jerusalén - Los israelíes acuden hoy a las urnas sin que aún se vislumbre un escenario postelectoral claro. Hay diez partidos políticos con opciones de entrar en la Knesset (Parlamento israelí, compuesto por 120 escaños), entre centroizquierdistas, centristas, derechistas, nacionalistas, ultraortodoxos y árabes, y todo dependerá del juego de alianzas de los días posteriores. Lo que sí parece claro que es que el sentimiento de hartazgo hacia los seis años de Gobierno de Benjamin Netanyahu (Bibi) podría traducirse en una victoria electoral de la coalición de centroizquierda denominada Campo Sionista, que encabeza Isaac Herzog (Partido Laborista) junto a la exministra de Justicia y Exteriores Tzipi Livni (Hatnuá). Hace dos semanas, las encuestas colocaban a esta alianza empatada con el Likud de Netanyahu; sin embargo, los últimos sondeos han registrado un incremento de la intención de voto hacia el centro-laborismo: 26 escaños frente a los 22 de la formación gubernamental.

Así, en la recta final de la campaña, los principales medios israelíes han especulado y debatido ampliamente sobre la posibilidad de que Netanyahu no consiga un tercer mandato. Bibi y Herzog tendrán que negociar con el resto de formaciones que consigan algún escaño en el Parlamento. En el centro del espectro político están Yesh Atid (Hay Futuro), de Yair Lapid, al que las encuestas dan 12 escaños, y Kulano (Todos Nosotros), de Moshe Kahlon, con 8 escaños; a la derecha del Likud se encuentran el nacionalista y procolono HaBayit HaYehudí (Hogar Judío), del actual ministro de Economía Neftali Bennett, con 12 escaños, e Yisrael Beytenu (Israel Nuestra Casa), del titular de Exteriores Avigdor Lieberman, con 5; mientras que a la izquierda de Campo Sionista está Meretz, de Zehava Galón, partido que representa el sionismo progresista, secular y pacifista israelí.

Con otros 5 escaños, esta formación empata con Lieberman en intención de votos. Por otro lado están los partidos ultraortodoxos Shas, Judaísmo Unido por la Torá y Yahad, con 7, 6 y 4 escaños, respectivamente, y los candidatos árabes, que por primera vez han creado una lista conjunta para presentarse a las elecciones (Lista Común, formada por cuatro partidos, uno socialista, otro comunista, otro nacionalista y otro islamista). Hasta ahora, estas formaciones iban por separado y conseguían muy pocos escaños. Ahora, las encuestas les dan 13 escaños y la tercera posición.

Según los analistas, aunque el dúo de centroizquierda formado por Herzog y Livni lidere los sondeos, las alianzas en el puzzle de la atomizada Knesset dan más opciones a Netanyahu para formar gobierno. “Para que gane Herzog, el campo centrista que espera liderar debe apoyarle a él y no a Netanyahu el día después de las elecciones. Las opciones de Herzog de ser primer ministro dependen tanto de los votos que gane su Campo Sionista como de la voluntad del centrista Yesh Atid y el centro-derecha Kulano de poner su peso electoral en su balanza”, valoraba la semana pasada Omer Benjakob en la edición digital del periódico Yediot Aharonot.

atomización El sistema electoral israelí ha determinado desde siempre una constante y compleja atomización del arco parlamentario, donde muchas veces los partidos minoritarios han condicionado la formación o la caída de gobiernos, como podría suceder a partir de mañana. Desde que en el año 1949 se convocara la primera Knesset, ninguna fuerza política ha logrado obtener la mayoría absoluta en solitario en unas elecciones. En encaje de las coaliciones postelectorales no suele ser muy firme y, en el momento en el que uno o dos de los socios la abandona, todo el entramado se viene abajo y en muchos casos se hace inevitable convocar elecciones anticipadas.

Es lo que ocurrió el pasado 2 de diciembre, día en el que Benjamin Netanyahu anunció la convocatoria de comicios anticipados tras la salida del gobierno de sus dos socios de coalición, Yesh Atid y Hatnuá, que ocupaban las carteras de Finanzas y Justicia. La aprobación por parte del Consejo de Ministro de un proyecto de ley para definir Israel como un “Estado judío” precipitó la caída del Gobierno de Netanyahu por la negativa de los partidos de centro y centroizquierda a avalar un texto que sitúa el carácter judío del país por encima del democrático, que amenaza con eliminar la cooficialidad del árabe como lengua estatal y que no garantiza textualmente la igualdad de todos los israelíes ante la ley. Netanyahu acusó a Livni y Lapid de hacer oposición a su Gobierno y los destituyó como ministros de Finanzas y Justicia.

Tres meses después, un Netanyahu envuelto en un caso de corrupción por los gastos públicos en la residencia oficial del primer ministro en Jerusalén y la suya particular en Cesarea, al norte del país, y obsesionado con el programa nuclear iraní se encuentra de capa caída. Es más, algunas prominentes figuras del Likud se muestran pesimistas sobre los resultados de las elecciones y consideran que el discurso que pronunció Netanyahu el pasado día 3 en el Congreso de Estados Unidos, en el que advirtió del peligro de un acuerdo entre Irán y la comunidad internacional sobre el programa nuclear de Teherán, no surtió el efecto deseado.

