Esta beligerancia que muestra Jean Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea, contra los nacionalismos en Europa, sin distinción, no es nueva. En realidad, tratándose de un luxemburgués podríamos decir que lo suyo es cómo el exfumador que no soporta el humo. Porque el país del que fue primer ministro, con apenas medio millón de habitantes, fue antes de convertirse en independiente parte del imperio español, del austriaco, de la Francia revolucionaria, varias veces alemán por ocupación y por voluntad, belga y holandesa. Y ahora, Juncker nos sale con que no se debe aceptar ningún nuevo Estado en el seno de la UE.

De entrada, es más que discutible que un presidente de la Comisión Europea se muestre tan beligerante contra opciones políticas legítimas que cohabitan en el espacio político del ejecutivo que él dirige. Sobre todo, porque ese “Gobierno” no es fruto de una elección directa de la ciudadanía sino fruto de un “apaño” entre otros Gobiernos de Estados. Aunque quizás, esa puede ser la explicación de la hostilidad que el político luxemburgués manifiesta contra aquellos que cuestionan precisamente la Europa de los Estados.

Hace unos días, Juncker se descolgó en Bruselas con la siguiente frase: “Si Catalunya se independiza, otros harían lo mismo. Y no quiero una Unión Europea de 98 Estados”. El jueves en Salamanca, agasajado y ante un entusiasta Mariano Rajoy remató: “Los nacionalismos son un veneno que impiden que Europa trabaje de forma conjunta para influir en la esfera mundial”. Uno tiene la sensación de que Juncker solo quiere en la Unión Europea a los que defiendan el mismo concepto que él tiene de esta realidad política y todos los demás quedan excluidos de un proyecto.

Pese a su edad y cargo, el luxemburgués parece desconocer que en la construcción de las estructuras de la Unión Europea en las que ha hecho carrera política formaron parte esos a los que hoy insulta. Sí, los nacionalismos democráticos apostaron precisamente por la construcción europea contra la tiranía. Y ya que últimamente españolea mucho, debería estudiar el papel de los nacionalismos vasco y catalán mucho antes de que él naciera.

Pero no creo que sea desconocimiento, o no solo eso, lo que impulsa a Juncker a esta cruzada. Más bien tiene que ver con el respaldo que los Estados (esos a los que según el presidente de la Comisión Europea nadie debe tocar) y el propio Parlamento Europeo (incluidos los nacionalismos a los que ahora ataca ferozmente) le prestaron cuando nos enteramos de que bajo su responsabilidad Luxemburgo se había erigido en un enorme centro de evasión fiscal corporativa, en un acuerdo vergonzoso entre su Gobierno y 343 multinacionales.

Lo siento, señor Juncker, pero usted no es quién para repartir carnés de europeísta. Y cuando usted pase, que pasará, las naciones de la Unión Europea seguirán reivindicando su derecho a tener una estrella propia.