la última crisis gubernamental libanesa -la fuga con retorno del jefe del Gobierno, Saad Hariri- es un auténtico compendio del quehacer político en Oriente Próximo. Porque la crisis no era tanto libanesa como irano-saudí; Saad Hariri tampoco es propiamente libanés, sino lo que él quiera en cada momento ya que tiene tres nacionalidades (libanesa, saudí -país en el que nació en 1970- y francesa, además de la libanesa); su renuncia a la jefatura del Gobierno tiene más de baile de san Vito histriónico que de dimisión en serio; y políticamente, tampoco representa realmente los intereses de un sector de la población del Líbano, sino -¡y sólo hasta ahora!- mayormente, los de la Arabia Saudí.
Lo genuinamente libanés en este joven “poderoso por su casa” es la pertenencia a una de las familias más importantes del Líbano, y ser hijo de Rafik Hariri, el que fue jefe de Gobierno y mártir y es recordado aún en la República con cariño cómo un héroe nacional.
Amigos y enemigos coinciden en que Saad no alcanza ni de lejos la talla y el carisma de su padre, pero parece superarle en cuanto a buena suerte. Porque tanto al frente del Gabinete como del imperio comercial de los Hariri -que Saad ha dirigido la mayor parte del tiempo desde Riad y, sobre todo, a gusto de Riad ya que está asociado a un miembro del clan Saud- los logros del buen hombre han sido negativos. La fortuna ha menguado demasiado para pretender seguir siendo poder en el Oriente Próximo. Y en política, sus iniciativas han disgustado a todos, empezando por los saudíes que le siguen apoyando sólo en la medida en que la opinión pública libanesa le sigue endosando la figura de héroe-heredero. Y esto, más que nada por la inquina que le profesa el Gobierno iraní.
En realidad, las desventuras de Saad Hariri son hasta cierto punto culpa de los propios saudíes. A la muerte de Rafik Hariri, el hijo mayor de este -Bahaar- debía haberse hecho cargo de todo: del imperio económico familiar y de las riendas del Gobierno libanés. Pero Bahaar no sólo era inteligente, sino que también era voluntarioso, demasiado voluntarioso para un patrono tan autoritario como la dinastía de los Saud. Y la consecuencia fue un dorado ostracismo del hermano mayor y una promoción contra viento y marea de Saad, quien ya en el 2009 asumió la presidencia del Gabinete libanés.
El auge de Hezbolá en los últimos tiempos y la doble irritación musulmana (Teherán y Riad) con las piruetas de Saad deberían haber puesto fin a la vida política de este. Pero el hombre tiene la suerte de que el pueblo libanés vea en él un mártir-sucesor y tiene, a falta de los talentos financiero y político, el talento teatral lo ha desarrollado y ha sabido convencer a la opinión pública nacional de que sí, de que es un mártir-patriota, casi tanto como su padre Rafik?