madrid - Mariano Rajoy afrontó el primer asalto del debate de investidura con una desgana impropia de quien pretende convencer y granjearse amigos y solo entendible si se tiene en cuenta que sabe que le viene encima una derrota en tres tiempos. La segunda la sufrirá hoy en la primera votación y la tercera el viernes con la última votación. El líder del PP pronunció un discurso de 80 minutos monocordes, tediosos y sin convencimiento en sus propias fuerzas.
El trago de la derrota anunciada es amargo por necesidad pero, aún así, no trasmitió sensaciones positivas y se aferró al manido argumento económico de la recuperación y salida de la crisis pilotada por su gobierno la pasada legislatura. Junto a eso, se presentó como la única opción de gobierno estable y segura y espetó al PSOE su incapacidad para construir una alternativa de gobierno, al tiempo que le endosó la responsabilidad del bloqueo político que, a día de hoy, aboca a unas terceras elecciones generales el 25 de diciembre, salvo que lo evite un volantazo de los socialistas después del intento fallido de Rajoy. El discurso de presidente español en funciones no hizo variar la posición del partido de Pedro Sánchez, que ya acaricia su venganza política por su investidura fallida en marzo.
Sus mensajes al PSOE, al que solo citó expresamente en una ocasión para reclamarle apoyo en la financiación territorial, carecieron de convicción, dando por hecho que no van a hacer variar la posición de los socialistas. Semejante indolencia no agradó ni siquiera a sus socios de Ciudadanos que, tras la sesión plenaria, le criticaron con dureza. El portavoz parlamentario de la formación naranja, Juan Carlos Girauta, mostró su “sorpresa” por la ausencia de apelaciones al PSOE para pedir “una abstención parcial o del grupo, cuando solo le faltan 6 votos afirmativos para conseguir una investidura por mayoría absoluta o unas cuantas abstenciones”. En la forma, criticó el discurso “plano” de Rajoy y le reprochó cierta “falta de fe” en su candidatura a la reelección. “Si no se pone la voluntad, la energía, ni la fe necesarias para que te invistan a ti mismo, no se la van a poder poner los demás”, declaró.
No gustó a socialistas ni a socioliberales, ni tampoco a los nacionalistas vascos y catalanes, a los que encendió sobremanera con su defensa larga y pétrea de la unidad de España y la soberanía nacional y cerró aún más la puerta a cualquier apoyo a su investidura, reducida ahora solo a Ciudadanos y Coalición Canaria, pero que en cualquier caso resultan insuficientes para garantizarle la reelección.
En realidad solo se refirió al proceso soberanista catalán pero el mensaje fue para unos y otros. Calificó los pasos dados por el Parlament y el Govern de Catalunya como “una amenaza explícita contra la unidad territorial” que puede provocar “una enorme fractura en la sociedad catalana”. En este punto, defendió el pacto alcanzado con Ciudadanos para la defensa de la unidad y de la Constitución como modo de detener esta deriva independentista y recordó que la soberanía reside en la nación y, por tanto, la autonomía de las regiones españolas no las capacita para “decidir asuntos que afectan también al resto”. “En términos políticos y constitucionales el único pueblo soberano en España es el español y nada puede menoscabar ese fundamento político sobre el que se basa todo nuestro sistema democrático”, recordó.