Que una suegra te regale un palacio en Bad Ischl como obsequio de boda es para subirla a un altar. Sin embargo, la archiduquesa Sofía, madre del emperador Francisco José, ha pasado a la Historia como una arpía a decir de la edulcorada serie cinematográfica Sissi.

Algo de verdad hubo en cuanto a que tenía un carácter dictatorial, pero lo del regalo es totalmente cierto. Gracias a este pequeño detalle aquel pueblito del estado de Salzkammergut, vecino del Tirol, disparó su fama y pasó a ser lugar de residencia habitual o de oportuna estancia veraniega de la más alta nobleza vienesa. Ya saben eso de que vivir cerca de la corte trae buena suerte… a veces. 

Bad Ischl, que este año es la Capital de la Cultura 2024, ya era conocido antes de que ocurriera ese hecho histórico gracias a las propiedades terapéuticas de sus manantiales salinos, sulfurosos y sulfatados. Las descubrieron los patricios romanos cuando, tiempo atrás, anduvieron por Carnuntum, unas impresionantes canteras situadas cerca de Viena de donde extrajeron piedra para la construcción de sus avenidas. De hecho, el propio nombre de Salzkammergut, en traducción directa, significa buena mina de sal.

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El balneario milagroso

Sus propiedades medicinales fueron aprovechadas por los habitantes de la región durante siglos y, en consecuencia, se abrió un kurhaus o balneario hidromineral que dio fama al pueblo. Fue tal su eco social que el propio emperador de Austria, Fernando I, se interesó por el lugar para hacer sus curas. De inmediato, aquel edificio neoclásico de color amarillo fue reformado y ampliado, dotándosele de sistemas capaces de reponer el cuerpo de un monarca al que las revoluciones en su país estaban magullando.

Fue entonces cuando se produjo el boom turístico de Bad Ischl. El traslado de la corte imperial al lugar arrastró a un nutrido número de funcionarios, y a ventajistas que intentaban sacar provecho de la situación. También los hubo que, como el emperador, acudieron para probar suerte en tan noble spa.

Entre los que formaban el cortejo estaba la referida archiduquesa Sofía, hermana del monarca, con su prole. Aquí fue donde se produjo el encuentro, con el correspondiente flechazo amoroso, de Francisco José, su hijo de 18 años y heredero de la corona, con Isabel de Baviera, la popular Sissi, aún una niñata, con el resultado que todos conocemos.

Durante el noviazgo y los primeros años de matrimonio, la joven pareja recorrió la zona sorprendiendo a los nativos con sus inesperadas visitas. Hay placas conmemorativas en algunos lugares de Salzkammergut que recuerdan la presencia de los enamorados.

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Un Schoenbrunn en miniatura

Todo iba tan de color de rosa que en 1853 la madre de Francisco José adquirió la residencia imperial en Bad Ischl para regalársela a la pareja a fin de prolongar así su gozosa luna de miel y mantenerla cerca de Viena y de su control. No crean que se trataba del manido apartamento de cuarenta metros cuadrados con vistas a la bahía, sino de un palacio enclavado en un magnífico parque natural.

La finca tiene unos jardines de una belleza increíble que merecen ser visitados. Llama la atención el pabellón de mármol de singular belleza que se encuentra en el interior del recinto. Es el lugar donde Sissi solía tomar el té de las cinco, una especie de refugio donde la emperatriz se reunía con sus amigas para hablar, lejos de la seriedad que imponía el palacio. 

No se fíen de las apariencias, porque en este edificio de aspecto tan idílico se firmó en 1914 la declaración de la Primera Guerra Mundial. Hoy alberga un museo fotográfico que contiene muchos recuerdos de la época de los Habsburgo.

Hay guías que durante el recorrido por Bad Ischl suelen señalar, no sin cierta coña, algunos edificios que en su momento tuvieron relación con el emperador Francisco José, sobre todo sus niditos de pasión, donde alojaba a sus amantes no oficiales. Otro trato tenía la favorita, la actriz del Burgtheater Katharine Schratt, a la que instaló en un discreto palacete situado en el camino hacia Strobl, en el distrito de Salzburgo.

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Cita de intelectuales

A lo largo del tiempo, numerosos intelectuales y artistas se han dado cita en Bad Ischl atraídos por la belleza y romanticismo que irradia el lugar. Uno de ellos fue Oskar Blumenthal, afamado director teatral de Berlín, quien durante una visita a la Exposición Universal de Chicago, en 1893, se encaprichó de una casa prefabricada que descubrió y no paró hasta traérsela.

