma de un paquete de medidas con Pekín cercano a los 9.000 millones de libras (unos 10.200 millones de euros). Una cifra muy lejana a la firmada entre ambos países durante el viaje de Estado del presidente chino, Xi Jinping, a Reino Unido en 2015, que estuvo valorada en los 40.000 millones de libras (unos 45.000 millones de euros).

Para muchos esta es la prueba clara de que Pekín no va a hacer grandes firmas ni dar grandes pasos hasta que no se esclarezca el escenario en el que situará Reino Unido tras el Brexit. De hecho, sin ir más lejos, el propio ministro de Comercio Internacional y defensor acérrimo de la salida del bloque común, Liam Fox, admitió que cualquier acuerdo comercial entre Pekín y Londres está “algo lejos”. La mayoría de los anuncios han sido vagos. May defendió que había logrado un acuerdo para abrir el mercado chino a nuevos servicios financieros británicos y Fox anunció el compromiso de comenzar una revisión conjunta de comercio e inversión, explorando nuevas asociaciones comerciales que allanen el camino a las conversaciones de un tratado de libre de comercio.

Un viaje banal En la prensa británica, la mayor parte de la cobertura del viaje de May y su marido se centró en hechos banales. Desde el hecho de que a ella y Philip disfrutan del mismo tipo de té en Downing Street que el que les sirvió Xi o como muchos chinos apodan cariñosamente a la conservadora como “tía May”, pasando a ser uno de los miembros de la familias chinas. “Oh gracias, muchas gracias, me siento honrada”, dijo una sorprendida premier.

En suelo chino, May no entró en temas que le pudiesen dar problemas. No hubo mención ni condena a la situación de los derechos humanos ni tampoco se habló de la autonomía del Tíbet o la represión en la región de Xinjiang. Prueba es que el periódico nacionalista Global Times elogió a la primera ministra por “no hacer ningún comentario contrario a los objetivos de su viaje”.

Quizás el punto más importante fue la conferencia de prensa con el primer ministro, Li Keqiang, donde se prometieron a poner en marcha nuevas rutas para los productos agrícolas británicos para el mercado chino, y se comprometieron a explorar la eliminación de la prohibición de la carne de vacuno británica, que ha estado en vigor desde la crisis de las vacas locas en la década de los 80.

Carne y lácteos La ternera británica llegará por primera vez a las mesas de los restaurantes chinos por primera vez en dos décadas, dijo May. El acuerdo plantea avanzar para conseguir el levantamiento de la prohibición en los próximos seis meses y un acuerdo para permitir la exportación de una gama más amplia de productos lácteos británicos.

Los funcionarios británicos estiman que el dijeron que el acuerdo podría suponer unos 500 millones de libras (unos 570 millones de euros) para la economía del Reino Unido en los próximos cinco años. El paso final para lograrlo será que los funcionarios chinos certifiquen que las granjas británicas están libres de EEB, la encefalopatía espongiforme bovina.

Las exportaciones de carne de vacuno británica se prohibieron en 1996 en el momento álgido de la crisis de las vacas locas. La UE levantó la prohibición en 2006 y Estados Unidos permitió la importación de carne por primera vez el año pasado, pero en China continúa la prohibición.

May destacó que quería que Pekín abriera aún más sus mercados al Reino Unido, especialmente a productos agrícolas, pero la prensa del país asiático, voz oficial del Partido Comunista, recordó como China es un país autosuficiente en agricultura, pero como los consumidores chinos deberían tener la opción de comprar británica. “China es un país agrícola importante y tenemos suministro de nuestro propio mercado, pero nos gustaría darles más opciones”.