UNA semana después de conocerse, los resultados electorales todavía no han acabado de digerirse. El mapa de la Euskadi real resultante de unas elecciones en las que nadie -por fin- quedaba excluido, ha puesto de los nervios a quienes se han sentido interpelados, para bien o para mal, por la voluntad de los ciudadanos vascos.

Arrolló Bildu, y lo hizo con la legitimidad que le otorga el voto. Podrán hacerse múltiples interpretaciones sobre la razón que impulsó a 313.000 ciudadanos vascos a introducir esa papeleta en las urnas. Podrá apelarse a la reacción solidaria contra tanta injusticia sufrida, que siempre se inclina a favor del débil y del agraviado. Podrá achacarse a la desaforada presencia en negativo por parte de los enemigos de esa marca electoral, a modo de irreflexiva campaña subliminal, en las semanas previas al 22-M. El caso es que tanto en la CAV como en Navarra la irrupción de la coalición independentista le ha situado en el eje de buena parte de las soluciones de inmediato futuro. El indudable éxito de Bildu no solamente ha originado daños colaterales a otras formaciones políticas con las que de alguna manera pudiera compartir objetivos -léase Aralar, H1, EB, NaBai?-- sino que ha colocado en situación comprometida y perpleja a partidos con los que nada tiene que ver -PP, UPN, PSE-EE y PSN-. Y aun teniendo algunas bases ideológicas comunes, ha creado serias dificultades de decisión al PNV, el único partido que le ha superado en votos y al que pretende sustituir en el liderazgo abertzale.

En este ambiente imprevisto, completamente nuevo, tendrán que irse perfilando las respuestas al mensaje de las urnas. Merecidas celebraciones aparte, Bildu deberá bajar a la tierra, mirarse hacia dentro y demostrar su capacidad real para gestionar instituciones mucho más complejas que el simple municipio. Muchos hemos conocido, soportado y compartido la inquietud de su legalización casi hasta el último momento, pero superada cualquier tentación del victimismo es hora de escuchar sus propuestas, de conocer las alternativas que propone, cuál es su modelo de desarrollo y cuáles sus recetas para afrontar la crisis económica, para resolver el desempleo y para arrostrar los grandes retos que se nos presentan como país.

Puede entenderse la preocupación de muchos ciudadanos -incluso de bastantes que votaron a la coalición- sobre la aptitud de Bildu para afrontar lo que le viene encima. Esa incógnita, ya por serlo, es motivo de inquietud. Pero es absolutamente rechazable apelar al miedo, como lo están haciendo desde PP y PSE, para trasladar a la sociedad el temor a que si Bildu se hace con el poder en las instituciones pueda llevar este país al desastre. La ansiedad que los resultados del 22-M han provocado en las sedes ejecutivas de los perdedores les induce a maniobras tan turbias como inventarse alarmas confidenciales transmitidas por empresarios, a pronosticar catástrofes y a meter el miedo en el cuerpo a los ciudadanos como si amenazase la peste. No se paran a pensar que en Bildu hay sin duda personas con mucha más capacidad y más preparación que quien ellos encumbraron como lehendakari. Precisamente ellos, PSE y PP, eficazmente ayudados por sus acólitos mediáticos, han contribuido en gran manera a encumbrar a Bildu empecinados en situar a la coalición en su particular eje del mal. Y ahora tienen la desfachatez de apelar a una supuesta demanda de la mayoría social que, según aseguran, rechaza que la gestión de las instituciones esté en manos de esa coalición. Ellos, que se pasaron a la mayoría por el arco del triunfo e hicieron trampa para repartirse el poder, llaman ahora a juramentarse contra Bildu precisamente a quienes hace dos años les robaron la cartera. "Unámonos PSE, PP y PNV para cerrar el paso a Bildu", proponen con la mayor desvergüenza, mientras el padrino de aquella estafa mafiosa, el lehendakari del cambio, en lugar de autocriticarse echa balones fuera, culpa a Zapatero y se dedica a enredar aún más el caos de su partido para asegurarse una canonjía en Ferraz cuando abandone Ajuria Enea. El espectacular apoyo que ha recibido Bildu merece que se le otorgue la oportunidad para gobernar allá donde está claro el apoyo democrático mayoritario. Donde ese apoyo precise de pactos, el sector de la coalición menos acostumbrado a compartir poder tendrá que aceptar con naturalidad el principio de que acordar es ceder.

Por último, la nueva situación resultante del 22-M no puede abstraerse del proceso iniciado por la izquierda abertzale histórica hacia un final dialogado del conflicto vasco. La acumulación de fuerzas soberanistas ha logrado un excelente resultado por vías exclusivamente pacíficas y democráticas. Ante ello, ETA debería acelerar su decisión de una renuncia definitiva a la violencia. Y Bildu, desde su condición de segunda fuerza más votada, debería emplazarle a ello para disipar las dudas. Sería, además, un excelente golpe de efecto.