La sangrienta historia que se esconde tras la Torre de LondresF.P.
Confieso de entrada que he sentido un cierto yu-yu al pisar por primera vez la Torre de Londres. En un principio me resistía por la prevención que siempre tengo hacia los lugares siniestros y éste es uno de ellos por muy monumento que sea y la presencia de los beefeaters que aportan un punto de color escarlata con sus pintorescos uniformes. Comparto la sensación que tuvieron Gilbert y Sullivan, los famosos autores de operetas tan famosas como El mikado y Los piratas de Penzance, cuando en su obra Los alabarderos de la casa real, compuesta en 1888, se refieren a la Torre de Londres con frases tan elocuentes como “esta malvada torre” y “como el cruel gigante de los cuentos de hadas, ha de alimentarse con sangre”.
A los pies de la torre se ajusticiaba a los reos.
Hay turistas que acuden al lugar con la misma ingenuidad que muestran al ir de tiendas por Oxford Street. Pocos son los que tienen claro que este recinto fue el matadero nacional donde se segó la vida de algunas de las mejores y más valerosas personas de Inglaterra. Por mucho que Shakespeare en su obra Ricardo II haya dejado escrito eso de que “… la maléfica torre que Julio César construyó…”, la Torre de Londres fue levantada por Guillermo de Normandía tras haber vencido a los anglosajones en la batalla de Hastings y no por el romano. Hasta entonces, Guillermo era El bastardo, pero, a partir de entonces, se le llamó El conquistador. Una de sus primeras medidas fue la protección del territorio y la vigilancia de la navegación por el Támesis desde tres puntos de sus riberas. Éste era uno de ellos.
La Puerta de los Condenados.
Empezamos mal
Los dos arquitectos, Gundulfo y Ranulfo, que acabaron siendo obispos, determinaron desde un principio que la torre fuera de sección casi cuadrada. En realidad tiene 36 metros por 32,5, y una altura de 27. Sus muros de piedra alcanzan los 4,5 metros de ancho en la base llegando a poco menos de 3,5 en la cúspide. La obra fue rematada por Ranulfo, constituyendo su último trabajo, ya que fue hecho prisionero por robar descaradamente en el empeño. En realidad, fue el primer inquilino de su propio edificio.
Por si estas defensas de construcción fueran pocas, los reyes Enrique III y Eduardo I la rodearon de murallas y un amplio foso inundable. Éste está cegado en la actualidad, de forma que las aguas del Támesis no llegan directamente a la llamada Puerta de los Traidores, por donde antes entraban los que habían sido condenados en Westminster. Así quedó consolidada una de las mayores fortalezas de Europa.
Hacha que cortó ilustres cabezas.
La solidez de aquellos muros fue consecuencia de la transformación del conjunto en la cárcel estatal que llegó a ser durante setecientos años, un espacio de tiempo en el que tuvieron lugar todo tipo de horrores: ejecuciones, torturas, intrigas, traiciones, conjuras… Toda persona sospechosa a ojos del soberano de turno acababa en las mazmorras de la Torre Blanca, como la llamaban en un principio en atención a la piedra calcárea con que fue construida.
Páginas sangrientas
Recorrer el recinto es como pasear por un libro de Historia. Llama poderosamente la atención la Capilla de San Juan Evangelista, de estilo normando, situada en el segundo piso de la Torre Wakefield. Es la iglesia más antigua de Londres y, a decir de muchos, el lugar donde fue asesinado Enrique VI, rey de Francia e Inglaterra, mientras rezaba en un pequeño oratorio. Nadie discute el hecho de que en este lugar María Tudor se casó por poderes con Felipe II de España.
Curiosear por las distintas estancias de las torres es un ir y venir por pasajes de la historia siniestra de Inglaterra. Los reos que entraban ni siquiera salían, ya que, tras ser ejecutados, eran enterrados en la capilla interior de San Pedro Encadenado.
Las ejecuciones se llevaban a cabo por el procedimiento de la decapitación con hacha, todas ellas en el Prado de la Torre, siendo siempre sus víctimas gente de la más elevada alcurnia. Así murieron el jurista, teólogo y juez Thomas Moro, el abogado y ministro de Enrique VIII Thomas Cromwell, la jovencísima Jane Grey que apenas tenía 17 años y se la conoce como la reina de los nueve días; Margarita Plantagenet, condesa de Salisbury, que, a sus 68 años, se negó a arrodillarse y facilitar la labor al verdugo…
Por cierto que ser esposa de aquel barba-azul que fue el rey Enrique VIII entrañaba un riesgo: dos de sus mujeres, Catalina Howard y Ana Bolena, fueron decapitadas, la primera con hacha y la segunda con espada. Se libró Catalina de Aragón, hija de los Reyes Católicos, rechazada porque no le daba un hijo varón, aunque pasó sus últimos años recluida en una habitación de un castillo inglés. Enrique sustituyó a Catalina, su primera esposa, por la doncella de ésta, Ana Bolena. El divorcio en contra de la voluntad papal ocasionó el cisma de la iglesia católica, que aún perdura. Por cierto, ¿sabían que Ana Bolena tenía seis dedos en una mano? Camuflaba el hecho llevando mangas largas y recubiertas de otra en forma de campana que creó tendencia.
