Personalidad contradictoria, síntesis del misticismo de los poetas y santones árabes, al mismo tiempo concentraba en su mente las dosis más fuertes de fanatismo y de odio racial al infiel, sobre todo, al americano. Sometido a una vida en permanente fuga, a una mudanza desde las alturas y quebradas de Tora Bora, en Afganistán, donde, según los comunicados, estuvo a punto de caer en las redes tendidas por la CIA y el Ejército norteamericano, después de diez largos años de juego al escondite y de apariciones en televisión, ha caído este enemigo declarado del pueblo y el Gobierno de los Estados Unidos en un palacio-refugio en Pakistán, a dos horas de Islamabad, conocido como Abbottabad.

El pueblo americano y, más aún sus gobernantes, han celebrado y celebran la muerte de Bin Laden con el mismo entusiasmo y alborozo como si fuera el triunfo final de un macht-ball deportivo. Se entiende este regocijo popular, esta celebración del más enconado y más acreditado terrorista, principal causante del magnicidio de la Torres Gemelas de Nueva York y de otros sonados atentados, como el de Londres y los de Pakistán e India. Se entiende, porque el pueblo norteamericano veía en Bin Laden la encarnación del mal y de la destrucción de la América feliz hasta el 11-S de 2001. No hay ninguna objeción a esa celebración comunitaria o panamericana, a esa justificada (para la mayoría) venganza, porque el pueblo siente como agravios propios y propias humillaciones las muertes de tantos inocentes ocasionados por un líder islamista transformado en demonio. Consumada la muerte de este número uno del terrorismo internacional, salta la pregunta inquietante: ¿se ha acabado con esta muerte, más deseada que ninguna otra, el plan del terrorismo? ¿Habrá que recurrir al refrán "muerto el perro se acabó la rabia"? Ya los observadores más perspicaces señalan que la muerte de Bin Laden no supone el fin del terrorismo, que otros como su segundo Al Zawahiri, cerebro, para muchos de los planes de Bin Laden, tomarán su relevo y se pondrán al frente de nuevos atentados y, tal vez, nuevas estrategias terroristas. Cabe esperar, tras la desaparición de este extraño líder paranoico, otros fulminantes despliegues del terror en atentados premeditados y programados con la frialdad y el cálculo del que estudia cómo atacar y hacer más daño.

La obra de este icono del terrorismo internacional y de sus colaboradores ha sido la de tejer y tejer por todo el mundo una tela de araña de células islamistas, o mejor dicho yihadistas, para maniobrar y actuar con voluntad de destrucción objetivos señalados tanto en Occidente como en Oriente. Desconcierta y confunde esta trayectoria de la temida organización terrorista Al Qaeda, porque no sólo hace objeto de sus ataques a los "infieles" cristianos, sino también ha extendido sus ataques a sus "hermanos" musulmanes, tanto en el Irak invadido por Bush, como en el Marruecos del rey Mohamed. No acabamos de entender por qué los estrategas de ese flagelo del terrorismo de Al Qaeda aparecen en poblaciones de Asia, de África con señales de destrucción de muerte, allí donde el mapa está poblado por servidores y adoradores de Alá. Desconcierta y no tiene explicación esta táctica del terrorismo de unos islamistas, ya sean suníes o chiíes. Porque para un religioso islamista, habrá que suponer, que los que creen en Alá y siguen a Mahoma, el profeta, rezan al mismo Alá y siguen al mismo profeta. Pero, tal vez, sea ésta una de las grandes contradicciones del extraño "santón guerrero" (así calificado por el jefe de Hezbolá en Gaza), quien nunca hizo una declaración y menos explicación del porqué de esos ataques a sus propios hermanos.

La negra y larga lista de atentados y muertes del paranoico Bin Laden no ha sido suficientemente estudiada y analizada para poder realizar un estudio síntesis de tanta aberración, de tanto fanatismo y de tanto poder de destrucción, pero todo ellos sin sentido y sin justificación posible. Este monstruo podría encontrar su definición en el uno de los "silogismos de la amargura" de Cioran, al hablar de Lutero: "Asumió toda clase de desequilibrios, un Pascal y un Hitler cohabitaban en él". O podría desplazarse en las páginas de La historia universal de la infamia, de Borges.

Por un tiempo breve, tal vez demasiado breve, los estadounidenses podrán tener el sueño tranquilo de los que se han quitado el miedo a la repetición de otro 11-S, pero el fanatismo, producto del odio puede aparecer cualquier día fatídico y dar otro zarpazo en Nueva York, en Londres o en Madrid. El terrorismo espera, acecha y se ceba de repente. Occidente, el mundo, no puede dormir sin sobresaltos ni esperar la paz duradera. Tal vez sea porque Occidente ha armado a sus propios enemigos y éste sea su mayor error.