LA vida de esta mujer de treinta cuatro años resume la tragedia colombiana y, también, las dificultades para superar tanto dolor. Su curriculum público es más fácil encontrarlo por el alias de Jessica, la guerrillera de las FARC que consiguió infiltrarse en el núcleo duro de las Fuerzas Armadas tras aparentar una "desmovilización", que fue descubierta y condenada a siete años de prisión y que por su testimonio se puso al descubierto un mecanismo llamado falso positivo (asesinatos de civiles cometidos por el Ejército haciéndolos pasar por guerrilleros).

Pero en el centro de Bogotá quien nos recibe es Lidia Alape, madre de cinco hijos, salida de la cárcel el pasado 31 de diciembre tras cumplir condena y en busca de un empleo. Su vida, tan corta y tan intensa, explica muchas de las claves que están tras el conflicto armado más viejo del continente americano que aún pervive.

Una niña guerrillera La historia comienza cuando una niña de origen campesino de doce años se enamora en el municipio rural de Rioblanco, en el departamento de Tolima, de un muchacho de su clase. Hasta aquí todo normal. Pero un mal día, los paramilitares de la mano negra perpetran una matanza campesina y asesinan a su amor adolescente junto con el resto de su familia. "Sentí un gran resentimiento y ganas de hacer algo por defender a mi gente; ese el primer recuerdo que tengo de conciencia que tenía que ver más con la venganza que con la política".

El siguiente paso fue casi obligado: "la policía, al saber de mi relación con el muchacho, empezó a hostigarme a la salida del colegio y uno de ellos intentó violarme; recuerdo que le dije volveré a por ti y acto seguido decidí ingresar en las FARC". Pero no le admitieron porque era una chiquilla, si bien no tardaron demasiado.

Cuenta Lidia, recordando con una memoria fotográfica aquellos sucesos 22 años atrás, que "cambié de pueblo, me acogió una señora a cuya hija habían matado los paramilitares, se llamaba Erica y tenía mi misma edad y fue ella la que me puso en contacto con la guerrilla; simplemente me dijo: en tres días vienen a buscarte". Ella se despidió de su familia sin decir que se internaba en la selva. Y ahí empezó Jessica, la guerrillera cuya increíble historia ha sido llevada ("no cuentan la verdad", aclara) a la TV en un serial.

"A partir de ahí recibí formación militar y política, fui cambiando de frentes según nos ordenaban y me quedé embarazada de mi primera hija, que hoy tiene 18 años", añade Lidia. No es normal que se permitan nacimientos en la guerrilla, pero el padre era un jefe y se acabó la discusión: "aquello era sancionable porque si tienes un hijo estás dedicando menos a la revolución".

A esa hija le siguieron otras dos más en la clandestinidad y todas fueron criadas fuera de las FARC en la familia que había dejado atrás. Y aún dos más, la menor, de seis años: "Nadie podía creer que una dirigente de las FARC, porque llegué a serlo, fuera madre de cinco hijos".

Una infiltrada De su vida con la guerrilla, y de los episodios concretos que siguieron a su infiltración en el Ejército prefiere no aportar muchos detalles porque "aún hay procesos abiertos y conviene ser cautelosos". Pero Jessica era una guerrillera aplicada porque la entrenaron para formar parte de los servicios de inteligencia y contrainteligencia de las FARC, fue la número uno de su promoción y al morir en un enfrentamiento el padre de sus hijas, le sustituyó como dirigente. Le encomendaron la misión más complicada: pasar de la selva a Bogotá, apuntarse a la desmovilización que promovía el Gobierno de Uribe, ser la perfecta reinsertada, ofrecer datos al Ejército sobre las FARC, poner sobre aviso a éstas para que algunas operaciones fallaran, en otras era obligado acertar ("los militantes dábamos todo por la causa y éramos capaces de entregar a nuestra madre") y convertirse en una confidente. Una especie de agente doble.

Tanto escaló que fue, otra vez, número uno de la promoción de "desmovilizados". El premio fue sacarse una foto pegada al mismísimo Álvaro Uribe en 2003: "aquella fue la prueba para la guerrilla de que estaba cumpliendo a la perfección mi trabajo. Y de ahí, pasé a formar parte del secretariado de las FARC. Es más, si no hubiera caído, hoy estaría sentada en la mesa de La Habana".

¿Por qué descubren a Jessica? Su primera respuesta es "me dormí". Aunque luego se explaya algo más: "Parece que tenía demasiada información y cuando llegaron los norteamericanos empezaron a sospechar. Yo fui quien les dije, incluso, que Ingrid Betancourt estaba viva. Quisieron que colaborara con la DEA y llegó un momento en que se disputaban mis servicios". Pero emborracharon a su hermana y ella dijo: "no es una desmovilizada, es una infiltrada".

Claro que el proceso judicial se presentaba complicado porque Lidia sabía demasiado. Por ejemplo, cómo los militares (algunos de ellos aún con casos abiertos) organizaban atentados que atribuían después a las FARC, o la connivencia de la clase política y militar con los paramilitares, o sus coqueteos con los narcos y, por supuesto, los casos de los falsos positivos.

Trataron de implicarla en dos atentados en connivencia con los militares, pero no hubo pruebas. Ella denunció que aquello era un montaje y fue condenada por rebelión: "El Fiscal me ofreció todo tipo de tratos si delataba a unos y otros, pero yo preferí guardar silencio, cumplir condena y ya está".

Hoy quiere dejar atrás su pasado, "quizás cambiar de país, pero de entrada buscar un trabajo, porque aunque técnicamente soy una reinsertada, en realidad no lo noto". Llega Kevin, su hijo, ausente en la conversación, y le pregunta si todo va bien. "Es el hombre de la casa", dice con los ojos achinados.