- El último dictador de Europa, Alexandr Lukashenko, ha respondido a las sanciones occidentales con una oleada de inmigrantes irregulares en la frontera con la Unión Europea (UE), rechazando al embajador de Estados Unidos y dándole de plazo hasta final de mes para reducir al mínimo su personal diplomático en el país. "Nosotros requisábamos las drogas y frenábamos a los inmigrantes. Ahora, van a tomarlas y a atraparlos ustedes mismos", dijo Lukashenko en respuesta a las críticas de Occidente.
Desde hace un año acusa a las potencias occidentales de financiar las protestas de la oposición, pero no fue hasta que la UE y EEUU aprobaron sanciones económicas que Lukashenko decidió responder con una guerra híbrida.
Nadie se tomó en serio a Lukashenko cuando emuló al líder turco, Recep Tayyip Erdogan, y amenazó con inundar la UE de inmigrantes de Oriente Medio y el norte de África.
Pero en las últimas semanas Lituania, Letonia y Polonia han detenido en la frontera con la antigua república soviética más inmigrantes irregulares que en todo 2020, motivo por el que Bruselas ha convocado una reunión extraordinaria sobre migración para esta semana.
"Es evidente que las autoridades bielorrusas están detrás del incremento del flujo de inmigrantes que quieren acabar en la UE", comentó Aliona Chéjovich, asesora legal de la organización no gubernamental Human Constanta.
Explicó que antes existía una lista negra no oficial de países cuyos ciudadanos no podían recibir asilo en Bielorrusia. Ahora, inmigrantes de Irak o Libia reciben visados de turista sin mayores dificultades. "El mecanismo no lo conocemos. Pero está claro que todo esto fue organizado por motivos políticos. No quiero culpar a nadie, pero probablemente hay acuerdos con esos países. No se les eligió de manera casual", señala.
El presidente de Lituania, Gitanas Nauseda, anunció el pasado viernes que aumentará la presencia del Ejército lituano en la frontera con Bielorrusia, tras el reciente aumento en las últimas semanas del flujo migratorio irregular, especialmente de migrantes que llegan desde Oriente Próximo.
Nauseda firmó el viernes un decreto presidencial que amplía los poderes del Ejército en labores fronterizas, después de una petición del Parlamento, que ha venido denunciado en los últimos días el uso torticero de la inmigración que las autoridades de Bielorrusia estarían llevando a cabo en la frontera, permitiendo el acceso a todas estas personas a territorio lituano.
La medida da plenos poderes a los militares para que, entre otras cosas, detengan y registren personas y vehículos, además de permitir la utilización de "equipos especiales", cuenta la agencia lituana de noticias BNS.
Política, pero también negocio. La prensa estima en 3.000 los euros que cada inmigrante deja en Bielorrusia, una inesperada fuente de ingresos para la alicaída economía planificada bielorrusa. "Sabemos que existen varias agencias turísticas bielorrusas bajo control de la administración presidencial que organizaron paquetes turísticos y abrieron la posibilidad de recibir visados", explica Chéjovich.
Los interesados, en su mayoría de Irak, "venden todo su patrimonio, pagan el dinero -hasta unos 15.000 dólares- y se convierten en instrumento de esa batalla política", señala.
El contrabando de inmigrantes irregulares no es algo nuevo, pero la elección de Bielorrusia como punto de entrada en la Unión sí lo es, por lo que cogió desprevenido a Bruselas.
Los bálticos tardaron en reaccionar, pero tras declarar el estado de emergencia, que les permite recurrir al Ejército y devolver por la fuerza a los que cruzaron de forma irregular de la frontera, Chéjovich cree que pronto el negocio ya no será "rentable" para Minsk.
En cuanto a la suerte de los inmigrantes, un iraquí fue el primero en dirigirse esta semana a Human Constanta tras ser rechazado por Lituania. "Es un joven que tiene miedo a volver a su país porque en Irak mataron a su padre", explicó la abogada, quien comentó que siente "mucho miedo" por la gente que se ha quedado "varada", ya que pueden ser deportados a sus países de origen o internados en centros de reclusión en "condiciones horribles".
Pocos recuerdan ahora que el secretario de Estado de EEUU, Joe Pompeo, visitó Bielorrusia a principios de 2020 y que entonces acordó con Lukashenko la normalización de las relaciones diplomáticas y el retorno del embajador tras doce años de paréntesis.
Todo quedó en el olvido con la fraudulenta reelección de Lukashenko hace un año. Éste acusó a EEUU de patrocinar un golpe de Estado y la embajadora aprobada por el Senado estadounidense, Julie Fischer, se tuvo que quedar indefinidamente en Vilna.
EEUU tardó en sumarse a las sanciones sectoriales aprobadas por la UE tras el desvío forzoso del avión de Ryanair en mayo. Aprovechó el aniversario de las protestas el pasado lunes para introducir sanciones contra figuras y empresas clave de la antigua república soviética.
La respuesta de Minsk no se hizo esperar. El miércoles retiró definitivamente el beneplácito a Fisher, que en los últimos meses ha denunciado la represión violenta de las protestas y ha mantenido contactos en Lituania con la exiliada líder de la oposición, Svetlana Tijanóvskaya.
Tijanóvskaya consensuó las sanciones contra el régimen a finales de julio en la Casa Blanca con el presidente de EEUU, Joe Biden. Además, como ha hecho Rusia en los últimos meses, Bielorrusia pidió a EEUU que reduzca al mínimo, a cinco diplomáticos, el personal en su legación de Minsk. De ahí, a la ruptura de relaciones, sólo hay un paso.
Enemigos de Lukashenko. Aunque el presidente bielorruso, Alexandr Lukashenko, celebró la llegada al poder del actual presidente ucraniano, Volodomir Zelenski, este no le devolvió el gesto tras las últimas presidenciales bielorrusas y no reconoció a Lukashenko como mandatario reelecto tras las fraudulentas elecciones de agosto de 2020. La crisis política desatada en Bielorrusia, la represión de las manifestaciones pacíficas de la oposición, las amenazas de Lukashenko de reconocer la ilegal anexión de Crimea, terminaron de poner la cruz sobre las relaciones entre ambos países. Así, Ucrania se ha convertido en el nuevo refugio de los enemigos del presidente bielorruso. Un ejemplo de ello es el periodista bielorruso Ihar, quien asegura: "Me podrían condenar a diez años de cárcel por este tatuaje", mientras muestra el rótulo "Viva Bielorrusia". Al igual que miles de sus compatriotas, ha huido a Ucrania de la represión de Lukashenko.