vitoria - La tentación de interpretar el escenario electoral retratado en Euskadi por los últimos comicios generales es grande cuando encaramos un año electoral con el horizonte de nuestras autonómicas. Es un ejercicio interesante, si se mantiene la perspectiva de las similitudes o diferencias de cada momento.
Podemos ha acreditado que ha llegado para quedarse. No porque haya sido la fuerza más votada el pasado 20-D sino porque ha establecido una base de expectativa con votantes que le empezaron a acompañar en el reto institucional más cercano al ciudadano: las municipales y forales de mayo pasado.
Pero sería excesivo extraer de su evolución de voto la presunción de que su proyección siga en fase ascendente de cara a otoño próximo. La formación emergente necesita centrar un programa para el ciudadano vasco. Un programa que vaya más allá del voto de castigo y de un somero reconocimiento del derecho a decidir que carece de estrategia para su consecución.
Una definición que abandone las generalidades para situarse en la realidad de los servicios sociales y la demanda de un modelo de protección social que en España no existe pero que en Euskadi sí. Todo es mejorable, pero la enmienda requiere pasar del enunciado. Tiene tiempo de sobra para hacerlo y ese es su primer reto, aunque eso conlleve tener que arrebatarle a EH Bildu el derecho a disputar como aspirante el liderazgo político del PNV.
Las elecciones generales en Euskadi tienen sus dinámicas, que no son comparables a las autonómicas. Para empezar, ni Pablo Iglesias se presentará a lehendakari, ni Mariano Rajoy será el líder contra el que concitar adhesión, ni Pedro Sánchez el objetivo a desbancar. Aquí, un candidato aún desconocido, puesto que los ahora presentados por Podemos tienen sus carreras en Madrid, tratará de ganar a un lehendakari contrastado, impoluto en lo personal y acreditado en su capacidad de pactar y sostener el modelo de bienestar; y tendrá que ganarle votantes, previsiblemente, a un Arnaldo Otegi ungido para este momento.
De cómo termine el proceso de investidura en el Estado dependerán los mimbres con los que lleguen el PP y el PSE a esa cita. Los primeros tienen difícil acumular más desencuentro con la sociedad vasca, de modo que mucho contenido debería acumular el discurso nacionalista español recalcitrante de Ciudadanos para que todo un Alfonso Alonso o incluso un Javier Maroto no pasen por encima de su candidato. En el caso socialista, Mendia ha aguantado con dignidad el castigo de las generales aunque su reconocible fidelidad a Sánchez vinculan al futuro de éste las posibilidades de mostrar un proyecto sólido de los socialistas vascos.
El PNV ha sido la excepción a la polarización en el cuadrilátero electoral del Estado. Sobre el papel, incluso debería encontrar espacios de colaboración en materia de paz y convivencia, de bienestar social y de autogobierno con los recién llegados. Pero hoy se impone en Podemos el mismo abismo que ha impedido concertar en los ámbitos de sensibilidad compartida con EH Bildu: es difícil acordar cuando la prioridad es desplazar. Es una difícil relación de rivalidad y coincidencia que PNV y PSE han sabido gestionar pero nadie más parece en condiciones de afrontar, a la vista de cómo acabó la experiencia entre López y Basagoiti.
Tampoco es previsible que el daño causado a la izquierda abertzale por los recién llegados sea irreversible. Lo que ha puesto en evidencia su llegada es que se ha terminado el monopolio de la reivindicación de izquierda alternativa -cuando no anti sistema- que aglutinaba sensibilidades independentistas pero también ecologistas, feministas, internacionalistas y todo tipo de activismo social en una sola plataforma.
EH Bildu es una fuerza de masas y eso significa que también su electorado está en el mercado. Hasta la fecha, se ha movido más por emblemas que por programas y ha sacado un rendimiento social y político exitoso a esos emblemas del final de la violencia de ETA, la expectativa de un proceso unilateral hacia la independencia y, en el futuro inminente, el que representa Arnaldo Otegi.
Los resultados del 20-D han hecho pensar a algunos en una mayoría en base a un pacto de EH Bildu con Podemos. Pero ese es un escenario que ambos deberán explicar mejor hacia afuera y, sobre todo, hacia adentro. Podemos defiende el derecho a decidir como elemento de cohesión del Estado español. Si apoyara un proceso independentista unilateral, quizá Artur Mas ya estaría investido en Catalunya.
De modo que la mayoría que ambos aspirarían a compartir para desbancar al PNV implicaría olvidar ese aspecto central de la esencia de EH Bildu o gestarse en torno a una base legal para el reconocimiento del derecho de decisión de los vascos y ejercerlo de común acuerdo con el Estado previo pacto entre vascos. De ese modo, de la mano de un partido de ámbito estatal, la izquierda abertzale abandonaría la unilateralidad de su proceso hacia la independencia y suscribiría con Podemos las bases de un proceso similar al que ha rechazado acompañar al PNV. Es una hipótesis tan peregrina que podría acabar siendo una de esas profecías autocumplidas.