Allí nació Doménico Theotocopulos, más conocido como El Greco, en 1541, y durante unos años se dedicó a pintar iconos en el estilo posbizantino, aunque su estilizado arte característico lo desarrolló cuando se estableció en Toledo a los 36 años. También nació aquí el escritor griego Nikos Kazantzakis, autor de Vida y aventuras de Alexis Zorbas que popularizó en el cine un joven Anthony Quinn con Zorba el griego, –escrita, producida y dirigida por el chipriota Michael Cacoyannis–, por cierto que la película de 1964 que se rodó en la isla irritó bastante a muchos griegos por el facilón y desnaturalizado sirtaki que baila con Alan Bates en una solitaria playa, (algo parecido ocurre con algunos austriacos frente a la edulcorada historia de von Trapp en Sonrisas y lágrimas). Según la mitología también nació aquí el mismísimo Zeus y su hijo Minos, que dio origen al célebre Minotauro y su laberinto, construido por Dédalo, al que solo Teseo, con ayuda de hilo de Ariadna, logró vencer.
Pero Creta, pese a tan brillantes antecedentes es, en buena parte, una gran desconocida. La competencia que le hacen las turísticas Mikonos y Santorini, la histórica Rodas y las románticas Corfú o Naxos, entre otras, más habituales como escalas en los cientos de cruceros que surcan sus aguas, la han convertido en sólo una breve visita en algunos de ellos, que se limitan a pasear por la capital, Heraklion, con su fortaleza veneciana, situada al lado del puerto, dedicar un par de horas a las espléndidas ruinas del Palacio de Cnossos y rendir homenaje a la refinada civilización minoica.
Pero Creta es mucho más y bien vale la pena reservarse unos cuantos días para recorrerla con calma. La isla es, por supuesto, un destino para sumergirse en el relato de la antigüedad, un refugio para rastreadores de civilizaciones perdidas y nostálgicos de dioses y poetas, pero también para amantes de la naturaleza intacta, las playas vírgenes, entre sus más de mil kilómetros de litoral, y la buena vida.
Cerca de la capital aguardan varias sorpresas, como la isla de Día, a un corto paseo en barco desde Heraklion, deshabitada y en la que reina una gran serenidad. Se pueden observar diversidad de aves en magníficos escenarios naturales. Aguas cristalinas de tonalidad turquesa dan la bienvenida a los visitantes, especialmente a los aficionados al snorkel y el buceo que se deleitan, entre infinidad de peces o inspeccionando un barco naufragado a sólo 20 metros de la costa.
Encantos de occidente
El oeste de Creta es la zona más verde y montañosa de la isla. Las majestuosas Montañas Blancas o Lefka Ori dominan el paisaje y se elevan a casi 2.500 m. Un poco más allá, en la punta occidental, está Chania, un conjunto perfecto de encanto y cultura donde disfrutar de sus coloridas calles del casco antiguo, su puerto veneciano con un faro egipcio, la mezquita de los Jenízaros, etc., y en sus proximidades algunas de las mejores playas de Creta, entre las que se encuentra la famosa Elafonisi, la más fotografiada de Creta, en medio del parque Natural de Lafonisi. Más que una playa, Elafonisi es una pequeña isla en medio del mar que cuando la marea está baja se puede cruzar caminando. Tiene muy poca profundidad por lo que es ideal para ir con niños, y disfrutar del mar a cada lado del camino es una maravilla. Su arena tiene una tonalidad rosada debido al coral.
No le queda lejos en popularidad y belleza Balos, que es playa y también laguna de cálidas aguas junto al mar de aguas turquesas. Hay quienes consideran Balos la mejor playa del mar Mediterráneo. En toda la zona se descubren pequeños y pintorescos pueblos, algunos de ellos solo accesibles por mar.