Se la desmontaron en Estados Unidos, vía marítima llegó a Rotterdam y de este puerto se la llevaron a Bad Ischl, donde la rearmaron de nuevo a las afueras de la ciudad. La Villa Blumenthal, como se conoce hoy a este edificio de pino canadiense, es uno de los principales atractivos que podemos ver en este suelo. 

Oskar Blumenthal es uno de los más queridos escritores de la zona por ser el autor de la comedia La posada del caballito blanco, convertida en una de las operetas más populares de Austria y pasada al cine internacional en varias ocasiones. La música ha sonado en Bad Ischl durante las estancias de Brahms, Johan Strauss hijo, Brückner, Oscar Straus y, sobre todo, Franz Lehár, que fue quien más honda huella dejó.

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La casa de Lehár

“Las mejores ideas siempre me han surgido en Bad Ischl”, dijo en una ocasión el creador de La viuda alegre y debió tener razón, porque muchas de sus obras maestras fueron compuestas en el caserón que en 1912 le compró a la duquesa de Sabran. Aquí nacieron también para el éxito El conde de Luxemburgo, Paganini, El zarewich, El país de la sonrisa y Giuditta, que es tanto como decir buena parte de los gloriosos musicales austríacos.

El palacete, situado a orillas del río Traun, fue su refugio durante la Segunda Guerra Mundial. Encerrándose en él, con abundante papel pautado, intentó apartarse del conflicto que tenía a su alrededor, pero apenas si pudo trabajar con las desagradables noticias que le llegaban sobre la situación de muchos amigos suyos, algunos en campos de concentración. En esas circunstancias creó la ópera Garaboncias cuyo estreno en 1943 fue un éxito.

Víctima de una caída, Lehár se vio obligado a guardar reposo. Durante catorce meses estuvo encamado en Bad Ischl. Lloró irritado cuando le dijeron que habían bombardeado el Burgtheater y la Ópera de Viena. “… Aún sigue en pie el An der Wien”, le dijeron para tratar de alegrar su semblante. Se le descubrió una angina de pecho, pero, a pesar de su deteriorado estado físico, se volcó en la reposición de su Federica, dispuesto siempre a levantar el ánimo de los vieneses. 

En 1947 murió Sofía, su esposa, y al año siguiente su mejor amigo, el gran tenor Richard Tauber, dos óbitos muy difíciles de soportar. El 24 de octubre de 1948 su vida bajó el telón definitivamente. El luto tiñó Bad Ischl, ciudad a la que dejó en propiedad el palacete donde había fallecido, así como su contenido que incluía el gran número de valiosas pinturas que había coleccionado.

La Villa Lehár es hoy un magnífico museo dedicado a su vida y obra. Conserva gran parte del mobiliario original de la última etapa de la vida del compositor y entre sus curiosidades se pueden ver los manuscritos e imágenes de los estrenos de sus triunfos más reconocidos, que cada verano representa Bad Ischl en un espectacular festival dedicado a la opereta. 

El ‘melange’ del Zauner

Nadie puede decir que conoce Bad Ischl si no ha entrado en el Café Zauner, en la orilla del río Traun, y se ha tomado un melange, el típico café con leche austríaco acompañado con un pastel del increíble surtido que se puede encontrar en esta megapastelería.

La elección ante tan enorme surtido es un auténtico problema porque supera al del mítico Demel de Viena, que alardea de ser lo más sofisticado en materia de dulces. Los Huevos de Pascua que ofrece están pintados a mano. Obsérvelos, no olvide de pedir precio y si se tercia hágase un homenaje. Lo recordará de por vida.

La fascinación de un tiempo

Al margen de lugares tan emblemáticos como la residencia de los emperadores y el Museo Lehár, Bad Ischl posee la fascinante atmósfera que tanto se dejó sentir al final del siglo XIX. Sus balnearios y hoteles, modernísimos en sus interiores y palaciegos en sus exteriores, están situados en un paraje natural excepcional. De hecho, uno de los más bellos panoramas de los Alpes se puede ver desde la cumbre del Katrinalpe, a la que se puede subir en teleférico.

Por cierto, que muy cerca de la Capital Europea de la Cultura 2024 se encuentra Bad Goisern, también con baños salinos, pero famosa en todo el mundo por fabricar las originales y míticas botas de monte Goiserer.