Bilbao. Las hijas de Gema de Diego no esperan encontrar ninguna moneda bajo la almohada. "El otro día se le cayó a la mayor una muela y me viene: Ama, me ha dicho la abuela que Rajoy ya no va a traer más dinero para el Ratoncito Pérez. Digo: Sí, hija, está la cosa muy mal. Luego me pregunta que a ver si Rajoy es un futbolista. Pobrecita, a veces es más inocente que ni sé". Son los efectos colaterales de los desahucios, que echan a patadas a los roedores de fantasía para tapizar las infancias de realidad sin edulcorar.

Hace cinco meses que Gema cerró la puerta de su antigua casa, en Sestao. Su ex pareja dejó de pagar la hipoteca y ella, que tenía el uso y disfrute de la vivienda, se vio de la noche a la mañana en la calle. Ahora sufre el calvario de tener que ver el piso cada vez que lleva a sus hijas, de 9 y 4 años, al colegio. "La mayor me dijo: Ama, mira, han puesto que se vende. Está ahí, vacío, y yo pagando tanto en otro sitio y pasándolas canutas", se duele.

Los 776 euros que recibe de ayuda apenas le llegan para pagar el alquiler, que se zampa 650 euros. Con el resto, más los 130 euros que le ingresa el padre de una de las niñas, hace frente a las facturas. A la sartén echa lo que le da la familia. "Me dicen: Llévate un kilo de pechugas o una docena de huevos. Me ayudan en la medida en la que pueden, porque somos siete hermanos y, menos una, estamos todos en paro. Di que las crías no cenan mucho y como están en el comedor... Y yo sola, por no hacerme la comida, ni como".

Los fines de semana los solventa yendo a casa de su madre, que de vez en cuando le compra tabaco. "Ahora no lo puedo dejar. Psicológicamente estoy peor que cuando me desahuciaron. Estoy con medicación y todo, que no es un ibuprofeno, que estoy en tratamiento", subraya. Pero las pastillas no pueden contener las lágrimas de Gema, que se desbordan a cada rato. "Estoy de llorona... Yo pensaba que era fuerte, pero esto es como una enfermedad crónica, que te marca para toda la vida. Es imposible empezar de cero y menos con dos crías. Es que me emociono...". Se rompe y coge aire. "Me ha afectado mucho. Más de lo que esperaba".

Pese a que aprovechó la mudanza para extraviar los objetos impregnados de malos recuerdos, las niñas consiguieron rescatar el sofá. Está un poco viejo, pero es el suyo. Al que están acostumbradas. "Decían que el de aquí era muy incómodo. Para una cosa que me piden...". Los retratos de las crías, unos adornos tribales y los gemelos de la payasa Pirritx también han sobrevivido al naufragio. Incluso han adoptado a un hámster. "Es de mi sobrino, que vive con mi madre. Cualquier día hago un caldo con él", sonríe.

"Me he quedado atascada" Forzada a "vivir al día", Gema, a sus 35 años, no puede pensar en el futuro. "Me he quedado atascada, a ver qué pasa, a ver cuándo se levanta esto. No podemos pensar qué vamos a hacer, solo esperar a ver qué hacen con nosotros". Cuando intenta vislumbrar el horizonte, pese a los rayos de sol que se cuelan por la ventana de la cocina, lo ve oscuro. "Y peor que se va a poner. Tres o cuatro años, por lo menos", augura.

Reacia a las nuevas tecnologías, Gema asiste los martes a un cursillo de informática básica del ayuntamiento. "No tengo ni idea de ordenadores, pero es lo que me ha tocado", se resigna. Al menos, añadirá una línea a su escueto currículum, aunque luego no sepa ni dónde echarlo. "Hay veces que preguntas, que miras por internet, pero otras, dices: ¿Para qué? Si no hay trabajo. Te llegas a bloquear. ¿Dónde me voy a meter yo, sin estudios ni nada? Ahora de repente queremos todas limpiar portales. Si es que no hay. Si el problema es ese", se lamenta.

La muerte de Amaya Egaña, la mujer que se quitó la vida la semana pasada en Barakaldo cuando iba a ser desahuciada, revolvió los posos de su particular pesadilla. "Lo pasé muy mal, estuve toda la tarde mala. No podía ni dormir". Porque cada caso es distinto, pero el dolor es universal. "A mí llegar a suicidarme no se me pasó por la cabeza, pero querer morirme sí. Meterte a la noche en la cama y pensar: ojalá me muriese. Si no fuese por mis hijas, me gustaría no despertarme, desaparecer del mapa".

Pese a que políticos, jueces y alguna entidad financiera parecen haber movido ficha, Gema duda. "No creo que a ningún banquero ni político les importe mi vida. Eso va a ser un queda bien. Lo hacen para que nos olvidemos de otras cosas y rellenar telediarios. No me creo nada", desconfía. En la Navidad no quiere ni pensar. "No me ha gustado nunca y ahora menos. No tengo ganas de fiestas". Las crías ni han mentado a Olentzero. "Las tengo bien enseñadas a que no pidan".