Precisamente, ayer dio comienzo una nueva y crucial ronda de negociaciones sobre el controvertido programa nuclear iraní en un contexto de contenido optimismo internacional. Esta ronda arrancó en la ciudad de Lausana (Suiza), donde el ministro de Asuntos Exteriores iraní, Mohamad Yavad Zarif, y el secretario de Estado estadounidense, John Kerry, negociaron durante cinco horas, las primeras cuatro con sus respectivas delegaciones y, posteriormente, en un encuentro bilateral. El hecho de que estos días sean decisivos se explica porque las partes se han autoimpuesto lograr un acuerdo político antes de final de este mes de marzo.

El proceso de paz Según los sondeos, los israelíes están más preocupados por la situación económica que por los asuntos de seguridad; de hecho, un 55,2% asegura que votará de acuerdo a la primera cuestión. Y es que, a pesar de los buenos datos macroeconómicos -crecimiento económico del 2,6%, un desempleo en torno al 5,8% y una renta per cápita del 38.000 dólares, según los datos del último trimestre-, la desigualdad social no hace más que crecer desde que Netanyahu llegó al Gobierno hace seis años. Asimismo, los ciudadanos sufren cada día las consecuencias de los elevados precios de las viviendas y los productos básicos.

En cambio, el eje de la campaña de Netanyahu ha sido el reto que enfrenta Israel en materia de seguridad y, en concreto, la amenaza que supone Irán. Por su parte, la oposición ha atacado al primer ministro por el elevado precio de la vivienda en Israel, las corruptelas en sus residencias y el choque diplomático con Estados Unidos a causa, precisamente, del programa nuclear iraní.

Sin embargo, un tema que parece que no está en la agenda electoral israelí es el eterno conflicto con los palestinos. Estados Unidos ha intentado relanzar el estancado proceso de paz en Oriente Medio, pero todos los intentos han acabado en fracaso. Es más, bajo el Gobierno de Netanyahu se ha incrementado la expansión de asentamientos judíos, hecho que para el primer ministro es un logro, pero que ha hecho imposible el diálogo con los palestinos y le ha enfrentado con su histórico aliado: Estados Unidos. Pero el gran defensor y portavoz de las colonos es el actual ministro de Economía y líder de Hogar Judío, Neftali Bennett, que rechaza la creación de un Estado palestino. Su ingreso en el próximo Gobierno supondría una continuación de la actual política del Gobierno de Netanyahu. Lieberman, por su parte, ha suavizado su postura en los últimos tiempos y se ha mostrado a favor de un acuerdo con los palestinos. Por su parte, la lista favorita en las encuestas, Campo Sionista, concurre a estas elecciones con un programa de corte social que pasa de puntillas sobre la cuestión palestina o la seguridad, aunque deja claro que apuesta por el relanzamiento de las negociaciones en base a la solución de dos estados.

Las dos opciones, el estancamiento o las negociaciones, siguen hoy sobre la mesa, a pesar del desgaste de Netanyahu.

Población. 8,2 millones de habitantes, de ellos 1,6 millones son árabes, la mayoría de origen palestino. Para estas elecciones, 5,8 millones de israelíes están llamados a las urnas.

Jefe de Estado. Desde julio de 2014 es Reuvén Rivlin.

Religión. Israel está formado por judíos en un 74,9%, musulmanes, en un 17,3%, cristianos, 1,98% y drusos, 1,7%.

Economía. El PIB fue en 2014 de alrededor de 300.000 millones de dólares, según las últimas estimaciones del FMI, con crecimientos del 3,4% en 2013 y 2,6% en 2014. El PIB per cápita es de unos 38.800 dólares. La deuda exterior llegaba en 2012 a los 198.000 millones de dólares (66,1% del PIB). La inflación en 2014 fue negativa (-0,2%) y el desempleo se situó en enero de 2015 en torno al 5,8%, si bien la fuerza laboral es aún más reducida (un 64,1%) que en el promedio de los países de la OCDE.

Fuerzas armadas. Alrededor de 180.000 miembros. En caso de movilización puede alcanzar unos 600.000 o incluso más dependiendo el grado de emergencia nacional. El servicio militar es obligatorio para judíos de ambos sexos (la exención existe para las mujeres que se declaren “religiosas” y una pequeña cuota de hombres ultraortodoxos) y los varones drusos. Es voluntario para cristianos, musulmanes y circasianos. Israel invierte alrededor de un 6,2% de su PIB en defensa.

Historia. Desde la proclamación del Estado de Israel, en 1948, el país ha luchado en cuatro guerras contra sus vecinos árabes, ha invadido en dos ocasiones Líbano y ha afrontado dos intifadas palestinas. Desde 2007, ha realizado tres grandes operaciones militares en Gaza.