J.V.- Ante alguien que siempre está avinagrado decimos que tiene “mal carácter”. ¿Sería más correcto hablar de “temperamento difícil”? ¿O lo dejamos en mala leche y punto? En realidad, lo que quiero preguntarte es si se nace así o si es la vida la que nos convierte en ogros.

I.Q.- En mi opinión, un poco de todo. Se nace con unos rasgos que nos hacen socialmente más o menos hábiles y sobre ello viene todo lo demás, la experiencia. Ser cascarrabias no es necesariamente consecuencia de una mala esencia propia, sino que puede llegar a ser la consecuencia lógica de las injusticias que alguien ha sufrido en su vida y que le ayudan a perder la fe y el buen humor.

J.V.- En cualquier caso, estamos hablando de una persona que hace sufrir a las demás... ¿y también que sufre ella misma? ¿Crees que es consciente de su actitud?

I.Q.- A veces sí y a veces no. El que es consciente se puede controlar y sabe excusarse; el que no lo hace tiene habitualmente malos días y, como dices, los hace pasar a los demás.

J.V.- Supongo que las malas pulgas van asociadas a otros rasgos de personalidad. ¿Qué más le pasa a alguien eternamente malhumorado?

I.Q.- Pues que se siente agraviado con mucha frecuencia y que tiene una necesidad extrema de quejarse. Muchos tienen rasgos paranoides. Ven detrás de cada actitud una amenaza a su posición y detrás de cada comentario una crítica negativa a su persona. Otros son simplemente insatisfechos que se tienen que dar importancia dando lecciones particulares a los que le rodean y, además, con mal estilo. Hay otros que tienen que tener la razón necesariamente y llevan sus discusiones hasta el extremo.

J.V.- Hay varias maneras de manifestar esa forma de ser. Desde quienes se pasan el día rezongando pero no van a mayores... hasta quienes llegan a ser agresivos o violentos.

I.Q.- Todo depende de las veces que se repitan las historias. Si la frase que dice Lo poco agrada y lo mucho enfada es válida para personas absolutamente normales en situaciones de la vida cotidiana, para estas personas que ya son impulsivas e impacientes, más aún. A los que están cerca de estas personas hay que pedirles que desarrollen la habilidad de detectar las erupciones (ahora que está de actualidad), para alejarse de ellos cuando empiezan los primeros signos de explosión.

J.V.- Como compañeros de trabajo son una maldición. Y como jefes, ni te cuento...

I.Q.- Depende, hay jefes que son muy cascarrabias con los superiores y muy poco con los subordinados, pero en general, comparto lo que dices. Es un fastidio estar con ellos por lo que te he dicho en la pregunta anterior: hay que estar tomándoles la temperatura constantemente.

J.V.- ¿Merece la pena tratar de hacerles ver que se pasan un par de pueblos? ¿Es mejor poner tierra de por medio (siempre que sea posible, claro)?

I.Q.- Siempre he dicho que hay que expresar la opinión discrepante y hacerlo lo más correctamente posible, pero hay que alejarse de la distorsión del querer tener la razón porque se acaba perdiendo los papeles y pasando un mal rato, cuando en realidad la razón cae ella sola por su peso.

J.V.- A veces, optamos por una cierta condescendencia. Damos por hecho que “son así y no pueden cambiar”. ¿Es una actitud correcta? ¿No estamos reforzando su comportamiento?

I.Q.- Siempre que se pueda, me parece correcto porque lo que ellos presentan no es un comportamiento en sí mismo, sino una actitud que lleva emparejadas una serie de conductas, muchas veces tantas como interlocutores se encuentran a lo largo del día.

J.V.- ¿Existen realmente los gruñones o cascarrabias entrañables? ¿Cómo los distinguimos de los otros?

I.Q.- Sí que los hay. Son personas hipercríticas, que sólo buscan hacer las cosas bien y que se encuentran muchas dificultades para conseguirlo; o individuos que han sido maltratados a pesar de ser gente de bien, brillante y trabajadora. O ese tipo de personas que yo defino como las de “qué culpa tienen ellos si las ven venir” y que anticipan que hay propuestas y planes que no son correctos y que lo dicen una y otra vez sin que se les escuche, en parte porque son más perspicaces que el resto de las personas que le rodean y en parte porque cuando abren la boca lo hacen tan desagradablemente que enseguida se les dice “ya está Fulano con sus historias”.

J.V.- Estamos hablando de gente que es así 24 horas al día y 365 días al año, pero todos podemos tener periodos más o menos largos en los que estamos más irritables que de costumbre. ¿Cómo salimos de ese estado?

I.Q.- Pues reparando en lo que nos está ocurriendo. Más de una vez, cuando he hablado del estrés he dicho que cuando estamos estresados no nos damos cuenta y que el primer signo es que estamos más irritables y más cascarrabias. También he dicho que de esa condición se dan cuenta antes los demás, los que la padecen, que nosotros mismos. La solución, pues, es tener alguien que nos quiera lo suficiente para decírnoslo y que nosotros confiemos en esa persona lo suficiente como para corregir la deriva.

J.V.- Tener una gotita de mala uva, un genio que sacar de vez en cuando para que no nos tomen por el pito de un sereno, tampoco está mal, ¿no?

I.Q.- En absoluto. Cuando alguien quiere cometer una arbitrariedad gratuitamente en temas que son de nuestra competencia y pretende hacerlo saltando por encima de nosotros está justificado que defendamos con fiereza (sí, digo bien) nuestros principios, nuestra labor y a los que dependen de nosotros.