Como contraste a las magníficas playas de la zona, los amantes del senderismo pueden elegir entre las más de 50 gargantas que los ríos han tallado a lo largo de los siglos. En las Lefká Óri, las Montañas Blancas de Creta, la más impresionante es la garganta natural de Samaria, la más larga de Europa con un recorrido de 13 kilómetros. Es un paraje natural que en algunos tramos poco a poco va estrechándose, dejando un paso de apenas tres metros de anchura entre paredes rocosas de 300 metros de altura. Toda la zona fue declarada Parque Nacional en 1962 para proteger a especies endémicas de flora y fauna, sobre todo la cabra montesa cretense llamada Kri-Kri. Posteriormente fue proclamado Patrimonio de la Humanidad en 2003.
Por toda la región abundan pequeños pueblitos con personalidad propia, como es el caso de Margarites, dedicado a la alfarería desde tiempos antiguos, y muy agradable para pasear por sus callejuelas con edificios de estilos bizantinos y venecianos. También antiguos monasterios como el histórico Arkadi, uno de los monasterios ortodoxos más emblemáticos de toda la isla, situado en las inmediaciones del monte Psiloritis, la cumbre más alta de Creta, con 2.500 metros de altitud.
El este de la isla
Aunque Creta no es tan turística como otras islas griegas, el centro y oeste son las zonas más populares y es hora de descubrir la parte oriental, la menos conocida. De camino, se cruza la región de Rethymno, uno de los lugares más bellos de Creta, con hermosas playas, lugares arqueológicos, iglesias bizantinas y pueblos pintorescos. Fuertemente influenciada por los venecianos, la capital de la región cuenta con una arquitectura elegante y un característico puerto. En todo el casco viejo se encuentran estructuras otomanas, como mezquitas, baños públicos, iglesias católicas y fuentes. Rethymno luce las típicas ventanas altas y balcones de hierro forjado de las antiguas casas venecianas y turcas.
Un poco antes está Moni Arkadi, un lugar hoy solitario pero que fue un gran centro cultural durante el Renacimiento cretense. De esa época data la iglesia, con su preciosa portada de 1587 y situada en el centro de un claustro amplio y luminoso; el conjunto se encuentra protegido por un muro, como una fortaleza. En 1866, cuando los otomanos asediaban este monasterio ortodoxo por tercera vez, los monjes y refugiados prefirieron hacer estallar su polvorín antes que rendirse: la libertad o la muerte. La tragedia tuvo eco en toda Europa. Ahora, un silencio antiguo planea sobre el claustro.
A pocos kilómetros se entra en la región de Lasithi, la más oriental de Creta y la menos conocida. La ciudad de Sitía, que se encuentra en una colina, dominada por un fuerte veneciano recién restaurado, es el lugar perfecto para perderse y disfrutar de su particular atmósfera. Las estrechas calles que desembocan al paseo marítimo evocan escenas típicas de la vida de la isla.
Hay otra buena razón para venir aquí: solo unos kilómetros más adelante se encuentra el famoso bosque de palmeras de Vai, con más de 5.000 ejemplares y con su maravillosa playa, un oasis en medio del paisaje semiárido de esta parte de la isla. Se trata del bosque de palmeras más grande de Europa. Sorprende, al tomar el desvío de la carretera hacia la playa, como el paisaje va cambiando hasta encontrarse rodeado por multitud de palmeras que dan acceso a una playa de aguas claras y cristalinas.
Un lujo poco habitual
Lasithi es una región fascinante con excelente belleza natural y marcados contrastes. Su meseta es amplia y de suave relieve, en la que se erigen una veintena de pueblos, monasterios y el monte Dicté, donde la tradición señala que nació Zeus. Aquí se siente la “soledad, silencio y blancura”, en palabras del escritor Lawrence Durrell. Por un lado cuenta con uno de los centros turísticos más famosos del mundo, Elounda, y, por el otro, invita a explorar regiones vírgenes, antiguas ciudades y pueblos medievales, gargantas y montañas que parecen inexplorados, playas donde se puede experimentar la tranquilidad absoluta.
