HIROSHIMA. "Estas escenas las conozco bien", pensó el 11 de marzo Keiko Ogura cuando vio por televisión los efectos del devastador tsunami en el noreste de Japón, con "explanadas en las que no quedaba nada, solo unos pocos edificios en pie", explica esta mujer de 74 años.
Las imágenes eran muy parecidas a las que ella vivió con 8 años, cuando el B-29 estadounidense Enola Gay lanzó sobre Hiroshima el primer ataque nuclear de la historia.
La bomba "Little boy", que cayó a 2,4 kilómetros de la casa de Ogura, acabó con la vida de unas 120.000 personas de forma instantánea y de muchas más por las secuelas.
"Aquel día mi padre nos dijo que no fuéramos al colegio porque tenía una sensación extraña. Yo estaba al lado de la casa cuando vi un fogonazo blanco que me envolvió. Caí al suelo y perdí la consciencia; cuando abrí los ojos todo estaba muy oscuro y oía llorar a mi hermano pequeño", relata.
Al principio no se explicaban por qué un vecindario como el suyo había sido objetivo militar. "Más tarde comprendimos que nosotros no éramos el objetivo, sino toda la ciudad", dice desde el Museo de la Paz de Hiroshima, con el discurso de quien está habituado a repetir su historia.
A diferencia de ella, no todos los supervivientes están dispuestos a contar sus experiencias: "Hubo muchos años en los que pareció que en Hiroshima y en todo el país había alergia a hablar de la radiactividad", asegura esta "hibakusha", como se conoce en Japón a las víctimas de la bomba atómica.
Los afectados sufrieron durante largo tiempo "la discriminación de los que no conocían la realidad", recuerda, en una época en la que se llegó a pensar que los afectados por radiactividad padecían un mal contagioso.
Ahora, 66 años después, las cosas han cambiado y Ogura insiste en que, pese al carácter retraído de la sociedad japonesa, es positivo que las víctimas de la radiactividad, también en Fukushima, hablen de ello para mantener viva la advertencia del peligro nuclear.
Las noticias sobre lo ocurrido en la central de Fukushima Daiichi, donde unas 80.000 personas tuvieron que ser evacuadas en un radio de 30 kilómetros por la radiactividad, le llegaron como "un shock", señala.
Ogura afirma que durante décadas en Japón no hubo información sobre el riesgo de las centrales nucleares y que fueron visitantes extranjeros los que le detallaron a ella por primera vez los peligros que entrañaba la energía atómica.
En 1985 publicó su "Manual de Hiroshima", un libro en el que explicaba, entre otras cosas, las consecuencias de la radiactividad y profundizaba en la energía nuclear, sin pensar que las explicaciones sobre los efectos del plutonio o el yodo pudieran volver a las portadas de Japón "tan pocos años después".
El libro de Ogura es uno de los muchos sobre cuestiones nucleares en la biblioteca del Museo de la Paz de Hiroshima, abarrotado casi siempre de visitantes y que hace un escalofriante recorrido por lo sucedido el 6 de agosto de 1945 y sus duraderas consecuencias.
Frente al museo se encuentra el Parque Memorial de la Paz, centro de la ceremonia que mañana recordará ante representantes de unos 70 países a las víctimas del ataque nuclear, con la crisis de Fukushima y el reavivado debate sobre la energía atómica como telón de fondo.
Ante el "Genbaku Domu" ("Cúpula de la bomba atómica"), el esqueleto de la antigua Cámara de Promoción Industrial que se levanta como símbolo de la devastación, se congregaban hoy varios grupos con pancartas de homenaje a las víctimas y, algunos, con mensajes contra la energía nuclear.
Por allí pasaron hoy desde miembros de la Asociación de Ciclistas por la Paz hasta estudiantes, turistas o incluso un grupo de monjes budistas que, bajo un sol de justicia, recitó sus oraciones ante un pequeño altar y dos grandes pancartas de "no a la guerra" y "no más plantas nucleares".
El alcalde de Hiroshima, Kazumi Matsui, ya ha anunciado que durante el acto de mañana, en su tradicional declaración de la paz, hará además un llamamiento para que el Gobierno de Japón revise su política energética.