- Tal día como hoy hace cuatro años, aterricé en Barcelona a primera hora. El taxista que me llevó desde El Prat a mi hotel en la Diagonal, que iba cambiando cada minuto de Rac-1 a Catalunya Radio, me aseguró que no había nada que temer. Sería, sobre todo, un día de fiesta y, pese a la descomunal presencia de las fuerzas de seguridad españolas, la sangre no llegaría al río. "Saben que nos están mirando desde todo el mundo y no se van a atrever a quedar como unos salvajes antidemocráticos", me dijo al tiempo que me entraba en el móvil un guasap de mi compañera Eider Hurtado que parecía confirmar el vaticinio: "Todo está muy tranquilo", rezaba el texto. Ni diez minutos después, cuando me disponía a dejar la maleta en la recepción, un tuit de la propia Eider ya se había hecho viral. Mostraba imágenes de personas que al intentar acceder al colegio electoral, habían recibido el impacto de las porras de la Policía Nacional. Recuerdo, en concreto, una mujer de cierta edad con una herida sangrante en la frente.

- Pronto pude ver con mis propios ojos (e incluso sufrir en mis carnes) actuaciones similares de los uniformados de azul. Les bastaba intuir una mala mirada para liarse a empujones, patadas o porrazos. Estaban literalmente fuera de sí, consumidos por una rabia indescriptible. Mi recorrido por los diferentes centros de votación me mostró que, aunque no en todos, pues también fui testigo de votaciones absolutamente pacíficas, la violencia policial fue la tónica predominante de la jornada. Y pese a todo, al pasar de las horas, resultó que unos cuantos centenares de miles de personas pudieron emitir su sufragio. El resultado favorable a la independencia fue, obviamente, apabullante, puesto que los contrarios no hicieron acto de presencia.

- A partir de ahí, se aceleró todo. El discurso incendiario de Felipe VI dos días después. La declaración de la república y su suspensión treinta segundos más tarde. La convocatoria de elecciones que no llegó a anunciar Puigdemont. La promulgación del 155 que obligaba a esas elecciones. Las detenciones y los encarcelamientos. Las fugas y el exilio. Otras elecciones. La inhabilitación del president que resultó de esas elecciones. Una nueva convocatoria. Los indultos. La división cada vez más profunda en el soberanismo. Una mesa de diálogo con solo una de las familias independentistas. El gobierno del Estado, presumiendo de haber desactivado el movimiento. Y la pregunta inevitable cuatro años más tarde de si para este viaje fueron necesarias semejantes alforjas.