- Sábado, buen tiempo y la pandemia en notable retroceso. A primera vista, se daban las circunstancias para que las calles volvieran a llenarse y se escuchara alto y claro el clamor por la independencia de Catalunya. Sin embargo, ni con los enfoques más generosos, las cámaras han podido tomar imágenes remotamente parecidas a las que guardamos en la retina de otros 11 de septiembre no muy lejanos. Tampoco es cierto, como ya se están engolfando en celebrar los medios del unionismo cañí —tanto del recalcitrante como del rebajado con gaseosa—, que no saliera ni el tato, pero cualquier observador ecuánime pudo apreciar ayer que los diferentes actos tuvieron asistencias más bien magras.

- A lo anterior hay que añadir la atomización de convocatorias y convocantes. Se podrá alegar que esa ha sido la costumbre casi desde que hay memoria de la celebración. El programa se compone de diferentes actos y cada parroquia se reúne por su parte. Sin embargo, en los años precedentes había un evento central que daba la idea de la temperatura del procés. Esta vez no solo no ha sido así, sino que en aquellos en los que han coincidido las principales familias del soberanismo, los representantes de ERC, que ahora encabezan el Govern, se han llevado ostensibles pitadas. A Pere Aragonès le cayeron varias y no se libraron tampoco, pese a sus años de cárcel, ni Carme Forcadell, ni Jordi Sánchez ni el mismísimo Oriol Junqueras. “¡Traidor, traidor!”, le gritaron al líder de Esquerra en la ofrenda floral nocturna en el Fosar de las Moreras.

- El retrato de conjunto evidencia el divorcio cada vez más profundo, no ya entre las dos formaciones principales del independentismo, sino entre sus respectivos votantes y simpatizantes. Empieza a parecer verdad que es más lo que les separa que lo que les une. Es difícil predecir lo que va a ocurrir si esa animadversión mutua sigue creciendo y si lo hace, como está ocurriendo, a la vista de tantas y tantas personas que, sin integrarse en una u otra bandería, comparten el objetivo común que llevó a emprender el camino: la proclamación de la república catalana. Sigo sin dudar de que la meta se alcanzará dentro de unos años porque la desafección respecto a España es, sobre todo en las generaciones jóvenes, imposible de revertir. Sin embargo, en este minuto, el procés está dando vueltas a la rotonda. Cabría pensar que rinde sus frutos la táctica de Pedro Sánchez de hacer pequeñas concesiones mientras se marea eternamente la perdiz.