En las personas de mayor edad es frecuente que existan varios diagnósticos de enfermedades crónicas: diabetes mellitus, hipertensión arterial, enfermedad pulmonar obstructiva crónica, insuficiencia cardiaca…
Para garantizar un adecuado control de cada una de estas enfermedades se necesitará la prescripción de una o dos líneas de fármacos, haciendo que el número de medicamentos que deban tomarse al día supere los cinco, dando lugar al síndrome geriátrico que conocemos como ‘polifarmacia’.
Si, además, la persona tiene alteraciones de la esfera afectiva, del sueño o presenta dolor, se considerará la prescripción de más líneas de fármacos que mejoren su ánimo, el ritmo de su sueño o mitiguen su dolor, haciendo que el listado de medicamentos aumente, hecho que puede suponer un aumento del riesgo de interacciones fármaco-fármaco y la aparición de efectos adversos de algunos de ellos.
Este riesgo aumenta con los cambios fisiológicos del envejecimiento, las propiedades farmacocinéticas y farmacodinámicas de los fármacos (eliminación, unión a proteínas etc.) y la existencia de enfermedades, dependencia funcional o la inexistencia de un apoyo social suficiente que asegure la adecuada administración de los medicamentos.
Por estos motivos, es necesario realizar una valoración integral de la persona mayor, para establecer qué fármacos pueden tener un riesgo elevado de provocar efectos indeseados, como por ejemplo, algunos hipnóticos en personas con riesgo de caída, ya que pueden condicionar una mayor tendencia para su aparición.
En ocasiones, a medida que progresan las enfermedades, el objetivo puede modificarse, considerando la retirada de fármacos orientados a la prevención por estar en una fase avanzada de la enfermedad, donde el control de los síntomas (dolor, disnea, depresión…) pasan a ser prioritarios.
Para garantizar una prescripción centrada en la persona, debemos realizar un diagnóstico situacional del paciente mayor, pudiéndose encontrar en distintas etapas vitales: persona autónoma con objetivo de prevención de enfermedad, fase de deterioro funcional en relación con un avance de la enfermedad crónica o persona en fase de cuidados paliativos.
Además, se ha de proceder según lo recomendado en las guías de práctica clínica en cuanto a las indicaciones de abordaje farmacológico y asegurar que la opción farmacológica prescrita sea la óptima para la persona, con el menor riesgo de efectos adversos para su situación individual.
Es importante trasladar a la persona la información sobre el objetivo que buscamos con el fármaco, así como los efectos adversos que puede presentar, para considerar un reajuste de la prescripción.
El objetivo final es llegar a una prescripción farmacológica individualizada que dé respuesta a las necesidades de la persona en términos globales de salud (prevención, control de síntomas, calidad de vida), que sea fácil de cumplir (pautas concretas, uso de dispositivos de administración adaptados a las capacidades funcionales y cognitivas de la persona o, en caso de tratamientos de mayor complejidad, garantizar que tenga un adecuado soporte de cuidados que pueda administrar los medicamentos de forma correcta), con el menor riesgo potencial de efectos adversos (caídas, interferencia cognitiva, efectos anticolinérgicos…) y de acuerdo con las preferencias de la persona.
No hay fármacos para toda la vida, hay fármacos que dan respuesta a una necesidad concreta en el momento en el que son prescritos; pero a medida que las necesidades cambian, es obligatorio revisar el plan farmacológico para optimizarlo según la nueva situación de la persona.