Uno de los episodios más truculentos ocurridos en la Torre de Londres fue el protagonizado por los hermanos Eduardo V y Ricardo, duque de York, de doce y nueve años respectivamente. Su tío, el rey Ricardo III los encerró en este lóbrego lugar bajo la sospecha de que eran ilegítimos. Nunca más se supo de ellos. Dice la leyenda que los cadáveres de los adolescentes fueron sepultados bajo la escalinata de la torre. En unas restauraciones que se hicieron en el siglo XVII aparecieron en ese lugar los restos de los dos muchachos que, inhumados, recibieron honores reales en la abadía de Westminster.
Los lúgubres pasadizos donde dicen algunos turistas que aparecen espectros.
Surgen los fantasmas
Todas estas historias provocan histerias en algunos visitantes, algunas de las cuales les sirven a los beefeaters para dar vidilla a unas explicaciones que, a veces, se pierden en el tiempo dado que hay mucho que contar. Por ejemplo, hay turistas que, en sus aventuras en solitario por algunos pasillos y estancias, aseguran haber visto los espectros de algunos personajes que se citan.
“Los que aparecen más frecuentemente son Enrique VI, los hermanos Eduardo V y Ricardo, y Ana Bolena, la mujer más conocida de entre las relacionadas con la Torre de Londres”, me asegura uno de los guías. “Casi todos rondan la zona de las mazmorras, un inquietante lugar donde estuvo la llamada Pequeña Incomodidad, una habitación de máximo castigo consistente en un cajón de 120 centímetros de altura en el que el prisionero ni tan siquiera podía ponerse en pie. Formaba parte del programa de tortura que se llevaba a cabo en este lugar”.
HESS, EL ÚLTIMO PRESO DE LA TORRE
El último huésped de la Torre de Londres fue Rudolf Hess, el lugarteniente de Hitler que el 10 de mayo de 1941, a bordo de un Messerschmitt Bf 110, voló hasta Escocia sin encomendarse a nadie, aparentemente para negociar directamente una paz con el gobierno británico. Se lanzó en paracaídas en Eaglesham, cerca de Glasgow, y, detenido, estuvo encarcelado en este lóbrego lugar mientras duraron los interrogatorios a los que le sometió el servicio secreto británico. Fue juzgado en Nuremberg y condenado a cadena perpetua. En julio de 1947 ingresó en la prisión de Spandau donde se suicidó a la edad de 93 años. La misión que le llevó a Londres sigue siendo un misterio.
Museo de joyas
No todo es horror en la Torre de Londres, ya que la visita permite ver la colección de armas y armaduras que se han llevado a lo largo de los siglos. Siento especial curiosidad por la que llevaba el rey Enrique VIII dada la gordura con la que siempre le ha representado el cine, principalmente en la persona del actor Charles Laughton. Efectivamente, su cintura medía 130 centímetros.
Al norte de la Torre de Londres se encuentra la Jewel House, el edificio que guarda desde mediados del siglo XVII las joyas de la corona. Huelga decir que la vigilancia es extrema, pero no porque veamos un despliegue policial extraordinario, sino por las medidas de carácter electrónico que se han tomado. Por otra parte, nada de estar ojeando un tiempo indeterminado. Los recorridos en esta zona son más que rápidos, rapidísimos.
Las joyas de la Corona.
No hay que perderse la Imperial State Crown, máximo esplendor en una joya que tiene un diamante de 317 kilates, cuyo centelleo parece que te está provocando, un zafiro y todo un surtido de rubíes, esmeraldas y perlas. Vamos, de no querer apartarte del escaparate. Y eso que cerca están los tres diamantes cortados más grandes del mundo, uno de los cuales, el Koh-i-Noor, se encuentra montado en una corona que se le hizo a la reina madre en 1937.
Es uno de los espectáculos más deslumbrantes del mundo, porque nadie hace de menos al Cetro de San Eduardo que también se exhibe. Mide 1,40 metros y pesa 40 kilos, todo él de oro. El Cetro del Estado, en las inmediaciones, no le envidia. Mide cerca de un metro, tiene el puño engastado en diamantes, rubíes y esmeraldas, y está rematado por una cruz de pedrería. Tal vez haya quien prefiera la corona del Príncipe de Gales, de oro. O la antigua corona de la reina, con diamantes de gran valor y numerosas perlas.
Pero la gran joya del edificio es la corona construida en 1838 para la Reina Victoria y que fue modificada en 1902 para que le encajara a Eduardo VII en su coronación. Se trata de un casquete de terciopelo rojo encajado en una diadema de gran tamaño con 2.818 diamantes, ocho esmeraldas de gran tamaño, 300 perlas, y el diamante Cullinan, uno de los mayores del mundo, que fue encontrado en las minas de Transvaal, al sur del continente africano. El conjunto está rematado por una Cruz de Malta hecha con 75 brillantes que enmarcan el famoso rubí que regaló en 1367 Pedro I de Castilla al Príncipe Negro a cambio de la ayuda prestada con sus arqueros en la batalla de Azincourt, en 1415. La joya la llevaba Enrique V en el yelmo el día que se libró tal combate encuadrado en la célebre Guerra de los Cien Años. Le dio suerte.