c on la candidatura de Otegi pasa lo que con esas experiencias que, al vivirlas, uno tiene la sensación de haberlas vivido ya. Es eso a lo que en francés llaman déjà vu. Lo malo es que ésta, bajo formatos quizás diferentes, ya la hemos vivido de verdad.

Al Partido Popular le viene de perlas centrar el debate electoral vasco en el affaire Otegi. Salvo, quizás, el de la inmigración, casi cualquier otro asunto le resultaría incómodo ahora. Los inmigrantes, antes o después, saldrán a relucir, pero imagino que ya en plena campaña, cuando Otegi haya dejado de protagonizarla. A EH Bildu también le viene bien que el debate se centre en ese tema. Teniendo en cuenta el trayecto hacia la irrelevancia que la izquierda patriótica ha seguido desde las elecciones -forales y españolas- de 2011, la condición de víctima política de los malvados designios del PP resulta de lo más conveniente para recuperar un protagonismo que otros, con estilos y estética más modernas, le han birlado. Lo hasta ahora dicho no expresa juicio de intenciones, sino meras opiniones acerca de un hecho político.

Pero pasemos al terreno de las intenciones, a sabiendas de que éste es resbaladizo y, por ello, propicio para el patinaje. Desde que empezó el runrún no he dejado de preguntarme si la izquierda patriótica tenía realmente la intención de que Otegi encabezase la candidatura de EH Bildu por Gipuzkoa y, desde esa posición, la candidatura a lehendakari. Dado el deterioro electoral que ha sufrido en los últimos años, es perfectamente lógico preguntarse si no habrían ya decidido renovar las caras -ya que con el discurso parecen tener más dificultades- y si esa renovación no pasaría por prescindir de Otegi como candidato. Algunos elementos avalan esta especulación.

Uno -quizás no el más importante, aunque sí significativo- de esos elementos es la utilización que hace el propio Otegi de las intenciones de las instituciones centrales del estado. Me refiero, en concreto, al viejo -más que viejo, viejuno, cabría decir- truco de exigir al Lehendakari que resuelva “su problema” con los tribunales, volviendo así la burra al mismo río en que abrevaba en los tiempos de la ilegalización.

El segundo elemento es que la figura de Otegi (candidato por Gipuzkoa) conforma, junto a las candidatas Miren Larrion (Álava) y Jasone Agirre (Bizkaia), un cartel “incongruente”. Y no me refiero (sólo) al aspecto estético. Por relevante que haya sido en el pasado, Otegi es un político de ese pasado, es la imagen principal de una fuerza política en declive. Y sin embargo, el conjunto de la izquierda patriótica vasca dice haberse embarcado en una renovación. Las cabezas de lista de EHBildu por Álava y Bizkaia serían, en cierto modo, iconos de esa renovación. En otras palabras: son caras nuevas. La de Otegi es todo lo contrario.

Y el último -pero no por ello menor- elemento es la relevancia de la persona elegida para ser la segunda en la lista guipuzcoana. Maddalen Iriarte es una personalidad de primera fila. Para amplios sectores culturales, mediáticos y, en general, sociales vascos y vasquistas -euskaltzaleak- Iriarte es una persona referencial. De hecho, su presentación el pasado martes en el Palacio Miramar tuvo un realce especial, un realce que ningún otro segundo puesto en una candidatura ha merecido. Es lícito, por lo tanto, que nos preguntemos si, en realidad, ella no ha sido desde hace tiempo el plan A de EH Bildu para liderar su grupo parlamentario y optar a la presidencia del Gobierno Vasco. Y es que al afirmar que ella no era el plan B, Iriarte, el pasado martes, dijo seguramente la verdad.