Madrid. Hoy se cumple un año desde que José Luis Rodríguez Zapatero anunció que abandonaba la primera línea de la política y, en este tiempo, el PSOE ha tenido que afrontar doce meses en estado crítico y solo ahora parece haber comenzado a ver la luz al final del túnel, tras las elecciones andaluzas y asturianas.

Al desafecto de los electores, traducido en una irremediable sangría electoral, ha añadido el PSOE en el último año la agravante de unas luchas fratricidas por el poder interno que lo han dividido de modo nunca conocido hasta ahora desde el congreso de Suresnes.

Sólo los resultados electorales en Andalucía y Asturias del 25-M han permitido taponar las heridas en un partido que llegaba del 2011 derrotado y deprimido. Y la mejoría será aún más notable si, como prevén los socialistas, finalmente consiguen formar Gobierno en ambas comunidades. En términos médicos, el PSOE habrá pasado de la UVI a planta.

Cuando el 2 de abril del 2011 Zapatero comunicó ante el Comité Federal del PSOE que no repetiría como candidato a la Moncloa, el entonces presidente del Gobierno pretendía que su figura no fuera un lastre ante las trascendentales citas electorales de ese año. Según estrategas del PSOE, los electores habían personificado en Zapatero buena parte de su malestar ante la crisis económica y su gestión por parte del Ejecutivo, con la losa del irrefrenable ascenso del paro. Sin embargo, su anuncio no sirvió para mitigar el batacazo en las elecciones autonómicas y municipales del 20 de mayo, en las que los socialistas perdieron todos sus feudos regionales en juego, entre ellos Castilla-La Mancha y Extremadura.

Y aunque las hostilidades internas para sucederle habían comenzado meses antes de su anuncio oficial, fue a raíz de la debacle electoral de mayo cuando se desató la verdadera batalla por encabezar el cartel electoral socialista en las generales. Incluso se barajó pedir un congreso federal extraordinario para desalojar a Zapatero del liderazgo del partido.

Alfredo Pérez Rubalcaba y Carme Chacón nunca formalizaron sus intenciones, pero eran conocidas por todos. Finalmente, la entonces ministra de Defensa dio un paso atrás y despejó el camino al vicepresidente.

Rubalcaba quiso entregarse en cuerpo y alma a esa misión y abandonó sus cargos en el Ejecutivo para emplearse a fondo en su nuevo cometido, intentando suavizar una derrota que todos en el PSOE veían como el inevitable castigo a cuenta de la crisis y, especialmente, de los ajustes de mayo de 2010.

Zapatero adelantó las elecciones al 20 de noviembre, pero el camino no dejó de llenarse de obstáculos adicionales que empeoraban cada día más las expectativas electorales del PSOE. La crisis de la deuda soberana o la reforma exprés de la Constitución para introducir en la Carta Magna la disciplina fiscal empañaron otros acontecimientos que los socialistas hubieran podido rentabilizar a su favor, como el anuncio de ETA de poner fin a su violencia terrorista, a un mes de las elecciones.

Como era de esperar, el PSOE con Rubalcaba al frente perdió los comicios generales con el peor resultado de los socialistas en la democracia, lo que les dejó con solo 110 diputados.

Lucha por el liderazgo Pero ni tiempo hubo para lamerse las heridas, porque, como había sucedido tras las elecciones de mayo, volvieron a recrudecerse las batallas cainitas, en este caso con la mirada puesta en la secretaría general del partido que se disputaría en el congreso federal de febrero. En esta ocasión Chacón no se amilanó y sus afines hicieron suya la máxima de "quien golpea el primero golpea dos veces" para presentar un manifiesto de velado apoyo a su candidatura, justo el día en el que las Cortes proclamaban a Mariano Rajoy nuevo presidente del Gobierno.

Se abría así un periodo de mes y medio hasta el congreso federal salpicado de acusaciones de juego sucio por parte de ambos bandos y con Zapatero autoerigido como árbitro imparcial. El desenlace final, ajustadísimo, dio la victoria a Rubalcaba, dejó a los chaconistas marginados del aparato del partido y aupó a José Antonio Griñán como nuevo presidente del partido.

Los socialistas creen haber encarrilado por fin sus pasos hacia una recuperación que pasará su siguiente examen en las autonómicas vascas y gallegas del próximo año.