Han pasado más de 5.000 años desde que la manicura comenzó a ser una práctica habitual y más o menos extendida en según qué estratos de la sociedad. En el antiguo Egipto, la civilización más antigua donde comenzó a impulsarse este tratamiento de belleza, las uñas pintadas suponían un auténtico símbolo de riqueza y estatus social y, de hecho, existen numerosas tumbas de faraones decoradas con representaciones de mujeres y hombres con las uñas perfectamente pintadas y estilizadas. 

Más allá del componente socioeconómico que dejaba a relucir el hecho de pintarse o no las uñas, estas veinte estructuras de queratina tenían un significado simbólico y religioso muy fuerte en la antigua cultura egipcia, y asociaban las uñas con la protección ante los malos espíritus y con el poder. Tanto es así que enterraban a los faraones con las uñas muy largas como símbolo de fortaleza y poder divino. Una concepción espiritual quizá un poco lejana pero que cobra toda la lógica si tenemos en cuenta que en un sentido primario, las uñas representan nuestra arma de defensa frente al enemigo. 

Pero no solo la civilización egipcia disfrutaba haciéndose una buena manicura: mientras Cleopatra y Nefertiti teñían sus uñas y buena parte de sus falanges superiores con una henna oscura y rojiza, la realeza china utilizaba claras de huevos, cera de abeja y tintes vegetales para conseguir un efecto también rojizo y un toque de color que les distinguiera de alguna manera del resto de la sociedad. En este sentido, además de ser un distintivo estético y un símbolo de belleza y autociudado, constituía un emblema social, pues quien trabajaba con las manos o se dedicaba a cuidar de la tierra o los animales no podía ni plantearse una apariencia semejante de sus manos.

Una mujer muestra sus uñas rojas y brilllantes. Freepik

Fascinación por el rojo

Fuera como fuera hay una constante detrás de la práctica de pintarse las uñas: ya sea en el antiguo Egipto, en el lejano Oriente o en nuestros propios días existe una fascinación estética con el rojo y con los pigmentos que conseguían asemejarse a él, como la henna o la clara de huevo.

Tanto es así que las lacas de uñas comenzaron a popularizarse y a ser un producto estético como cualquier otro bajo la insignia roja, y es que el primer pintauñas que salió al mercado, bajo la gama de esmaltes Revlon en 1932, fue en rojo, inspirados y a juego con los labios escarlata tan de moda en aquellos años. 

Sin embargo, antes de esta democratización del esmalte en general y del color rojo en particular, que llevó a personajes como Diana de Gales a lucir en muchas de sus apariciones públicas una manicura rubí y a la industria del lujo como Dior a abanderar la ola de la manicura roja, durante un tiempo quienes se atrevían a cubrir sus uñas de rojo eran consideradas afines al mundo de las actrices y de la prostitución.

Existen muchos mitos y teorías en torno al color rojo de las uñas. La sociedad más conservadora considera mal visto el tinte rojo y brillante en las uñas por estar relacionado con la sexualidad, aunque por otro lado pocas partes del cuerpo serían tan asexuales como las uñas de los dedos. Más allá de debates y percepciones sociales, parece obvio que existe un trasfondo psicológico en la fascinación por el rojo en las uñas y es que es un color que evoca fuerza y poder y se ha convertido en el tono insignia de la autoconfianza.