La situación era insostenible. 1988 arrancaba con un clima insufrible en Euskadi. ETA había sacudido el corazón de la sociedad vasca en junio del año anterior con el atentado de Hipercor y a finales de año la barbarie volvió a escenificarse contra la casa cuartel de Zaragoza. El lehendakari José Antonio Ardanza convocó a todos los partidos para invitarles a dar la espalda a ETA. Todos, salvo Herri Batasuna (HB), acudieron a la llamada. Los representantes de las formaciones que sumaban el 80% del arco parlamentario se encerraron durante casi tres días para consensuar un texto titulado Acuerdo para la Normalización y Pacificación de Euskadi, pero que pasó a la historia como el Pacto de Ajuria Enea. Fue el primer gran acuerdo entre vascos. ETA y su entorno vieron cómo el resto de la sociedad les daba la espalda, pero, aún así, todavía quedarían por atravesar muchos años de violencia y lágrimas.
Las negociaciones fueron complejas e intensas. En la mesa siete hombres buscaban el pacto: el lehendakari Ardanza, Xabier Arzalluz del PNV, Alfredo Marco Tabar de CDS, Inaxio Oliveri de Eusko Alkartasuna (EA), Txiki Benegas del PSE, Kepa Aulestia de Euskadiko Ezkerra (EE) y Julen Guimón de Alianza Popular (AP). Pero aquel encuentro llevaba cocinándose desde meses atrás. Entre los atentados de Hipercor y Zaragoza ya se habló de la necesidad de una estrategia y una respuesta unitarias ante la violencia. El 5 de noviembre de 1987 se escenificó el Pacto de Madrid, pero era palpable que aquel consenso había que trasladarlo y escenificarlo también en Euskadi. El Gobierno Vasco dio los primeros pasos entre octubre y noviembre, meses en los que acercó posturas con EE sobre los contenidos y el esquema que debería tener un hipotético pacto.
Los días 10, 11 y 12 de enero de 1988 Ajuria Enea se convirtió en un cónclave en el que siete hombres, ocho en realidad, se desgastaron en jornadas maratonianas desde primera hora de la mañana hasta la madrugada. “Los que estábamos allí condenábamos el terrorismo, lo repudiábamos y criticábamos las posturas que defendían o justificaban la violencia”, explica a DNA Kepa Aulestia. “Hubiese sido un sin sentido que en aquella reunión estuviera HB, porque la intención de la propia cita era, precisamente, enviar un mensaje y un emplazamiento al MLNV y a la izquierda abertzale. Era evidente esa factura en la sociedad y en la política vasca. No había miramientos en la política vasca hacia la izquierda abertzale y ETA”, añade.
Sin embargo, Alfredo Marco Tabar sí echó en falta la presencia de HB: “Faltaban los que tenían que estar, los representantes de Herri Batasuna. Eran los únicos que tenían su relación directa con ETA. Los demás teníamos la mejor de las intenciones, pero ninguno teníamos una solución exacta, ni de lejos. Empezamos desde las discrepancias más absolutas, porque entre los diversos partidos políticos había unas diferencias que parecían insalvables”. Esas diferencias alimentaban el escepticismo sobre el éxito del encierro, algo que se suplió con la mano izquierda del anfitrión, Ardanza, y su escudero, el octavo hombre. Fue vital la ayuda de José Luis Zubizarreta, el secretario del lehendakari que dirigió el cónclave.
fantasmas en la reunión No todos en aquel encuentro tenían plenos poderes para aceptar o ceder en cada punto de la discusión, por lo que a lo largo de más de 50 horas de trabajo estuvieron allí presentes los fantasmas de los máximos dirigentes de los partidos, que eran continuamente informados de lo que se proponía entre las paredes de Ajuria Enea.
En aquella búsqueda de consenso a seis bandas, Kepa Aulestia destaca la predisposición de los presentes: “Se generó un clima de confianza, de mutua comprensión, dando margen a que cada cual pudiera convencer a los otros y viceversa. Fue laborioso, pero no porque hubiese tensión o una situación de dificultad de comunicación entre los que estábamos allí. Me sorprendió, por ejemplo, Xabier Arzalluz, porque en todo momento vi que confiaba en lo que nosotros planteábamos”.
De hecho, el dirigente del PNV quiso romper el protocolo en la firma y presentación del pacto el día 12. Arzalluz cedió su sitio en la foto junto al lehendakari para que lo ocupara Aulestia, en reconocimiento a la importante tarea que Euskadiko Ezkerra tuvo en el proceso. “Me sorprendió porque la relación entre PNV y EE era buena, pero era una relación de confrontación política y de cierta distancia y frialdad”, según el ex secretario general de EE.
El pacto terminó con la división entre nacionalistas y no nacionalistas. Aquello aisló a la banda y su entorno, deslegitimando la violencia y condenando su uso para fines políticos. Para Kepa Aulestia la firma de Ajuria Enea acarreó dos aportaciones al escenario político: “Una fue declarar de manera muy expresa que ninguna reivindicación política podía justificar el uso de la violencia. La otra aportación fue que, por primera vez todos excepto ETA y la izquierda abertzale, reconocimos que el problema era de los vascos. No era un problema que los vascos tenían con España o el Estado, o ETA con el Estado. El problema era de la sociedad vasca, de la política vasca y de las instituciones vascas. Y nosotros teníamos que resolverlo”.
Pero el Pacto de Ajuria Enea no consiguió sembrar el final de la violencia de ETA, que seguiría matando 23 años más. El acuerdo vivió importantes crisis entre 1992 y 1995, entre otras cosas por el conflicto de la autovía de Leizaran, las conversaciones entre PNV y HB o el rechazo del PP a reinsertar a los presos.
El propio Alfredo Marco Tabar explica que “el Pacto de Ajuria Enea se fue desdibujando desde aquella legislatura. Entraron personajes nuevos, dirigentes nuevos, las propuestas se fueron politizando y, además, hubo interpretaciones torticeras de los puntos fundamentales del pacto. Pero no quiero entrar en eso, quiero quedarme con la intención que tuvimos todos de, por primera vez, estar de acuerdo en una hipotética solución dialogada de la violencia”.
Aquel pacto contra la barbarie murió en 1998 pese a los esfuerzos de Ardanza para evitar que entrase en vía muerta. Se apagó así el primer gran consenso entre la mayoría de vascos, aquel bloque común para luchar contra la barbarie. Treinta años después, aquel encierro deja para la posteridad el hito del encuentro entre diferentes, algo que incluso hoy en día se antoja imposible. “El Pacto de Ajuria Enea es irrepetible”, describe Marco Tabar, “entonces nos unió el deseo de terminar con la barbarie de ETA y en eso estábamos todos de acuerdo. Hoy también estaríamos de acuerdo, pero sin esa amenaza de ETA tan evidente, sería complicado encontrar consenso. Ahora hay nuevos partidos, nuevas ideas y nuevas formas de hacer política”. En 2018, ya sin violencia, a los agentes políticos les queda la misión de conseguir la normalización que deseaba el Pacto de Ajuria Enea y cerrar toda una colección de cicatrices.