SI al Papa le dejan hacer reformas, será una bomba". Con estas proféticas palabras se expresaba el rector de la Universidad de Deusto, Jaime Oraá, sobre la posible hoja de ruta que Jorge María Bergoglio quería imprimir a su papado. No se equivocaba. Francisco, el Papa que ha cambiado su vestimenta y se salta el protocolo, está incorporando al gobierno central de la Iglesia innovaciones que en la Curia observan casi con pánico. La elección de no vivir en el apartamento pontificio del tercer piso del palacio apostólico y de seguir residiendo en la residencia Santa Marta, que lo hospedó como cardenal durante el cónclave, fue el primer acto de ruptura. Pero en estas cuatro semanas, son muchos los que prefieren quedarse con la imagen del Papa lavando los pies -en los oficios del Jueves Santo- a doce jóvenes reclusos, entre los que había dos chicas, una musulmana. Otros han alabado detalles como que la cruz pectoral o el anillo que lleva no sean de oro; o que haya renunciado a la muceta (el manto papal), o a los famosos zapatos rojos de Benedicto XVI.

En esta gigantesca operación de relaciones públicas que ha montado la Iglesia católica con ocasión del relevo en su jefatura máxima y desde que fuera elegido el pasado 13 de marzo, el discurso de Bergoglio se ha centrado en "desear una Iglesia pobre y para los pobres". Por eso también ha prescindido del lujoso coche oficial y a parte de la escolta, ha sustituido el papamóvil blindado por un jeep descubierto para recorrer la plaza de San Pedro y, por citar solo alguna de sus extravagancias, suele invitar a sus misas diarias de las siete de la mañana a los trabajadores del Vaticano.

Un conjunto de gestos que sostiene la opinión de Jaime Oraá y que coincide con la que mantienen muchos vaticanistas, convencidos de que el Papa Francisco optará por potenciar los movimientos diocesanos y parroquiales "sin apellido", en detrimento del protagonismo que hasta ahora han jugado los colectivos más ultras de la Iglesia católica. Su residencia en la residencia Santa Marta permite al nuevo Papa sustraerse físicamente a la presión burocrática que, de haberse consumado el traslado, podría haber ahogado su capacidad de gobierno. Tampoco sería extraño pensar que el estilo sobrio y austero del primer pontífice jesuita de la historia obligue a los despachos del Vaticano a a reducir al mínimo el papeleo burocrático.

elegir a los colaboradores, clave

Su secretario, decisión crucial

Para aquellos que consideraban que estos gestos eran solo pura cosmética y una operación de marketing de andar por casa, el Papa Francisco se descolgó con el primer nombramiento curial. Y para hacerlo fue a buscar al hasta ahora ministro general de los Franciscanos, el ourensano Fray José Rodríguez Carballo para convertirlo en secretario del dicasterio para la Vida Religiosa, que regula a los más de 900.000 frailes y monjas de todo el mundo. Algo así como el ejército de ángeles de los pobres. Un nombramiento que se convierte en toda una declaración de intenciones.

Ahora queda pendiente otro nombramiento decisivo. El Papa debe tomar una decisión crucial para el devenir de su pontificado como la de elegir a su equipo de colaboradores más cercanos, comenzando por el número dos, es decir, el secretario de Estado. De hecho, una de las grandes losas que tuvo que sufrir Benedicto XVI fue la derivada de la mala gestión de su secretario de Estado, el cardenal italiano Tarcisio Bertone.

Sin embargo, muchos observadores mencionan rumores, según los cuales, podría eliminar este puesto -equivalente a un primer ministro-, al tiempo que podría también desmantelar otro peso pesado, el banco vaticano, manchado por los sucesivos escándalos. "Esto podría resultar en un Papa que es su propio primer ministro", asegura John Allen, corresponsal del National Catholic Reporter. Una decisión así allanaría el camino para un estilo de gobierno más colegiado y simplificaría el día a día de la Curia, el órgano de gobierno de la Iglesia católica

Junto a ese nombramiento clave, Francisco tendrá que designar a los prefectos de las diferentes congregaciones que componen la curia y que abarcan áreas tan importantes como la doctrina de la fe, la liturgia, las órdenes religiosas, la evangelización, la educación o los obispos. Por no hablar del puesto de portavoz, que durante el pontificado de Benedicto XVI ocupó el jesuita Federico Lombardi.

Y aunque la Iglesia no se arregle cambiándose solo de zapatos, Bergoglio no quiere pasar inadvertido en la escena mundial, sino que pretende convertirse en uno de sus actores principales. El exarzobispo de Buenos Aires no es el Papa que hubiera elegido la estructura de la Curia. Scola o Scherer eran los hombres destinados a una "reforma tranquila", que no tocara lo esencial y mantuviera el misterio en torno a la figura papal y al papel de los organismos vaticanos. Que diera carpetazo al Vatileaks y que aceptara pequeños cambios pero sin tocar lo esencial: el poder en manos de unos pocos.

por la cercanía y la vestimenta

"Es la Iglesia del delantal"

Su carácter campechano tampoco ha sido bien acogido por los sectores más tradicionales que se han apresurado a censurar algunos de los gestos que el pontífice ha tenido en estos treinta días. No ha gustado que Francisco no use la vestimenta habitual que va unida a su cargo (la capa y los mocasines rojos), o su rechazo a vivir en el tercer piso del Palacio Apostólico. Pero la gota que colmó el vaso para sus detractores fue cuando el Jueves Santo lavó los pies de dos musulmanes y de dos mujeres, un acto inédito hasta ese momento que no sentó nada bien a los sectores más tradicionales. Tampoco gusta su carencia por hablar idiomas extranjeros, manejando siempre el italiano y, ocasionalmente, el castellano.

Y es que en algunos sectores ya se dice que Francisco se parece a Juan XXIII en la espontaneidad, el sentido del humor y la naturalidad. Emili Turú, general de los Hermanos Maristas, va más allá y lo asocia con la "Iglesia del delantal", lanzando un mensaje que es "claramente el ideal fresco de un Evangelio sin glosa, de fraternidad universal, de diálogo con todas las religiones, pobreza, austeridad...", apuntala. Es la nueva primavera de la Iglesia.