Hoy es 6 de octubre, una de esas fechas míticas en la historia de Catalunya, 83 aniversario de la proclamación del Estat Catalá por parte del president Lluís Companys: “En esta hora solemne, en nombre del pueblo y del Parlamento, el Gobierno que presido asume todas las facultades del poder en Catalunya...”. El intento fue abortado a sangre y fuego por el Gobierno de la República, con un ba-lance de 46 muertos. Catástrofe.

Llevamos meses (años) hablando del choque de trenes y cuando tiene lugar nos llevamos las manos a la cabeza. La situación, a día de hoy, es grave. Muy grave. Plenos del Parlament surrealistas que aprueban leyes imposibles, detenciones de altos cargos, movilizaciones diarias, envío de miles de policías y guardias civiles, un referéndum aún más surrealista y con un palmario déficit democrático, represión brutal e irresponsable, división social, acusaciones de sedición, empresas y bancos que, ¡alentados por el Gobierno español!, se marchan de Catalunya, un jefe del Estado supuesto árbitro que hace más una declaración de guerra que de convivencia, un pleno de un Parlamento suspendido por el TC sin haberse convocado... Algunos han querido obviarlo, pero esto era el “mambo” que anunció la CUP cuando tiró -¿simbólicamente?- el procés por el precipicio. ¿Hay tiempo? Sí, claro. ¿Hay voluntad? Más que discutible. Los últimos discursos de Felipe VI y de Carles Puigdemont fueron muy distintos, en fondo y en forma. El rey estuvo agresivo, amenazador, intolerante. Su lenguaje no verbal -muy estudiado- denotaba autoritarismo, despotismo. Puigdemont contraatacó de manera muy minuciosa con un discurso más conciliador y con un lenguaje no verbal suave: de pie -el monarca lo hizo sentado-, en un escenario sobrio, con semblante tranquilo, manos abiertas frente a puños cerrados. Al fondo, y en contraposición al retrato de Carlos III que tenía su hoy sucesor -elección de dudosa oportunidad, porque ese Borbón prohibió la edición de libros en catalán-, tras el president había una puerta abierta. Simbólico. Una imagen que tiene dos lecturas: o quería decir que está dispuesto al diálogo y al acuerdo, o que Catalunya tiene preparada la salida. O ambas cosas. La realidad es que una declaración de independencia o la aplicación del artículo 155 para intervenir la autonomía catalana son las peores salidas. Tanto Puigdemont como Rajoy tienen una extraordinaria presión para tomar cada uno de ellos una de esas decisiones. Hacerlo, en ambos casos, sería un desastre. Esa puerta abierta del president debe llevar al diálogo que culmine en un referéndum le-gal y pactado. A la democracia que nunca debió obviarse así.