Chevrolet persevera en su anhelo de convertirse en marca generalista global y continúa acrecentando su catálogo. La última incorporación es el Malibu, una berlina que hace honor al origen norteamericano del constructor por medio de una corpulenta figura de corte clásico. Este sedán de porte amable se dirige a la clientela europea de clase media con gustos más bien tradicionales. El Malibu, que propone mecánicas gasolina y diesel de cuatro cilindros (167 y 160 CV, respectivamente), pretende desmarcarse de su legión de contrincantes apelando a ese porte sereno, a una puesta en escena convincente y a las dotaciones más que satisfactorias; el precio (a partir de 25.800 euros) es correcto, pero no aporta ventaja alguna respecto a varios rivales directos.
El recién llegado prolonga una estirpe fundada en 1964 en EE.UU. No obstante, el actual Malibu no tiene nada que ver con las generaciones de antepasados homónimos que poblaron el paisaje urbano norteamericano (su figura se hizo popular como coche patrulla). Por aquello de la globalización, el último descendiente ha diluido parte de sus genes para europeizarse. Esa evolución se constata algo en el diseño externo y más en la concepción interior, bastante refinada para lo que estila en la cuna de Chevrolet.
El sucesor conserva, eso sí, una notable envergadura (mide 4,85 de largo), lo que le permite ascender de categoría y medirse aquí a las berlinas de clase acomodada. Es, al menos, la pretensión de los responsables de la firma, que lo presentan con "nuevo buque insignia... que ofrece un estilo americano incomparable, refinamiento y seguridad cinco estrellas". Como siempre, la última palabra la tiene el cliente.
El Malibu aprovecha su corpulencia para habilitar una cabina holgada y confortable. A ello contribuye su dilatada batalla (2,73 metros) y su amplia anchura (1,85 metros). La larga eslora permite ofrecer uno de los portaequipajes más voluminosos de su categoría (545 litros). Este envase se adorna con un maquillaje semejante al de los últimos productos de la casa, que confiere al semblante un porte rotundo por medio de la doble parrilla escoltada por grandes grupos ópticos.
Diésel, más que gasolina. El muestrario del modelo contiene dos opciones motrices. Ajenos a la evolución de los precios de los carburantes, los compradores permanecen leales al gasóleo, especialmente en este tipo de automóviles. Por eso, no hay que ser adivino para asegurar que la absoluta mayoría de los pedidos del Malibu se decantarán por la mecánica diésel.
Es una unidad de dos litros de origen alemán dotada de inyección de combustible por conducto común a alta presión, doble árbol de levas y turbocompresor de geometría variable con intercambiador térmico. Suministra 160 CV y 350 Nm de par, rendimiento que propicia una velocidad punta de 213 km/h y un poder para progresar hasta 100 km/h en 9,8 segundos. Sometida a una conducción sosegada y combinada con caja manual de seis marchas, esta motorización hace posible rebajar el promedio ideal de gasto a 5,1 litros y las emisiones de CO2 a 134 g/km.
La otra posibilidad es el propulsor a gasolina de 2,4 litros. Genera 167 caballos y 225 Nm de par. Es capaz de rodar a 204 km/h y de acelerar de 0 a 100 en 9,5 segundos. En condiciones óptimas se arregla con 7,8 litros cada cien kilómetros y expele 184 g/km de dióxido de carbono. Como el diésel, puede montar también transmisión automática de seis relaciones (1.600 euros de suplemento).