ESTOCOLMO. Este año más que nunca coincidieron los discursos pronunciados en Estocolmo y en Oslo, donde horas antes se había entregado el Nobel de la Paz al indio Kailash Satyarthi y a la adolescente paquistaní Malala Yousafzai, quienes también pidieron educación para todos los niños y niñas.
El presidente del consejo de la Fundación Nobel, Carl-Henrik Heldin, comenzó su discurso recordando que el Nobel de la Paz ha reconocido ese año un derecho "muy básico: el derecho a la educación y a una infancia segura, independientemente de la religión, el género o la etnia".
La ceremonia había empezado con la llegada a la Sala de Conciertos de los reyes de Suecia Carlos Gustavo y Silvia, junto a la princesa heredera Victoria y su esposo, el príncipe Daniel, tras lo que entraron en el escenario los once galardonados, diez hombres y una mujer. Galardón que ninguno habría logrado si no hubieran tenido acceso a la educación, que les permitió "realizar estos fantásticos logros" que hoy se premiaron, agregó Heldin.
"Si tenemos que ser capaces de abordar los desafíos a los que se enfrenta la Humanidad, la educación -dijo- no puede ser privilegio para un grupo exclusivo. Es fundamental para el desarrollo y la coexistencia pacífica entre naciones y personas".
El final del siglo XIX, en el que vivió Alfred Nobel, guarda similitudes con hoy en día. Fue una era de grandes avances científicos pero también, "como la nuestra, de fuertes desafíos sociales y medioambientales, con tendencias xenófobas y antiintelelectuales y con un crecimiento militar unido a acciones nacionalistas despiadadas y obvias amenazas a la paz".
En tiempos como estos, la visión de Alfred Nobel es "más importante que nunca", aseguró Heldin, quien hizo hincapié en que "la importancia de la educación y la investigación no puede subestimarse".
Más de 1.570 personas aplaudieron el discurso, entre ellos la princesa Magdalena y el príncipe Carlos Felipe que siguieron la ceremonia desde la primera fila del público, acompañados por primera vez en unos Nobel. Ella de su marido, Crhistopher O'Neill, y él de su prometida, Sofía Hellqvist.
Tras las palabras de Heldin, la atención se volvió a los nuevos nobeles, cuyos logros fueron presentados por representantes de las academias de Física, Química, Medicina, Literatura y Economía.
Los premiados se fueron acercando uno en uno al centro de escenario en ese orden y recogieron de manos del monarca la medalla y el diploma que les acredita como ganadores (además de 10 millones de coronas -un millón de euros-).
Según manda el protocolo, hicieron tres saludos: uno al rey, otro a los miembros de la Academia y el último al público.
Los japoneses Isamu Akasaki, Hiroshi Amano y Shuji Nakamura recibieron el galardón de Física por inventar el diodo azul, un premio que cumple "totalmente", según Anne L'Huillierde de la Academia de Física, con el deseo de Nobel de reconocer a quienes han dado "los mayores beneficios a la Humanidad".
El desarrollo del microscopio fluorescente de superresolución, con el que se han hecho visibles "detalles esenciales" de las células vivas, ha valido el Nobel de Química al alemán Stefan Hell y a los estadounidenses Eric Betzig y William Moerner, a quienes Mans Ehrenberg de la Academia de Química dio las gracias "por compartir su magia con nosotros".
El matrimonio noruego de May-Britt y Edvard Moser, junto al estadounidense John O'Keefe son Nobel de Medicina por descubrir las células que constituyen un sistema de posicionamiento en el cerebro.
"Ustedes nos han dado un nuevo conocimiento de unos de los grandes misterios de la vida: cómo el cerebro crea comportamientos", dijo Ole Kiehn, de la Academia de Medicina.
El Nobel de Literatura habló francés con Patrick Modiano, quien ha realizado en sus novelas una exploración "independiente" de la historia de la ocupación alemana de Francia en la Segunda Guerra Mundial, según Jesper Svenbro de la Academia Sueca.
El premio de Economía fue para el también francés Jean Tirole por sus estudios análisis sobre poder de mercado y la regulación.
Durante la ceremonia sonaron interludios musicales a cargo de la Real Orquesta Filarmónica de Estocolmo y la soprano Elin Rombo, con obras de Poulenc, Bernstein, o Bizet, en una sala con una alegre decoración con vistosas esferas de flores color rosa, amarillo, lila o verde junto al escenario.
El himno nacional sueco "Du gmala, du fria" ("Tú antigua, tú libre") marcó el final del acto y la salida de los reyes y los príncipes de la Sala de Conciertos, desde donde se dirigieron a un banquete de gala con el que se cerrarán las celebraciones.