La capital es Agios Nicolaos que de ser un pequeño pueblo de pescadores, se ha convertido en los últimos años en uno de los centros turísticos más famosos de Creta gracias a sus hermosas playas y su historia milenaria. El centro de la ciudad, caracterizado por tiendas y pequeñas boutiques, serpentea alrededor del hermoso lago Voulismeni, que conecta directamente con el mar gracias a un estrecho canal.
El puerto es, sin duda, la zona más animada, especialmente por la noche, con decenas de restaurantes y terrazas que sirven platos locales particularmente deliciosos como los omaties, un tipo de chicharrón de cerdo relleno de arroz, hígado picado, sultanas y especias; las populares tapas Dolmadakia, que se preparan con hojas de parra rellenas con un raro y sabroso queso cremoso llamado Xygalo Siteias; y sus elogiados pasteles Halva, que se preparan con una gran variedad de ingredientes: desde frutas, frutos secos, semillas, hasta incluso verduras y algunos cereales.
Sitía es una bonita ciudad costera, habitada desde la época minoica, que prosperó en todos los periodos históricos de Creta, desde los años clásicos hasta la época del dominio otomano. La nueva ciudad de Sitía comenzó a construirse en 1870 y actualmente cuenta con una población de unos 11.000 habitantes. En comparación con otros centros cosmopolitas de la isla, Sitía ha sufrido en menor medida el desarrollo turístico. Enmarcada por idílicas playas y numerosos monumentos, podría ser el refugio ideal para quienes buscan unas vacaciones tranquilas, pero también un buen punto de partida para realizar fascinantes excursiones por toda Creta oriental.
Una de las más atractivas es a la isla Spinalonga, a la que se llega en un corto paseo en barco desde varios puertos cercanos. Se encuentra en el golfo de Mirambello y originalmente no era una isla, sino una península, pero durante la ocupación de la isla por Venecia, fue separada de la costa para mejorar su defensa. Debido a su ubicación, crucial para la protección de Creta de los ataques turcos, se construyó en la isla una fortaleza muy importante rodeada de treinta y cinco cañones y murallas que bordean toda la costa; hoy en día se conserva en muy buen estado. Pero por lo que más fue conocida es por la colonia de leprosos que funcionó allí en la primera mitad del siglo XX.
Un monasterio del siglo XV
Sin duda el monumento más importante de Sitía y Lasithi es el Monasterio de Toplou, dedicado a Nuestra Señora de Akrotiri, con un campanario de 33 metros de altura, donde tuvo lugar un concierto de Plácido Domingo; un monasterio del siglo XV que contiene un pequeño museo sobre la historia del asentamiento y conserva una pequeña capilla con frescos de gran valor artístico. El Monasterio de Toplou es el único ejemplo sobreviviente de los muchos monasterios, grandes y pequeños, que una vez estuvieron en el área de Sitía, todos eventualmente destruidos por las guerras y las incursiones piratas. Se alza en un paisaje agreste, casi desértico, con gigantescas turbinas eólicas girando al fondo, en lo que es uno de los primeros parques eólicos en Creta.
El Monasterio de Toplou alberga una buena colección de iconos del siglo XV que, junto con otros ejemplos posteriores, son de gran interés artístico ya que muestran las etapas de desarrollo de la Escuela de Arte de Constantinopla, que influyó en el arte cretense. Entre ellos destacan las obras de Ioannis Kornaros, especialmente el ícono Grande eres Tú, oh Señor, y maravillosas son tus obras, con fecha de 1770, de gran tamaño y con cientos de figuras.
En la larga historia del monasterio hay algunos hitos importantes, uno de los más reciente es su papel en la Segunda Guerra Mundial. Durante la ocupación alemana, en la que fue la primera invasión en paracaídas de la historia, el Monasterio de Toplou desempeñó un papel destacado en la Resistencia, como base inalámbrica en comunicación con el cuartel general aliado en El Cairo y como refugio para los operativos de la resistencia. Cuando los alemanes descubrieron la actividad del monasterio, arrestaron al abad, a los monjes y a los combatientes de la resistencia que encontraron. Aunque los alemanes originalmente planearon volar el monasterio, finalmente se limitaron a confiscar sus propiedades.