Los ciudadanos de Estados Unidos temen que proliferen los ataques terroristas y en poco más de dos meses tendrán que elegir entre dos presidentes que no gustan a la mayoría de la gente, pero la guerra que enfrenta al Gobierno federal contra casi la mitad de los Estados del país es una cuestión de retretes.

No se trata de que su número sea insuficiente, ni de que las condiciones sean insalubres, ni que el acceso sea difícil para los minusválidos: se trata de que los transexuales puedan utilizar los excusados de su identidad sexual -es decir, el sexo con el que se identifican-, en vez del que corresponde a su anatomía.

La cuestión lleva ya meses en danza y entró en el debate público de forma visible la pasada primavera, cuando Carolina del Norte decidió que la normativa federal era contraria a las leyes del Estado. A partir de ahí, la discusión subió de tono porque muchas empresas decidieron boicotear a Carolina del Norte, no solo evitando celebrar convenciones y congresos en ese Estado, sino incluso amenazando con trasladar sus oficinas a lugares más favorables a los homosexuales, transexuales, bisexuales o cualquier otra variante de identificación sexual.

Semejante perjuicio económico sería grande y el gobernador del Estado su probable primera víctima, pues si bien la mayoría de la población se opone al uso alternativo de los retretes, va camino de votar contra su reelección el próximo mes de noviembre: el bolsillo les duele más que los principios.

Las grandes empresas que apoyan la nueva normativa, así como los poderosos grupos de presión de las diferentes preferencias eróticas, creyeron haber superado el problema y dado una lección a los retrógrados que trataban de oponerse con argumentos basados en la diferencia anatómica entre hombres y mujeres, que consideran irrelevantes y caducos

Pero esta tragicomedia ha ido a más y ahora ya se ha extendido más allá del nivel oficial a lo que en Estados Unidos llaman “guerras culturales”, que nosotros en nuestra casa, al otro lado el Atlántico, entendemos como escala de valores. Y a nivel oficial, quienes se enfrentan son, por una parte, el poderoso Gobierno federal, con toda la presión mediática y económica de que dispone la Casa Blanca, y por la otra los gobiernos estatales. Y no son pocos: casi la mitad han llevado el caso a los tribunales, en dos acciones diferentes ,y es probable que 23 de los 50 Estados norteamericanos opuestos a la ley acaben planteando el caso al Supremo.

Ted Cruz entra en disputa En el terreno político, la cuestión ya ocupó a los candidatos durante las primarias, especialmente al texano Ted Cruz, quien no paraba de fulminar contra el progresismo de la Casa Blanca y de los demócratas, con un mensaje que sin duda resonaba en millones de padres con hijas en edad escolar: “Los aseos femeninos no son sitio adecuado para los hombres”.

No es que el problema de los transexuales agobie a las escuelas: un maestro veterano aseguraba que, en sus 36 años de profesión, todavía no se ha encontrado un estudiante transexual. Quizá por esto la cuestión preocupa especialmente en centros escolares, pues la normativa no se limita a los retretes -donde las puertas garantizan una cierta intimidad- sino también a los vestuarios, donde los deportistas de ambos sexos acostumbran a circular desnudos o muy escasos de ropa. Y si en 36 años no han aparecido transexuales, hay quienes creen que es posible que ahora sí surjan, ante la oportunidad de observar a las compañeras de clase en paños menores con la única condición de explicar que a pesar de su barba naciente y sus brazos musculosos, son féminas porque se sienten más identificados con el sexo femenino que el masculino. Naturalmente, tanto pueden los mozos entrar en los excusados y vestuarios de las niñas como al revés, pero la alarma tan solo ha cundido entre las familias con hijas. Los padres de chicos no se muestran preocupados por la entrada en los aseos de alguna señorita que se proclame macho.

Las “guerras culturales” se han extendido este verano por el país, desde competiciones deportivas anuladas para castigar a Carolina del Norte, hasta clientes que boicotean a empresas por seguir la normativa. En el caso de unos grandes almacenes, le ha costado 20 millones de dólares doblar el número de retretes: unos con separación sexual y otros comunes para cualquier tipo de sexo real o deseado.

Las tensiones se agudizaron aún más cuando la Casa Blanca, envalentonada con el apoyo recibido de los empresarios en la cuestión de Carolina del Norte, envió una directiva a todas las escuelas del país para garantizar el acceso de los estudiantes “según el sexo con el que se identifican”. Es decir, no se trata ya de personas que hayan cambiado de sexo, sino de “identificación”.

La disputa ha tomado un giro inesperado, cuando algunas organizaciones feministas, que normalmente apoyan causas demócratas, se mostraron también opuestas a la normativa: les parece bien, explican, respetar a quienes han cambiado de sexo, pero aquí lo que se sigue es el principio de “identidad” sexual, que abre la puerta a cualquier tipo de abusos de quienes se aprovechen para ver a mujeres desnudas.

La disputa, evidentemente magnificada por el año electoral, se ha extendido a otros terrenos, porque los conservadores no lo ven solamente como una imposición del “libertinaje progresista”, sino también como un abuso del Gobierno federal, que impone su voluntad a los estados por encima de los límites permitidos por la Constitución. Ni siquiera el Tribunal Supremo es garantía de solución: hay en este momento ocho magistrados y, si la votación es 4-4, la decisión seguirá en suspenso.

Mientras políticos y jueces debaten, las empresas que no quieren ni gastarse la pasta en ampliar sus instalaciones sanitarias ni perder clientes, sean pacatos o libertinos, han cambiado la señal de “damas” o “caballeros” en las puertas de sus retretes por un “nos da igual”. Claro que las empresas no tienen hijas...