Consternados aún, mecidos entre la rabia y la indignación, presos del asombro generado por la barbarie yihadista que el miércoles apretó el gatillo para asesinar a doce personas al grito de “Alá es grande” en la revista satírica francesa Charlie Hebdo, -un semanario que había publicado viñetas humorísticas sobre Mahoma-, cuatro humoristas gráficos: Manel Fontdevila, Bernardo Vergara, Asier Sanz y Javier Ganboa, humoristas de este periódico, reflexionan para DNA alrededor de un oficio en el punto de mira del totalitarismo, el fanatismo y de la ignorancia. “El humor gráfico, el chiste, tiene ese punto de denuncia, de irreverencia y de provocación que consigue bajar del pedestal a cualquiera, que puede ridiculizarlo; por eso el humor y la risa resulta tan poderoso y tan odiado por los fanatismos”, certifican los voces consultadas por este periódico, conscientes de que el ataque terrorista ha sobrepasado cualquier represalia anterior, -Charlie Hebdo vivió entre amenazas y ataques-, “marca un antes y un después”. Cómo gestionar ese nuevo y delirante escenario donde lo macabro se ha abierto paso a tiros, - “nadie quiere convertirse en mártir”, desliza el genial Fontdevila-, es uno de los retos a los que se enfrentan los profesionales del humor y la sátira, especialistas en explorar los límites de la libertad de expresión, el mayor de los tesoros. ¿Está ese bien supremo en jaque tras el ataque terrorista?

“Evidentemente se seguirá haciendo humor, pero lo mismo que durante la dictadura nadie dibujaba a Franco bailando un pasodoble, se buscarán otros mecanismos, otros meandros, para lanzar el mismo mensaje sin tener que exponerse tanto, pero sin callarse”, analiza Fontdevila, un historietista al que nunca le ha traído el tema de la religión para sacarle punta a la realidad. “No ha ido con mi estilo, pero tengo claro que cada uno tiene que tener el derecho a decir lo que quiera. En mi caso no me censuro, el límite, claro, te lo pone el sentido común. Lo políticamente correcto nunca puede ser un límite, pero del mismo modo eres consciente de que no vas a producir un incendio gratuitamente”. Compañero en Orgullo y Satisfacción, Bernardo Vergara opina que la “libertad de expresión tiene que ser total”, pero asume que “ponerme en peligro a mí o a los de mi alrededor no sale a cuenta por un tema así. Esto es un asunto complicado, es complejo”. “El humor no mata. El problema llega con la interpretación que se hace del chiste. Que alguien pueda mostrar las debilidades de ciertas doctrinas con humor entra dentro de la libertad de expresión. No hay que perder la perspectiva de que no es más que un chiste. ¿Por qué no se puede dibujar a Mahoma?”, lanza Asier Ganboa, pareja de baile humorística de Asier Sanz, que se expresa en las mismas coordenadas respecto a los cortafuegos que deben fijarse a la libertad de expresión. “En el humor de verdad no debería de haber fronteras; el límite es el sentido común”. Si bien todos ellos enfatizan que cualquier temática es susceptible de pasar por el tamiz del humor “y del mismo modo se pueden pedir disculpas si te has pasado”, a nadie se le escapa que el atentado yihadista ha alterado las reglas del juego. “Esto no es cuestión de una demanda, de que un juez pueda imponerte una multa por haber injuriado o calumniado, hablamos de algo mucho más dramático. Se han cruzado todas las líneas”, dice Fontdevila.

El instinto de supervivencia, indudablemente, pesa en esta tesitura. En septiembre de 2012, José Luis Martín Zabala, miembro del Consejo de Redacción de la revista satírica El Jueves, escribía en El Huffington Post al respecto de las polémicas viñetas sobre Mahoma que acababa de publicar Charlie Hebdo. En su escrito, José Luis Martín Zabala explicaba que en su publicación vivieron una situación similar años antes, en 2006, con el asunto de las caricaturas de Mahoma. Contaba Martín Zabalza en el escrito que en el consejo de redacción decidieron publicar un dibujo de Mahoma en portada y “mientras lo estábamos elaborando, empezamos a oír en los informativos que se estaban asaltando embajadas occidentales y que había víctimas mortales. Alguien planteó: “Oye, y si después de publicar nuestra portada empiezan a asaltar embajadas españolas y muere alguien, ¿qué?” Se nos cayó el lápiz de la mano y optamos por hacer nuestra célebre portada Íbamos a dibujar a Mahoma pero nos hemos cagao...”. No nos arrepentimos, pensamos que hicimos lo correcto (...)”. El miedo no hace prisioneros. Martín Zabalza también se preguntaba en aquel artículo: “¿Qué tiene que primar la libertad de expresión o las amenazas de los fanáticos religiosos?”. La respuesta estaría clara si no fuera porque esos fanáticos son letales.

La actual directora de El Jueves, Mayte Quilez, aseguraba después del atentado mortal contra Charlie Hebdo que “si la tocas (la religión) se te tacha de irresponsable y si no la tocas se dice que no nos atrevemos. Difícilmente se acierta”. En la revista satírica Mongolia, que se comprometió a reproducir las viñetas humorísticas por las que el semanal francés fue atacado, no albergaban ninguna duda al respecto. “En Mongolia consideramos que la libertad de expresión es un valor superior y que ninguna religión puede coartarla o limitarla. Ningún acto terrorista nos va a hacer renunciar a nuestra superior creencia respecto de la libertad de expresión. Si algunos radicales creen que asesinando a 12 personas callarán a quienes trabajamos en el mundo de la sátira y de la información se equivocan, estas muertes nos obligan a redoblar nuestros esfuerzos y trabajo”. “Si no toleran un chiste... ¿qué va a ser lo siguiente?”, agrega Javier Ganboa respecto al cruel ataque contra el semanario francés .

El fanatismo ultrarreligioso fue el detonante del atentado a Charlie Hebdo, la tétrica censura a modo de asesinato. “El problema con la religión es cuando entra en la esfera de lo público, la religión debe estar separada del poder político”, considera Fontdevila. “Cuando tratas sobre las creencias religiosas es difícil saber qué gusta”, advierte Bernardo Vergara, que enmarca el atentado en París dentro de una estrategia para “acallar las voces críticas: tanto las expresadas mediante el humor como las ideas divergentes desarrolladas desde el semanario”. En definitiva, “hablamos de un censura salvaje”, subraya Asier Sanz. “El drama para los fanáticos es que a alguien en Fez, por ejemplo, les pueda hacer gracia una viñeta sobre Mahoma aunque sea religioso. Eso es lo que temen los fanáticos. Esas son las cosas que debilitan de verdad”, apunta Javier.

Aunque el acto de terror contra Charlie Hebdo es el máximo exponente de intento de censura, el mecanismo censor ha estado permanente cosido a la realidad del humor gráfico no solo desde posiciones de fanatismo religioso. Los totalitarismos, las dictaduras, sean estas de derechas o de izquierdas, los poderes fácticos, han “odiado el humor” porque un “chiste es capaz de ridiculizar a todo un régimen” describen los humoristas. “La crítica, por descarnada que sea, incluso el insulto, puede ser respondido de la misma manera; pero un chiste, un dibujo, una viñeta, desnudan, ridiculizan, hacen reír. A la gente no le gusta que se rían de ellos, pero al mismo tiempo no sabe cómo responder...”. Algunos han optado por las balas, pero matar la risa es imposible.