Jornada de reflexión tras quince días de campaña y, seamos honestos, 162 días de post-pre-campaña, es la hora del balance y ya veremos si de la verdad. Estos últimos quince días nos han dejado una campaña electoral bastante anodina y, muestra de ello, es que las dos únicas convulsiones han llegado, primero, en forma de CIS preelectoral para certificar las posibilidades del traído y llevado sorpasso; y, segundo, en forma de comprometedoras grabaciones al ministro del Interior en funciones y su supuesta conspiración contra dirigentes de CDC y ERC. Veremos si el auténtico terremoto del Brexit tiene algún efecto en las urnas, Rajoy ya coqueteó ayer -cierto que con distancia- con ello: “En estos momentos es particularmente importante transmitir un mensaje de estabilidad institucional y económica. No son momentos para alimentar o añadir incertidumbres”. Dardo implícito para Pablo Iglesias, por cierto, diana también para un Pedro Sánchez muy beligerante ayer con las consecuencias de los referéndum.
Pero, hasta el goodbye del Reino Unido y dejando al lado las dos convulsiones mencionadas, el ritmo sustancial lo ha venido marcando Unidos Podemos. Está por ver si mañana se cumplen los vaticinios -el juguetón sistema de cotización en la frutería andorrana para esquivar las restricciones legales a la publicación de sondeos apuntaba a una cierta mejoría de las fresas frente a las berenjenas-, pero los de Iglesias han fijado las reglas de juego en el tablero, con el discurso en torno al sorpasso o con su maquiavélico cerco a la historia del PSOE.
Una campaña de escasas novedades propositivas, cartucho ya quemado en diciembre, y que al menos se pretendía llamada a reconfigurar el trazado de las líneas rojas para desbloquear la investidura. Con la boca pequeña, los aspirantes de los cuatro grandes partidos se comprometieron en el único debate de candidatos a Moncloa a evitar una tercera ronda electoral, pero la campaña concluye con la hipótesis cierta sobre la mesa de que esa opción no es imposible porque nada ha cambiado al respecto: Rajoy mantiene la apuesta por la grosse koalition liderada por Rajoy, Rivera insiste en que no apoyará a Rajoy -pero no se cierra al PP- ni, por supuesto, a Unidos Podemos; Sánchez dice que no apoyará ni un Gobierno del PP -ni por activa ni por pasiva- ni a Iglesias como presidente, y Unidos Podemos, descartados C’s y PP, mira al PSOE -resuenan aquellos susurros condescendientes en el debate “no soy yo, no soy yo, Pedro, el adversario es Rajoy”-, ya veríamos de qué manera, porque el sorpasso o no y sus eventuales condiciones -votos o votos y escaños- supeditarán sin duda esta apuesta.
Y en esta ensalada, una curiosa paradoja: porque parece que una de las siglas del bipartidismo, que ha oscilado entre el gobierno y el liderazgo de la oposición, ocurra lo que ocurra mañana, quede segundo o tercero -no digo nada si las fresas se dispararan en la frutería- tendrá en sus manos la llave. Una llave ardiendo, porque el futuro de Pedro Sánchez pende de un hilo y, con él, el devenir de un PSOE pendiente de hacia dónde se incline en sus preferencias de pacto. En el diccionario postelectoral ya se han comenzado a incluir palabras como dimisión y gestora.
Por si todo esto fuera poco, está por ver qué impacto puede tener en las urnas el escándalo de Jorge Fernández Díaz -Génova sostiene que escaso- y qué impacto puede tener en las negociaciones postelectorales, porque sobre el papel todo hace prever que este sucio asunto no restará votos al PP, pero sí quizá pudiera debilitar a Rajoy en la búsqueda de apoyos. Y ya hay quinielas de candidatos a Monti español...
Y todo ello en un escenario que, a tenor de lo que se prevé y salvo mayúscula sorpresa, apunta a que, aun lográndose formar Gobierno, probablemente estaríamos ante una legislatura breve. Iglesias lo dejaba caer de soslayo: “Si no es el domingo será en dos años , pero nadie va a impedir que Unidos Podemos gobierne en este país”. Decía Winston Churchill, mucho antes de Juego de Tronos, que “la política es casi tan emocionante como la guerra y no menos peligrosa. En la guerra nos pueden matar una vez; en política, muchas veces”.